Jesús Quijano

UN MINUTO MIO

Jesús Quijano

Catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad de Valladolid


Desahucios

21/10/2019

Visto lo que pasó estos años de la crisis, no es de extrañar que el mero pronunciamiento de la palabra traiga malas evocaciones. Y es lógico. El desahucio siempre conlleva algo, o mucho, de tragedia, porque ese carácter tiene el hecho de que una persona, o una familia, que es lo más habitual, tenga que abandonar su vivienda, incluso por la fuerza, como consecuencia de una resolución judicial que debe ejecutarse obligatoriamente. Si la propia palabra tiene esa connotación, ya me dirán de la otra que lo acompaña; porque al “desahucio” le sigue el “lanzamiento”, que es el acto jurídico final por el que se saca al desahuciado de la vivienda que ocupa. A menudo las leyes eligen términos especialmente significantes de lo que quieren expresar, y ése es el caso, sin duda. 
A lo que iba: durante estos años, la mayor parte de los desahucios, o al menos los más sonoros, estaban relacionados con el impago de la hipoteca, que a su vez traía causa, con frecuencia, del desempleo; tenían además a una entidad bancaria detrás y todo ello contribuía a la mala imagen del mecanismo jurídico citado. Y la cuestión es que la situación actual empieza a ser algo distinta. Como consecuencia de algunas sentencias de los Tribunales (europeos y luego españoles) y de las reformas que se han ido produciendo en la legislación hipotecaria, el desahucio por este motivo se ha ido reduciendo y, a cambio, la otra causa habitual del desalojo de la vivienda, que es la falta de pago de la renta, ha ido aumentando. En lo que va de año, por ejemplo, y según las estadísticas judiciales, el número de desahucio por ejecución hipotecaria fue de 43, mientras que por falta de pago del alquiler en viviendas arrendadas fue de 145. 
El resultado, en cuanto a consecuencias dramáticas puede ser el mismo; la causa, no siempre. Detrás de la hipoteca está un banco; detrás del alquiler, a menudo está un propietario que invirtió los ahorros de su vida en un piso que ahora alquila para complementar con la renta que obtiene la escasa pensión que le quedó. Los intereses en juego no son los mismos; y habría que procurar equilibrarlos. Poniendo límite a rentas exorbitantes, desde luego, pero también teniendo en cuenta el interés de la otra parte, que puede estar en situación parecida a la del inquilino.