Alfonso González Mozo

PLAZA MAYOR

Alfonso González Mozo

Periodista


Postureo antiviral

22/08/2020

El verano está indefectiblemente vinculado a las vacaciones. Hay quien se jacta de lo tranquilo que se está en un resort en mayo o en noviembre, pero el españolito de bien solo pospone o cancela sus escapadas estivales por necesidad –de tipo económico, casi siempre– o por obligación –enfermedades, ausencia de días libres... –. Sí, habrá quien elija junio, julio o hasta septiembre por salirse del carril o por abaratar el precio de la desconexión, pero aquí nadie se come el agosto vallisoletano por gusto, por el mero placer de saberse solo en la ciudad, escuchando el eco de las calles del centro. Esto es como el comer, que todos preferimos un buen solomillo, pero también nos apañamos cuando toca pechuga vuelta y vuelta; otra cosa ya es presumir en Instagram de haberse enchufado una hamburguesa de tofu, que roza el delito.
Volvamos al verano, a las vacaciones y al postureo, ese que ha cambiado este año por obra y gracia del maldito coronavirus y esa especie de locura que hace que nos movamos a impulsos, entre el miedo, la responsabilidad y el hartazgo por una pandemia que casi nos ha convertido en apestados a todos los que hemos decidido meternos tras la mascarilla e irnos a la playa. Como si los veraneantes de quincena y sombrilla estuviésemos dando puñetazos en el hígado de la salud pública patria y no fuese cosa de la improvisación y de un sistema sanitario desmembrado.
Los gurús de esa ‘prudencia’ solo perdonan las visitas a alguna playa cantábrica –poco ‘comercial’, eso sí–, a la montaña –of course– y al pueblo –el plan mejor visto como si allí no se juntase la gente a comer y no hubiese centenares de contubernios parrilleros–. Pero lo ideal es quedarse en casa, como si los que hayan optado por ‘vacaciones’ vallisoletanas no hubiesen salido de sus pisos para frenar la pandemia –sin terrazas, ni piscinas...– y los que nos hemos ido a la playa nos hubiésemos estornudado covid junto al mar.
Este postureo antiviral me tiene un pelín harto. Yo confieso haber estado mis quince días en la playa y me habría pasado allí otros quince. Uno no pierde el juicio y la prudencia por irse a 700 kilómetros de Pucela y tatuarse un bañador durante dos semanas. Sí, es un verano extraño y más en las playas, donde conviven el top less, la tanga –indiscriminada, además– y las mascarillas. Sí, es raro, pero es el que ha tocado, disfrutemos lo que podamos.