Fernando Aller

DESDE EL ALA OESTE

Fernando Aller

Periodista


Hijos del carbón

09/10/2020

Mi abuelo José tenía una nube oscura en el pecho. Sus pulmones eran una esponja negra que había absorbido durante dos décadas el polvo del carbón. (…) Mi abuelo Santos se quedó enterrado en la mina tras una explosión de grisú. Para mi abuelo Santos, la curación se produjo porque Dios le guiñó un ojo. (…) El abuelo asturiano y el abuelo leonés trabajaron en la misma empresa: La Hullera Vasco-Leonesa. En ella había estado antes mi bisabuelo Ricardo”.

Esta es la tarjeta de presentación que nos muestra la periodista y escritora Noemí Sabugal en el comienzo de su libro “Hijos del carbón”, de la editorial Alfaguara. A lo largo de más de trescientas páginas la autora hace un recorrido personal, convincente y conmovedor que no lacrimógeno ni victimista, por todos los lugares de España productores de carbón. El término recorrido es literal, porque Noemí Sabugal ha pateado pueblos, pozos y explotaciones a cielo abierto, y ha recogido los testimonios de cientos de personas que convierten estas páginas en un viaje necesario, obligado y pendiente hasta ahora, a lo más profundo de la mina, que no es el lugar donde yacía desde millones de años la hulla y la antracita, sino el ser humano. Apenas hay cifras. Las únicas sirven para contextualizar la importancia económica y social del carbón en el desarrollo de los pueblos mineros y para explicar su declive actual. No hay números, pero sí imágenes elocuentes. Paisajes lunares devastados al excavar el carbón sin que los planes de restauración de la tierra comprometidos se llegaran a ejecutar, castilletes oxidados, vestuarios abandonados con las taquillas abiertas, colonizadas por pájaros que conviven con viradas fotografías de calendario… O la única mina acuática de carbón que ha existido en España: Dos kilómetros de navegación subterránea en Vallejo de Orbó, Palencia, para trasladar el carbón arrancado. En definitiva, un libro que se convierte en referencia obligada para quienes quieran adentrarse, ahora y cuando pasen los siglos, en las entrañas de un paisaje y un paisanaje ya sin retorno.