Mariano Esteban, virólogo vallisoletano del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), le ha dicho a El Día de Valladolid que «los mayores están respondiendo perfectamente a las vacunas». La gran tragedia de nuestro tiempo consiste en que el asombroso avance de unas vacunas revolucionarias haya sido lastrado por la burocracia y el chovinismo de los países que integran la UE, que entre otros males han provocado que compremos tarde los medicamentos. Mientras la economía salta por los aires y las unidades de cuidados intensivos rondan la debacle de la primera ola. Las previsiones más optimistas apuntan que con este ritmo de vacunaciones tardaremos años en alcanzar la inmunidad de rebaño. No sé si nuestro país aguantará la carnicería. Y eso que todavía miles de empresas aguantan como los zombies de las peores series. Conectados al respirador de las ayudas para evitar despidos, a falta de que llegue la segadora en mayo. No entiendo que enero acabe sin que el gobierno despliegue de una vez al ejército y sin aprovechar todos los recursos disponibles, tanto de la sanidad privada como de las farmacias. Si esto no es una amenaza existencial que venga el meteorito  lo vea. Por no recordar la anemia que sufrimos de campañas institucionales diseñadas para convencer a quienes dudan. Un segmento de población en absoluto despreciable, al menos numéricamente. Junto con las consabidas negligencias gubernamentales tanto a nivel nacional como supranacional en la compra y distribución de las vacunas, el pasotismo de las autoridades respecto a los magufos escépticos podría dinamitar los esfuerzos para conseguir vacunarnos a tiempo. Esto es, antes de que hayamos muerto todos, de asco, hambre o hipoxia. Antes también de que la pura fuerza bruta de la epidemia, con cientos de millones de infectados, en plena carrera darwinista de mutaciones aceleradas, asegure la aparición de nuevas cepas. Variantes ante cuya virulencia renovada los fármacos actuales no serán efectivos.