Juan José Laborda

RUMBOS EN LA CARTA

Juan José Laborda

Historiador y periodista. Expresidente del Senado


Epifanía en Washington

10/01/2021

«Vamos a dirigirnos al Capitolio... Nunca recuperaremos nuestro país siendo débiles. Debemos demostrar nuestra fuerza», dijo Donald Trump a la masa que él mismo había convocado. 
A continuación la masa se puso en marcha: «En el interior de la masa reina igualdad», definió el premio Nobel, Elías Canetti, en su formidable estudio Masa y poder (1960). 
Efectivamente, en la masa asaltante al Capitolio, cuando se reunían los legisladores de ambas cámaras del Congreso de los Estados Unidos, reinaba la igualdad. Todos se sentían iguales, y esa sensación debía ser un momento único en sus biografías, la mayoría llenas de frustraciones; todos celebraban a los que habían acudido disfrazados de personajes de los cómics y héroes de ciencia ficción, ya que esto no era una muestra de la odiada individualidad de los ‘liberales’, sino que aparecer, por ejemplo, como capitán América, o como guerrero semidesnudo y amenazante, era un símbolo de nuestra fuerza, que Donald Trump les había pedido que demostraran unas horas antes.
Elias Canetti (1905-1994), un judío sefardí de origen español, que escribió en alemán, cuando dedicó muchos años a pensar y a escribir sobre las masas humanas, tenía presente la fuerza destructiva de los nazis y los demás populismos, fascistas y comunistas. También Ortega y Gasset reflexionó sobre ese fenómeno contemporáneo, en su mejor ensayo. Canetti profundiza en el hecho moral de la desaparición de la responsabilidad individual, del sentido personal de la culpa, la persona que se disuelve en la masa. 
Ese mecanismo destructivo lo puso en marcha Donald Trump. ¿Es Trump un idiota? Es evidente que la Justicia norteamericana tomará cartas en el asunto, pues sus presuntos delitos son muy graves. ¿Por qué llegó a tanto, incitando a la masa para que manifestará su fuerza ante los parlamentarios reunidos? 
Descartada la tesis de su idiotismo, mi opinión es que Trump tenía miedo a los tribunales cuando dejara de ostentar la inmunidad de la presidencia, y ante eso, su única defensa consistía en convertirse en un líder de masas, capaz de amenazar al sistema político y judicial norteamericano con la reacción de sus partidarios. Él intuía que podría salir bien parado si actuaba como lo venía haciendo como propietario con sus acreedores, en los frecuentes momentos malos de su existencia empresarial. 
Trump no es idiota ni estúpido, aunque sea un idiota moral, como fueron personajes recientes de nuestra historia, como Jesús Gil y Gil (1933-2004). 
Es pronto para saber si Trump podrá convertirse en un líder populista de masas. Provocar la escisión del viejo partido republicano, el partido de Abraham Lincoln, no es fácil, y la masa asaltante del Capitolio fue mucho más destructiva que lo que Trump quería y esperaba, con lo cual su liderazgo esta lastrado por las demenciales actuaciones de sus partidarios. 
Pero también porque Trump no es un líder, sino un simple demagogo, y además, no es un revolucionario, sino un empresario matón y tramposo. En realidad, según la hipótesis que llevo años argumentando, en nuestra época ya no es posible cualquier forma de revolución, como forma de legitimación del poder. Trump no podría ser un revolucionario, aunque lo quisiera -que no lo quiere-, porque desde la revolución islámica de Irán y el derrumbamiento del comunismo soviético se terminó la época revolucionaria que comenzó, significativamente, con las revoluciones norteamericana y francesa del siglo XVIII. En esa dimensión, además, Trump no es un político, en este mundo actual que ha perdido el sentido de la política, es decir, el sentido de la realidad. La época posrevolucionaria se caracteriza porque la política es virtual, con discursos fantasiosos, en los que la mentira se camufla cobardemente bajo la denominación de posverdad. En eso Trump es un ideal. 
«La masa necesita una dirección. Está en movimiento y se mueve hacia algo». «Para su subsistencia la dirección es indispensable», escribió Elías Canetti en su libro. Trump no dirigió nunca, ni en ninguna dirección; no es un líder político, porque ha dejado a sus partidarios tirados, reconociendo al final la victoria de Biden y la decisión del Capitolio. 
Yo creo que el trumpismo se ha terminado, pero eso no quiere decir que la revuelta existente contra la dominación del capitalismo actual se haya acabado con su fracaso personal. No habrá revolución, pero surgirán revueltas de tipo medieval, desencadenadas por bulos apocalípticos, persiguiendo a muerte a los que son distintos, en ideas, raza o religión… 
Epifanía o revelación: el sistema político norteamericano ha resistido esta tremenda prueba: ¡el enemigo estaba en la cúspide! ¿Pero España resistiría un desafío parecido? Por esa duda fundada no me gusta que mi Gobierno dependa de quienes intentaron asaltar el Congreso de los Diputados, el Parlament de Catalunya o las Juntas Generales vascas. Y me preocupa que la Oposición propale bulos indecentes, sobre la pandemia, o sobre que fueron ETA, Marruecos y los socialistas quienes hicieron estallar bombas en el metro de Madrid.