Alfonso González Mozo

PLAZA MAYOR

Alfonso González Mozo

Periodista


El bofetón de la rutina

18/09/2021

Refunfuñan, gruñen, protestan y hay días que parecen hasta sufrir, aunque todo es un espejismo; puro fuego de artificio. Maldicen la presencia de los libros y el forro por la casa, como si representasen un aterrador fantasma, ese de la vuelta al cole que se les manifiesta cada vez que su padre les recuerda lo poco que les queda y ellos responden implorando a los siete vientos que el reloj vaya más despacio, que el tiempo de sol y chapuzones no se acabe nunca y se prolongue su vita bella estival.
Pero en Valladolid hasta el cielo ayuda para empujarles hacia la realidad entre prematuras lluvias y clima otoñal. Y, de pronto, un día de septiembre, tras casi tres meses en barbecho, se ven cambiando el bañador por la mochila, el ocio infinito por la obligación. Guardando todo en ese cajón del olvido en el que metemos nuestras mejores vivencias con el anhelo de intentar rescatarlas dentro de un tiempo. Aún no lo saben, pero no habrá ningún verano igual; son siempre irrepetibles.
Y llega el día. Entre ojeras y ese sepulcral silencio mañanero que da la somnolencia se cuelgan la mochila y la cargan de ilusión para afrontar la cruda realidad de la inexorable y necesaria vuelta a una rutina que este curso todavía se dibuja con mascarillas y baños de gel hidroalcohólico –¿hasta cuándo vamos a estirar la tontada del gel, por cierto?–. Aunque los más optimistas vislumbremos una ulterior vuelta a la rutina, a la de verdad, una en la que ya no haya ni mascarillas –¡ni gel!–, una en la que metamos la pandemia en lo más profundo del cajón del olvido; cerrar con llave y tirarla.
La vida real vuelve para todos, no solo para los niños. Los adultos también refunfuñamos, gruñimos y protestamos cuando la rutina no saluda de un bofetón que nos quita hasta los restos del moreno playero. Y sufrimos cuando los que mandan adoptan decisiones como la de que los alumnos de Infantil y Primaria se pasen todo septiembre saliendo de clase una hora antes, como si los padres, además de las piruetas cotidianas, también tuviéramos que hacer un mortal cada día durante dos meses cada curso. Porque en junio tiene poco sentido, pero nos tragamos el discurso del cansancio del fin del año escolar, pero en septiembre no tiene un pase. ¿Para qué salir una hora antes si acaban de empezar las clases? Claro, después salen los políticos llenándose la boca con la conciliación, aunque olvidándose de aplicar medidas sencillas. Cuestión de rutina, también.