Maite Rodríguez Iglesias

PLAZA MAYOR

Maite Rodríguez Iglesias

Periodista


Las mascarillas no son para el verano

01/08/2020

Este verano no se parece en nada a cualquier otro, pero nos comportamos como si nada hubiera cambiado. El confinamiento pasó, las terrazas volvieron a llenarse y las playas aparecen como el oasis donde refrescarse del calor asfixiante de la meseta y olvidarse del mal sueño del coronavirus. Pero esta no es una pesadilla de la que se salga tan fácilmente aunque nos empeñemos que las mascarillas no son para el verano porque son incómodas y dificultan la respiración.
Esta pandemia no entiende de excusas y obliga a cada uno de nosotros a realizar un ejercicio de responsabilidad individual. Algo a lo que no estamos acostumbrados porque siempre solemos encontrar a alguien a quien culpar de los males de la sociedad. En este caso, la actuación de cada uno repercute en su salud pero también en la del conjunto de la sociedad. Y por eso no hay Fuerzas de Seguridad suficientes para vigilar que cada español se ponga la mascarilla, respete las normas de higiene o el distanciamiento social. Es una decisión particular y su no cumplimiento no es un derecho como reclaman algunos, que todavía no han entendido que el virus ha llegado para quedarse un tiempo.
El número de contagios sube a diario y los brotes se multiplican en todas las provincias pero la falsa seguridad de que lo peor ha pasado se ha instalado en buena parte de la sociedad. Y llega agosto, el mes festivo por excelencia, y los alcaldes de los pueblos no saben cómo actuar para que los jóvenes no se reúnan en las peñas para celebrar unas fiestas que no se puede hacer o en las zonas de ocio para organizar botellones. Pero su juventud les hace sentirse seguros y despreocupados de las consecuencias que puede tener en su entorno un contagio. No se trata de estigmatizarlos, ni de encerrarles en una jaula de oro, pero sí de hacerles responsables de sus actos. 
La covid-19 se ha llevado por delante a  la generación que había sobrevivido a la Guerra Civil, los abuelos y bisabuelos de los jóvenes que ahora deben tomar el relevo y demostrar que se equivocan los que aseguran que se ha infantilizado a la sociedad diciéndole  que no se preocupe, que el sistema se va a ocupar de todos. Esa infantilización se traduce en  desresponsabilizar al ciudadano y que siga habiendo gente que piensa que la misión del sistema es curarle pese a su comportamiento vital. Pero eso ya no está garantizado.