Alfonso González Mozo

PLAZA MAYOR

Alfonso González Mozo

Periodista


Yo no te he dicho nada

27/04/2019

No eran aún las nueve de la mañana. Muy pronto para ser un día de agosto. Mucho más cuando estás en pleno verano gaditano y no hay más tareas en ciernes que ir a la playa. Eran las 8.41 horas del 3 de agosto de 2017. Una fuente de las buenas me despertaba con una batería de whatsapp de esos que tanto agradeces como periodista, pero que logran revolverte el alma como padre. «Buenos días, ¿estás currando ya? Yo estoy de vacaciones pero ayer me enteré de que una niña de 4 años falleció por parada cardiaca y no están claras las circunstancias. Hoy la madre está detenida en calabozos y el padrastro, también. No te puedo decir más», me mensajeaba mi fuente antes de apostillar que «el domicilio está en la calle Cardenal Torquemada». 
Mis vacaciones se detenían durante unas horas. Yo aún no lo sabía, pero la niña de la que me hablaba mi contacto era Sara Feraru, cuyo juicio se celebra durante estos días en busca de justicia por lo que, presuntamente, le hizo el novio de su madre con la anuencia de está o, al menos, con su falta de protección hacia la pequeña.
– Yo no te he dicho nada – me advertía mi fuente antes de despedirse.
– Por supuesto... – respondía yo. Como decía un sabio excompañero, los periodistas valemos lo que valen nuestras fuentes.
Esa misma tarde el caso estallaba con los primeros indicios de su crudeza -agresiones sexuales, maltrato...- mientras que la cadena de errores iría saliendo en días posteriores; propiciado por las mentiras de la madre, sí, pero que el sistema -guste o no- permitió con su falta de diligencia.
Ahora, la Justicia tiene el encargo de aclarar qué pasó aquella mañana del 2 de agosto cuando el tal Roberto H.H., a quien la madre le había confiado el cuidado de la de sus hijas, llamó al 1-1-2 después de reventar a Sara. La cobardía del todavía presunto le ha llevado a negar todo hasta la fecha, pese a lo evidente que parece todo. Davinia, la madre, también deberá aclarar cómo fue capaz de convertirse en cómplice del maltrato que presagiaba lo peor, engañando a médicos, policías, jueces y asistentes sociales. 
Casi dos años después, un jurado popular debe poner las cosas en su sitio en nombre de Sara. Como me decía aquella buena fuente, «lo importante es que, por la memoria de la niña, se aclare todo». Que así sea.