Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


El corazón de la tarde

19/04/2021

Mientras la guerra de las vacunas, que sucedió a la de las mascarillas y esta a la de los medicamentos, y antes a la de las fronteras cerradas, arrecia en todas las entrevistas llena de comentarios políticos y técnicos, hasta llegar a un momento en que ya uno no sabe qué es una cosa y qué otra, la tarde sigue su camino de suave aliento, de remanso vital en la llanura. Al fondo, las montañas espejean en un ardor rojo que anuncia el viejo atardecer. Voy paseando solo y, en el campo que está solitario, se anuncia que dentro de la vida hay muchas vidas, que dentro del inmenso escenario hay muchos escenarios que se superponen y lo agotan, lo vuelven tangencial, porque ahora esta soledad que bulle mansa en el ardor de la naturaleza recupera por dentro un gozo que solo puede salir del alma, y digo así porque a todo aquello que adentro tiene una luz propia desconocida, un deseo de trascendencia y espiritualidad, lo llamo alma.
El ruido de las diversas guerras, las multinacionales y su fuego subterráneo; el tosco o ingenuo o malicioso o árido soniquete de los políticos en elecciones ( o sea siempre); el malhumor de los que agitan chismes y deprecian el verbo, lapidan en la plaza pública a alguien; el aire nefasto de los arúspices que arañan las entrañas del vacío, todo late tan lejos que la realidad cotidiana parece estar a miles de kilómetros. Me es más fácil oír el ruido del mar, que está más allá de las montañas, que el chapoteo verbal de una realidad opresiva que cae, día a día, como una losa sobre la mente agotada de oír lo mismo. 
La batalla del vivir, que cada noche y cada mañana se apaga y se enciende, que ruge mientras en la mesa los alimentos esperan desaparecer en una paz imposible, ahora es la letanía de un mudo. Los espejos del mediodía aún destellan en las hojas de los madroños, porque la tarde respeta la belleza y la va devorando poco a poco, para transformarla en otra belleza que esperará la noche satisfecha. 
Muy lejos hay un corazón helado o herido o seco, que envía un plasma sucio, al centro de esa realidad, que en tumulto nos acosa y en tumulto nos olvida. Aquí el corazón es la luz, el baile del viento, el alma de las encinas. Aquí el corazón es el silencio, en él está escrito el más bello mensaje. Aquí el corazón se pierde, como la vista, cuando se mira tan a lo lejos que es posible traspasar el horizonte. Aquí me vienen a la mente las conocidas palabras de Shakespeare en Macbeth de las que sacó el título Faulkner para su cuarta novela: «La vida es una sombra...Una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa».