Alfonso González Mozo

PLAZA MAYOR

Alfonso González Mozo

Periodista


El ‘apartheid’ del tabaco

29/08/2020

Hasta 1992, en Sudáfrica cohabitaban sin apenas convivir negros y blancos. Estaba vigente un sistema de segregación racial que también se impuso en Namibia y la actual Zimbabwe durante décadas y por el cual se creaban lugares separados para los diferentes grupos raciales, que solo permitía votar a los blancos y que llegaba a vetar los matrimonios y hasta las relaciones sexuales entre unos y otros. Este régimen pasó a la historia bajo la denominación de apartheid, término africano que significa separación.
Casi 30 años después y unos cuantos miles de kilómetros más al norte, al sur de la vieja Europa, en España parece haberse implantado otro apartheid, éste para los fumadores. Por un lado están ellos y por otro, nosotros; todos los que no fumamos y no logramos entender el drama que les supone no fumar a menos de dos metros de distancia de otra persona. Ni ahora con el coronavirus, ni antes, claro está.
El tabaco es un negocio para el Estado y por eso nadie se ha atrevido a prohibirlo. Es una droga tan legal como el alcohol, pero que general niveles de adicción bestiales y que es culpable de innumerables fallecimientos cada año, ya sea como precursor de un cáncer o de una enfermedad cardiovascular. Así que, a pesar de los pesares, es legal y genera una buena cantidad de ingresos estatales por la vía del impuesto.
Pero esto no habilita a los fumadores a ir de víctimas por la vida porque el Estado sea lo suficientemente maduro para, por lo menos, ir acotando las zonas en que se puede fumar. Los restaurantes y los bares son historia, igual que los parques infantiles, colegios y entornos sanitarios, cada vez está prohibido en más campos de fútbol y la tendencia imparable es transformar esa actividad en parte de la vida privada de cada uno. Ya está bien de respirar bocanadas de Winston cuando se camina por la calle Santiago.
La última batalla perdida por las pobres víctimas de este apartheid llega de la mano del coronavirus y esa prohibición –puesta en cuestión por algún juez, fumador a buen seguro– de no succionar un cigarrillo a menos de dos metros del prójimo. La indignación de los fumadores produce sonrojo ajeno, cuando apelan a su libertad obviando las miles de veces que sus caladas se dan de bruces con nuestra libre y sana respiración.