El gobierno de Castilla y León promete guerrear contra el anuncio del gobierno, que pretende que el lobo sea declarado especie protegida al norte del Duero. Entiendo las prevenciones. El discurso ecologista más desquiciado, el esquizoecologismo (hay también un esquizofeminismo) obvia cualquier consideración formal y/o condicionante de lo que pueda lastrar sus afanes mesiánicos. Que la situación económica del país, y la armonización de la defensa del medio ambiente con las necesidades del sector agropecuario, no estropee nunca tus mejores delirios. Dicho lo cual si el problema son las reses que el lobo mata las soluciones deberían de orientarse en ese sentido. Agilizar y multiplicar las indemnizaciones resulta crucial. También parece llegado el momento de considerar la introducción de perros adiestrados. Un recurso costoso, que sólo podrá lograrse mediante la puesta en marcha de un plan financiado y ejecutado por las administraciones públicas. De lo contrario, si dejamos al mundo rural condenado a gestionar el lobo en solitario, volverá el furtivismo. Hay que intervenir de forma rotunda para que los agricultores no paguen el precio, extremadamente gravoso, de que el resto de españoles disfruten de una fauna salvaje en cuarto creciente. Los ciudadanos deben de asumir que la defensa de los ecosistemas es una necesidad pero también un lujo que pagamos todos. A partir de aquí no encuentro argumentos éticos que justifiquen las monterías del gran depredador. Un lujo de otro tiempo, casi de otra era. De cuando etiquetábamos como alimañas a los carnívoros y transformamos su muerte en un deporte para señoritos con dinero para gastar en subastas y escopetas por el espinazo del monte. Hay países, como Sudáfrica, que aprovechan la caza de ejemplares de sus animales para conservar al resto. Yo prefiero mirarme en el modelo de países como Estados Unidos y sus fastuosos parques nacionales. Consciente, eso sí, de que las dimensiones, y las necesidades, son otras.