No era mi intención, dado lo mucho que dará que hablar aún lo de los indultos a los presos del procés, pero no puedo por menos, compréndanme. Porque más allá de si esta medida de gracia nos va a hacer reír o llorar muy pronto, lo cierto es que de momento ha servido para ahondar en la confrontación política entre los grandes partidos, lo cual no deja de ir en contra del consenso que exige el actual contexto económico y social del conjunto del país, que es lo que verdaderamente me importa.

Es difícil aventurar a bote pronto si la liberación de los 9 presos aliviará la inquina que el 52% del electorado catalán manifiesta contra todo lo que suene a español, pero me temo que no. Ya han advertido sus próceres que no se van a bajar de la burra (ni del parné, diría yo también). Las declaraciones del propio gobierno catalán, con el president a la cabeza, no dejan lugar a dudas: su hoja de ruta sigue teniendo, como inequívoca y última parada, la autodeterminación.

Por ello, la nueva etapa de normalización que preconiza el presidente Pedro Sánchez suena a un querer y no poder, a sabiendas de que se la juega más que nadie en un proceso que, lejos de resolver el llamado conflicto, da renovadas alas a los independentistas. Sin duda, ya puede aplicarse el Ejecutivo de la nación en un esfuerzo de pedagogía sin precedentes fuera de los confines de Cataluña si pretende renovar la confianza de propios y extraños.

Personalmente, creo que el clima de confrontación no va a bajar ni un grado. Y ojalá me equivoque. El perdón honra en general a quien lo practica, pero para eso el que lo recibe debe ser consciente de querer recibirlo, y no es el caso. En mi pueblo a estos últimos personajes se les define como jetas y vividores y a los otros, tontos de vocación.