Maite Rodríguez Iglesias

PLAZA MAYOR

Maite Rodríguez Iglesias

Periodista


¿Qué queremos salvar?

12/12/2020

La pandemia agudiza la dinámica autodestructiva de la sociedad. Al principio, cuando el miedo a la desconocido y al efecto aniquilador del virus nos encerró en casa, parecía todo lo contrario. El mensaje era que esto nos haría mejores, que saldríamos fortalecidos como sociedad y preparados para nuevos retos. Como si de una revolución se tratase, parecía que la covid-19 era la amalgama que necesitábamos para que todos a una lucháramos contra ese enemigo común. Ejemplos no faltaban: médicos, enfermeras, cajeras, personal de limpieza,... y todos los que durante el confinamiento trabajaron en primera línea, con mínimas protecciones, y garantizando el bienestar del resto. Sin fallas, sin desertores, y con la vista puesta en un horizonte mejor. Pero hizo falta muy poco tiempo para que nos cansásemos y los aplausos cesaran. Llegó el buen tiempo, se a comenzó relativizar la amenaza del virus y a cuestionar la eficacia de las limitaciones de algunos derechos individuales. Perdimos el miedo, cambiaron los valores, nos volvimos a creer otra vez invencibles y superiores, y se produjo un giro copernicano, donde cada uno trata de seguir uno o varios caminos hacia un destino incierto. 
Y ahora, cuando la segunda oleada afloja, aunque se ha cobrado un peaje tremendo de víctimas mortales, el dilema social es salvar la Navidad. ¿Qué Navidad queremos salvar? La que antes nos parecía una tortura por tener que compartir mesa y mantel con la suegra, el cuñado o el tío del que hacíamos escarnio público en el grupo de amigos. O la que implica un consumismo desaforado, que este año tendría un pase para salvar la maltrecha economía de los comerciantes. O la esencia de la Navidad, de la festividad religiosa, que se había alejado mucho de sus orígenes, pero que también este año sería un momento muy oportuno para rescatar. No se trata de sentar a un pobre en la mesa, pero quizás sí de tratar de ser menos egoístas, individualistas y recuperar ciertas dosis de altruismo y de generosidad. Pero, sobre todo, ¿queremos salvar vidas humanas? ¿Queremos no poner en riesgo innecesariamente a nuestros seres queridos? En esta sociedad líquida, sin valores sólidos, donde los mensajes cambiantes en las redes sociales tienen más valor que un informe científico, no viene mal recordar el mito griego de Erisictón, el rey que se autodevoró porque nada podía saciar su hambre.