Maite Rodríguez Iglesias

PLAZA MAYOR

Maite Rodríguez Iglesias

Periodista


El virus de la crispación

05/09/2020

Las informaciones más optimistas apuntan a que a finales de año o principios del próximo podría estar disponible alguna de las vacunas en fase de desarrollo de la covid-19. Una luz al final del túnel  imprevisto que nos está haciendo atravesar esta pandemia. Una esperanza para frenar esta crisis sanitaria, ya convertida en recesión económica, con unas consecuencias mucho más graves de las que inicialmente se apuntaban desde los distintos gobiernos.
Pero para la que no hay vacuna, y ni tan siquiera parece que nada que funcione a modo de sedación, es para el virus de la crispación que ha inoculado a gran parte de la sociedad española, y que ha encontrado su hábitat ideal entre la mayoría de la clase política y en el microcosmos de las redes sociales. Muy lejos, y más bien olvidados, han quedado ya aquellos augurios de que de esta crisis saldríamos fortalecidos como sociedad y como individuos. Un planteamiento idílico que se quedó en un sueño de una primavera maldita, donde el miedo a lo desconocido se sublimó en el aplauso a los sanitarios y en la vida social de balcón.
Meses más tarde, con el verano y la libertad condicional tras el confinamiento, la confrontación se ha impuesto de nuevo. Y en medio de este ruido atronador, la segunda oleada del virus se anticipa a las previsiones y cada administración actúa por su cuenta. Falta diálogo, coordinación y muchas veces sentido común. Y sobra confrontación, puestas en escena y discursos vacíos.
El último ejemplo nos toca muy de cerca. La decisión de la Junta de aplicar medidas restrictivas para frenar el contagio comunitario en Valladolid no debería haber derivado en un enfrentamiento político y social. La seguridad sanitaria de la población debe prevalecer, pero para que las medidas sean efectivas deben consensuarse o, al menos, debatirse. No hay justificación para la falta de comunicación entre el Gobierno regional y el Ayuntamiento. Y desde luego, los máximos responsables no deberían cambiar las salas de reuniones por sus perfiles de redes sociales. En un momento en que hacen falta certidumbres y sentido común no hay lugar para estos espectáculos, que hacen que parte de la población cuestione las medidas o las incumpla.  Y si hubiera existido voluntad, los espectáculos que se podrían haber salvado eran los de la programación cultural de Valladolid.