Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


Con exactitud matemática

11/07/2020

Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado», sugería el maestro de las letras Juan Ramón Jiménez. Desconocía, o quizás no, que estaba condensando en un verso el objetivo fundamental de la Educación contemporánea: dotar a los estudiantes de la capacidad de discernir. Un propósito que, hoy, en este escenario inimaginable de tal incertidumbre, triplica su trascendencia. Porque el gran reto que tiene la tarea educativa, desde el ciclo infantil hasta el universitario, es ser capaz de fomentar en nuestros jóvenes, con suma precisión, el pensamiento crítico, creativo y divergente (el que nos hace más tolerantes a las opiniones contrarias de los demás). Estas son las vigas maestras de la nueva Educación. Por eso es fundamental que las políticas educativas se desliguen de lo anecdótico (que suele estar estrechamente vinculado con lo ideológico), para centrarse en lo esencial: cómo aprenden nuestras niñas y niños, desde una innovación pedagógica arrolladora. Hay que dotar a nuestros extraordinarios docentes de recursos y herramientas ágiles que les permitan activar la vanguardia formativa, en todo su esplendor. Porque tienen la sagrada responsabilidad de orientar la vocación de las nuevas generaciones, las que asumirán el destino del progreso. Un progreso condicionado por saber prestar una atención rigurosa a los alumnos con necesidades educativas especiales. Este enfoque definirá también el nivel de consistencia de nuestro sistema político. 
Eduquemos para el liderazgo. Sin demoras, ni atajos, ni tibiezas. Y comencemos a hacerlo por un valor inigualablemente fértil como es la paciencia. Una apuesta de futuro segura, con una doble función, pues permite individualizar adecuadamente el proceso didáctico (tomando en consideración el ritmo de aprendizaje de cada persona), y es además catapulta de la humildad, el valor concluyente para el triunfo laboral en esta nueva era, por su influencia en la decisiva destreza colaborativa. El estudiante que sabe manejar la paciencia está preparado para prevenir la frustración, para gestionar las emociones a su favor y para interpretar correctamente una realidad que está llamado a transformar. En este estilo educativo basan sus resultados las actuales potencias educativas mundiales, como Finlandia o Singapur. No cabe duda que la Educación Superior debe contribuir, decisivamente, a frenar la brecha de talento que sufre hoy el ámbito empresarial y emprendedor. Y esto requiere evolucionar los parámetros educativos existentes para asegurar lo primario: la constitución de personas íntegras, nuestra mayor fuerza social. 
La Educación moderna, desde esta integridad, debe proyectar ciudadanos valientes (los que escriben por el otro lado), con fuertes habilidades digitales y humanísticas, propulsadas por un robusto raciocinio. Por eso urge enseñar más estratégica y enérgicamente el brío de los valores. Valores como la paciencia. No en vano, sostenía Franz Kafka, uno de los escritores más influyentes del siglo XX, que «todos los errores humanos son fruto de la impaciencia, una interrupción prematura de lo metódico». Hay que conocer qué tierra dará el mejor fruto. La serenidad, activadora de los nuevos principios del éxito, como el equilibrio y la confianza, es un arte practicado por los líderes más decisivos del mundo. Y así ha sido, incluso, en las distintas épocas de la historia. Que la Educación decidirá la medida de nuestro progreso es una evidencia plena, como lo es la fortuna de las personas íntegras. Evidencias con exactitud matemática, esas que nadie puede detener. Así ocurre con el agua, que siempre va donde quiere ir, como narraba la poetisa Margaret Atwood: «El agua es paciente, incluso su lento goteo acaba por desgastar una roca. Recuerda eso, recuerda que más de la mitad de ti es agua». Casi nada.