Aurelio Martín

LA COLUMNA

Aurelio Martín

Periodista


Mejor callados

07/10/2019

Después del espectáculo de llevarnos a elecciones por ser incapaces de mantener una negociación, algunos políticos despliegan su incontinencia verbal en echar leña al fuego, abonando un terreno peligroso y despertando los fantasmas del pasado. Es decir, no colaboran para trabajar en común por dar solución a los graves problemas a los que nos enfrentamos como país, incluida la subida de aranceles, y los que llegarán, sino que encizañan para que todo se complique.
Las declaraciones de la presidenta de Madrid, la popular Isabel Díaz Ayuso, preguntándose si lo siguiente a la exhumación de Franco iba a ser la quema de iglesias, como en el 36 -cuando los militares se sublevaron contra la República-, reforzadas por su vicepresidente, Ignacio Aguado, de Cs, que aseguró hacer todo lo posible para que no ardan las parroquias, son de una grave irresponsabilidad, más propias de comentarios de holligans en las redes sociales, de esos que no conocen el cultivo del pensamiento para el enriquecimiento intelectual y siguen manteniendo el palillo en los dientes. Son sencillamente planteamientos guerracivilistas que no han tenido respuesta de sus partidos, lo que les empieza a hacer cómplices. Hay políticos que, no solo no se esfuerzan por trabajar por los ciudadanos, como es su misión principal, sino que se dedican a desestabilizar con el único interés de captar votos sin escrúpulos. Puede que Díaz Ayuso y Aguado puedan querer tirar por elevación ante lo que se les avecina con la imputación de las expresidentas de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre, en relación con la presunta financiación ilegal del PP de Madrid.
La exhumación de los restos del dictador, que recibirá una sepultura digna, fue acordada en el Parlamento con el fin de sacarlo de un mausoleo construido a sangre por los perdedores de la contienda, con la ratificación del Tribunal Supremo. No habría que dar más trascendencia y menos desde un entorno institucional, no de un grupo de exaltados de la extrema derecha.
Después de ocho décadas, con una democracia instaurada, hace cuatro, no deberían plantearse estas cuestiones a modo de arma arrojadiza política, máxime si hay familias que aún no han podido sacar a sus familiares de las cunetas y que se mantienen monumentos donde se siguen celebrando actos fascistas. 
Mal camino el emprendido por estos políticos populares y liberales a quienes habría que recordar al poeta Antonio Machado en su reflexión de que la libertad no consiste en decir lo que se piensa sino en pensar lo que se dice. Solo impera la opinión rápida, sin análisis previo, cercana al insulto y con un corte partidario, populista.