Julio Valdeón

A QUEMARROPA

Julio Valdeón

Periodista


Valladolid, capital

07/09/2019

La propuesta de incluir en el Estatuto de Autonomía la capitalidad de Valladolid ha sido saludada con los aspavientos habituales. Trinos propios de unos políticos mal acostumbrados a seguir el espíritu y la letra del texto constitucional. Donde leemos que los estatutos tienen que señalar el nombre de las capitales. Los argumentos contrarios, argüir que la cosa no está madura, comentar que no es el momento, agitar el sonajero de la competencia desleal, sacar en andas la corrosiva cantinela de los pueblos que compiten entre ellos, erosiona la confianza en unas instituciones que a veces parecen teledirigidas por el populismo ambiente. Normal que el concejal De Santiago-Juárez haya montado en cólera. Ya sólo nos faltaba recuperar los usos y abusos políticos del mandarín ese de las anchoas, que reclama trenes bala cuando no hace promoción de sí mismo por los platós basura. Castilla y León, región manca en tanto que siempre resultó exótico dejar fuera algunos territorios, forjada en el metal de la historia, no merece que volver a la corrala futbolera y la pelea tabernaria, cejijunta, cerril, de los supuestos agravios y los rencores profundos y las reivindicaciones disparatadas y alegres de quienes hacen de su tribu programa y de las elucubraciones históricas catecismo. Valladolid es capital pero no cabeza de león colonial igual que ninguna de las otras ciudades son apéndices al servicio de la una supuesta metrópoli ni graneros para exprimir tributos. Valladolid, capital del dolor de Umbral, panal de letras con Delibes al frente, territorio Seminci, hogar de la orquesta y las Cortes, la presidencia y más, arrastra ya demasiados problemas en su pugna con la competencia fiscal que plantean a diario los nacionalistas como para que encima tenga que pelear ahora con Salamanca o Burgos. Ciudades hermanas, celdas todas de un territorio todavía invertebrado, a la espera de unos políticos más atentos al interés general y menos a facturar gloriosos pósters electorales de combustión local y triste justificación localista.