Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


Mi vida sin ti

16/05/2022

Por una actividad intensa que he tenido hace poco (Fenavin) me vi una noche mirando el móvil sentado en el sofá de mi casa, con los ojos quietos en su pantalla luminosa, sin tocar ningún icono, como si en ese momento solo pudiese existir ese silencioso diálogo entre un hombre cansado y el utensilio que durante todo el día estuvo martilleando su cerebro con pequeños mensajes que entraban en cascada, se superponían y pedían respuesta inmediata. 
Mientras lo miraba y veía los últimos parpadeos de WhatsApp, pensé en que fue mi único puente con la realidad, que salió y entró de mi bolsillo cientos de veces y fue el guía del 90 por ciento de mis actos, pues me dijo donde debía ir y a quién tenía que llamar, qué decisiones realizar con inmediatez y cuáles apuntar para una hora determinada. Lo miraba y agradecía ese momento de silencio que me entregaba al anochecer, como si ya realizada la tarea, él también necesitara un descanso parecido al mío. Como yo, se amodorraba, espaciaba sus impulsos intermitentes, buscaba el mismo descanso para que su mente de luces saciara la sed de serenidad en el abrevadero del silencio.
Mi vida se dividió, en esos tres días de vorágine, en dos enormes campos de existencia: el que dominaba él y el resto, siendo el resto los momentos de saludos y abrazos a conocidos y desconocidos, los actos oficiales y los vinos conocidos o anónimos que rodean al director de una feria de vino inmensa. En medio, en la frontera entre ambos campos, una tierra de nadie. Estaban allí mis anhelos previos, las llamadas que quise hacer y no pude, los amigos que quise saludar y se alejaron, las visitas deseadas imposibles, el paseo tranquilo por unos stand que durante meses fueron formas invisibles y ahora eran espacios atrayentes. Todos convertidos en fantasmas de un deseo, pues cada vez que intentaba una llamada deseada entraba la urgencia del WhatsApp y no podía iniciarla, o saludaba a un amigo y entraba una llamada que requería mi atención, o deseaba el tranquilo vino de la amistad y tenía que dejarlo a medias porque el móvil me daba la orden de que fuese para otro lado.
En el sofá, y en la penumbra de una luz sin fuerza, el móvil dormía en mis manos después de una densa jornada. Incluso le escuché un leve ronquido que anunciaba el sueño profundo. Era la noche del día de la clausura de Fenavin. Pensé en anular su poder sobre mí. Cierto que me había prestado grandes servicios, pero había ahogado mi ser y me había llevado por las autopistas del estrés. Lo que más deseaba en aquel momento era vivir sin él. Fui a la cómoda y busqué el cajón más hondo, donde sábanas plegadas esperaban su hora. Allí lo acosté o lo enterré y ahora, sin el móvil a mi lado, les escribo con el alma del viento del cielo brillando en mis ojos.