Maite Rodríguez Iglesias

PLAZA MAYOR

Maite Rodríguez Iglesias

Periodista


Sucesión

25/09/2022

No hay nada más literario o cinematográfico que la historia de una familia regida por un patriarca, que espera el momento de la sucesión al trono. Recoger el testigo y asumir el relevo de una figura carismática, ya sea un progenitor o un referente profesional e ideológico, se puede convertir en un reto, una losa o una batalla cruenta entre los aspirantes. Los cambios de 'líderes' implican transiciones complejas, y más cuando hay una senda prefijada o unas expectativas muy asentadas. 
El ejemplo más reciente y popular es el del nuevo rey de Gran Bretaña, Carlos III, que deberá esforzarse, y mucho, para revertir la idea generalizada de que no podrá igualar, y menos superar, el legado de su madre.  En este caso, el fallecimiento de la reina ayuda a la idealización por parte de la opinión pública de su figura y no deja, de momento, margen a una crítica, o un mínimo cuestionamiento, que pudiera rebajar las expectativas sobre el sucesor. 
Pero este 'problema' también se vive en otros escenarios más mundanos y cercanos,  que afectan a figuras que representan planteamientos radicalmente opuestos a los de las sucesiones regias. Esta semana se ha vuelto a debatir en la plataforma Valladolid Toma la Palabra sobre sus candidatos para las municipales de mayo de 2023. En este caso más que de sucesión hay que hablar de relevo, pero esto no rebaja la complejidad porque la presión social y las expectativas de mantenerse en el Gobierno local condicionan la elección. 
En este caso el código ético de la formación, donde se estipula un límite temporal para sus cargos públicos, se ha convertido en un obstáculo para sus propias expectativas electorales. El carisma y peso político de los tres concejales que, a priori, no podrán repetir como candidatos, opaca cualquier alternativa. Por eso esta limitación chirría. El  propio alcalde y socio de Gobierno incluso se pregunta si esto es más un harakiri que una decisión obligada. Y evidencia el coste político que puede suponer acatar un código ético, que no aplican el resto de las formaciones, y que puede hacerles perder representatividad y con ello el Gobierno local. Pero también cabe la duda de si se ha planteado bien el proceso de relevo y todas sus vertientes, incluidos los nombres alternativos, para asegurar la sostenibilidad y éxito electoral. La duda se resolverá en unas semanas, y se evidenciará si la ética gana al pragmatismo, o si las presiones externas se imponen a los compromisos personales.