Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


Detener la polvareda

16/01/2022

Una parte de la clase política no toma en serio a los ciudadanos. De lo contrario, no se comprende lo que está sucediendo. La política no puede estar en manos de trapecistas, atentos a su posición en las encuestas, porque para superar esta crisis hay que hacer algo más que desacreditar al adversario. Muchos de ellos tienden en exceso a delatar quiénes son los buenos y quiénes los malos, algo tan peligroso como ineficiente. No nos convienen políticos dedicados a jugar a indios y vaqueros, sino líderes valientes, sensibles y brillantes que sepan lo que hay que hacer en cada momento. Políticos que encuentren la fórmula exacta para cooperar, para prosperar, pensando solo en el bien general. Porque los recitales de descalificaciones que se dedican diariamente no sirven más que para perder el tiempo y desesperar el ánimo social. Y esto es inadmisible. Sobran las palabras vacías, las que no llevan a ningún lado. Un político es lo hace, no lo que dice que hará. Por eso son tan significativas las palabras que escogen. Con las palabras se puede crispar, pero también alentar. Se puede romper la baraja o colaborar para mejorar la cotidianidad de la ciudadanía. Así que, con todas nuestras fuerzas, exijamos que detengan esta polvareda, para que podamos ver con claridad. 
La política es el arte de influir, desde la autoridad moral, para buscar medidas que propicien una sociedad más feliz. Todo lo que se salga de este raíl es un burdo intento de dominación. Nos dominan cuando generan a destajo controversia, cuando calientan la mentira y omiten la verdad, cuando agitan la anécdota hasta el paroxismo y cuando se cruzan de brazos mientras la población se encuentra desbordada. Es como si nos empujaran hacia la apatía para que no pensemos. Y la apatía, igual que el miedo, nos paraliza. Seamos tan hábiles como para comprender que la esperanza sí es posible, que sí existen líderes capaces de gestionar con integridad y éxito todos los ámbitos, identificando los más relevantes en cada etapa (como lo es ahora la atención psicológica y psiquiátrica o la tasa de riesgo de pobreza). Por eso la clave está en encontrar políticos influyentes, no políticos dominantes. Influir es propiciar cambios positivos en la vida de las personas y no descansar hasta conseguirlo. Dominar supone avasallar, someter y controlar. Nuestra clase política debe comprender y asumir esta gran diferencia. Y nosotros, exigir perfiles auténticos, que los hay. 
Hablo de quienes entienden la política desde la utilidad de resolver y no como una oportunidad para amarrarse al sillón. Eso no es servir y la política es la ética del servicio. Por eso los grandes liderazgos están protagonizados por rostros sagaces, operativos y, sobre todo, honestos. De aquí surge la política fresca, abundante en soluciones globales, equitativas y sólidas. Los líderes auténticos provocan progreso porque tienen criterio y mucha generosidad. De hecho, si un político no sabe qué hacer con la dignidad social, nos sirve para poco. Como primer paso, pidamos que asuman que sus palabras tienen consecuencias. Responsabilizarse es un signo de elegancia pública que demuestran las personalidades más admiradas del mundo. Y está únicamente al alcance de figuras compasivas y prácticas, las que están a pie de las necesidades de la gente, nunca por encima de ella. Así se comportan los políticos de la nueva era, capaces de agrandar incluso la relevancia de sus partidos. Por eso importa más que nunca la autenticidad. Nuestro derecho y nuestro deber es atinar para reconocerla y para reclamarla. Ya lo advertía el histórico filósofo Montesquieu: «La libertad es poder hacer lo que debemos». Hagámoslo. 

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