Editorial

La campaña madrileña apuntalará los peores ejemplos de calidad política

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La campaña electoral para la configuración de la próxima Asamblea de Madrid dio comienzo ayer siguiendo el guion que se presagiaba: la confirmación de que para la candidata a la reelección como presidenta del Gobierno de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, esta cita ha de convertirse en un cara a cara con el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, tratando de catapultar al PP hacia el éxito en las próximas elecciones generales. Desafortunadamente, la campaña en la comunidad madrileña va a seguir durante los próximos quince días por los derroteros de un lenguaje provocador y alarmantemente populista, muy alejado de lo que verdaderamente necesitan no solo los ciudadanos madrileños sino el conjunto de los españoles. De hecho, esta campaña autonómica va a tener un eco importante en todo el país y el efecto constructivo o destructivo de los mensajes tendrá reflejo general.

Esta campaña planteada por Ayuso como una elección entre libertad o comunismo es el mejor ejemplo de que la clase política española está carente de líderes capaces de ganarse la confianza de los ciudadanos con discursos constructivos. La enorme carga de confrontación, recurriendo en este caso a los tópicos del comunismo para conseguir la reelección, y a la que inevitable y desgraciadamente terminan entrando los aludidos, es un caldo de cultivo que lleva ya demasiado tiempo en nuestra política. Ayuso tiene el foco sobre sí misma, precisamente, por su alta capacidad para la confrontación, consciente de que el populismo ha dado mucho rédito en los últimos años a sus practicantes, pero no es la única que embarra peligrosamente el terreno de juego. 

En cualquier caso, el riesgo de empeorar nuestra calidad democrática es alto y eso es lo que debe preocuparnos; la democracia no es solo poder ir a votar cada vez que caducan o se interrumpen los mandatos y se disuelven parlamentos y ayuntamientos, sino también que los ciudadanos tengan la posibilidad de poder elegir entre candidatos de calidad. Y ese es, precisamente, el gran déficit en el ejercicio de la política en nuestro país a todos los niveles, salvo excepciones que por su baja casuística son imperceptibles para la mayoría. Para defender las ideas y presentar a los ciudadanos modelos de progreso a medio y largo plazo no es necesario caer en la ordinariez, la venganza ni en el insulto. 

Las elecciones de Madrid van a estar marcadas por los peores ejemplos de lo que debe ser la política y van a servir para apuntalar un estilo que este país no se merece. Claro que también es cierto que en la progresiva devaluación de la calidad política existe una alto grado de responsabilidad ciudadana. Si en lugar de aceptar y dar impulso a perfiles que basan su éxito en la demagogia, el populismo y la provocación la sociedad diera muestras de rechazo a todos y cada uno de ellos, la clase política no sería señalada en las encuestas por los propios ciudadanos como uno de los principales problemas.