Julio Valdeón

A QUEMARROPA

Julio Valdeón

Periodista


La escopeta nacional

26/10/2019

Enganchado vía satélite a la ceremonia de exhumación de Franco Franco Franco me preguntaba si algún día la monstruosidad de Cuelgamuros podrá superar su condición de estanque de muertos, su impronta fúnebre, su loco y vengativo boato. Parece imposible, dada la cruz de tropecientos metros y toneladas y la presencia de miles y miles de huesos macerados por el aguardiente del dolor y el odio. El Valle de los Caídos, el valle de la muerte, el valle de Josafat, donde el profeta Joel enclava el tribunal de Yahveh en el Juicio Final, no es sino un monumento levantado para dar lustre a los muertos de la Cruzada. Abierto a golpe de dinamita en la piedra con mano de obra de prisioneros semiesclavos y rellenado gracias a los osarios de sus enemigos. El monumento sobresale como egotista poema al asesino de voz atiplada y, sobre todo, a la causa general contra millones de personas desterradas a la Anti España. Sumido en pensamientos fúnebres, agobiado por la certeza de que los buitres de toda condición picotean en el pasado para encadenar a los vivos, respire aliviado con el folclore de los entusiastas. Justo cuando estaba por creerme las consignas de Francoland y los poemas de los poetas convencidos de que esto no tiene arreglo y todo acaba mal apareció ante las cámaras el Chino Franquista, figura, para gritar Flanco, plesente. Agradecido, casi emocionado, recordé lo mucho que extrañamos la mirada entre vitriólica y compasiva de Berlanga y Azcona, imaginé a Pepe Isbert en el papel de abad del Valle, a José Luis López Vázquez como el hijo de Tejero y a Pedro Sánchez de José Sazatornil Buendía de Saza y a Carmen Calvo como una Mónica Randall francamente desmejorada y comprendí que no hay suceso que no pueda desfilar por el callejón del gato. Me consolé mientras imaginaba una película poblada de modernos párrocos franquistas y cínicos ministros encarnados por Antonio Ferrandis y desee que, una vez trasladado el tirano, nos sea concedido el permiso de regresar al presente. Falta nos hace.