Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


El lugar adecuado

20/07/2019

Siempre he creído que todos tenemos un lugar al que regresar. Un lugar en el que vibramos, donde nos reconocemos y armamos. Nuestro lugar. Precisamente, esta sensación se reactiva para muchos de nosotros al escuchar El sitio de mi recreo, una canción, compuesta por el emblemático Antonio Vega, perfecta para calibrar nuestra dirección vital. Él mismo decía que hablaba de los rincones «en los que uno se encuentra a gusto física y espiritualmente. Más que un lugar, es un estado de consenso consigo mismo, un lugar no conflictivo». El escenario ideal, donde nuestras capacidades son impulsadas por nuestras emociones, provocando así impactos positivos a nuestro alrededor. Sentir para actuar. Pero, para eso, debemos encontrar primero nuestro lugar. Porque el lado en el que decidimos estar determina también nuestra identidad. 
Y es que los símbolos tienen una fuerza arrolladora. Fíjense: hace unos días, Patricia Ortega recibió el fajín rojo que la convierte en la primera mujer general de las Fuerzas Armadas en España. Se le colocó, en un acto alegórico, el jefe del Estado Mayor del Ejército, quien declaró que la nueva general «ha superado de manera notable 30 años de sacrificio, dedicación y esfuerzo. Esto es el triunfo de la normalidad». La normalidad extraordinaria que evidencia su insólito nombramiento. Precisamente, educar para la igualdad real supone que dejemos de asombrarnos ante estos hechos. «Este no es el éxito de una sola persona», apuntaba Ortega, «es el éxito de una institución». Comenzar a transformar la percepción sobre un lugar. Esto ocurrió. Fue un potente gesto, inspirador y referente para tantas niñas y jóvenes, que no deben limitar sus capacidades por ningún prejuicio cultural, jamás. Una noticia esperanzadora. Histórica, incluso.
Los símbolos, qué fuerza tienen.  Y si no que se lo digan a los seguidores de Rafael Nadal y a los que admiramos todos sus gestos, que siempre encumbran su categoría deportiva a través de los vigorosos valores que despliega.  Recordemos su compostura en el partido que le enfrentó a Nick Kyrgios. No cedió a las continuas provocaciones de su contrincante (y a sus malas formas), se mantuvo en el lugar adecuado, aupado por el equilibrio del que siempre hacen gala los líderes. Qué elegancia. No sin antes dar una lección impetuosa: vencer es una cuestión de deseo. Dice Nadal que Kyrgios tiene «muchos buenos ingredientes», pero le falta uno muy importante: «el amor y la pasión por este deporte». Esta es la base del éxito (después, el conocimiento y la pericia técnica hacen todo lo demás). Pasión para explotar todo nuestro talento, en definitiva. Y lo mejor de todo es que Nadal educa desde la cancha a miles de jóvenes que descubren en su carisma una forma de interpretar el mundo y de actuar. Casi nada.
Simbólico es también el relato de vida del periodista Marc Marginedas, que permaneció seis meses secuestrado en Siria por el ISIS. La experiencia vital que le produjo este cautiverio le influyó para orientar la vida de una forma precisa. Le ayudó a exprimir lo esencial (lo que importa, al fin y al cabo). Este profesional nos invita a no perder jamás la capacidad de indignarnos.  Algo que considero una muestra de grandeza, atino y generosidad. Y de esa positividad que hace productivas nuestras ilusiones. «La felicidad –afirmaba en una entrevista– es una decisión personal, es ser capaz de disfrutar con lo que tienes, incluso estando privado de tu libertad, durmiendo sobre una manta llena de bichos». Las personas de talento eligen esta felicidad. Cada vez lo tengo más claro. Y se encaminan siempre hacia el lugar adecuado.