La 'cláusula covid' llega al alquiler de pisos compartidos

Óscar Fraile
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Los inquilinos se aseguran poder dejar la casa sin penalización en caso de un nuevo confinamiento, mientras que algunos dueños reconocen más dificultad para llenar las habitaciones

Federico Camerin (i) y Nabu Nazzar son dos de las tres personas que comparten un piso en la calle Madre de Dios. - Foto: Jonathan Tajes

El confinamiento decretado por el Gobierno el pasado mes de marzo supuso un vuelco social que, de algún modo u otro, afectó a toda la población. Por ejemplo, a los estudiantes que residían en pisos compartidos y de la noche a la mañana se vieron sin la posibilidad de ir a clase, una restricción que se prolongó hasta final de curso. Su situación no era nada fácil, porque la mayor parte de ellos tenían firmados contratos de alquiler que se prolongaban hasta el final de las clases, de modo que irse antes de tiempo suponía afrontar una penalización si el propietario no se mostraba flexible. Bien es cierto que esto solo afectaba a los inquilinos que llevaran menos de seis meses en la vivienda, porque, pasado ese tiempo, la Ley de Arrendamientos Urbanos permite a los inquilinos desistir sin pagar penalización, aunque el contrato dure más.

Dicen que la experiencia es la mejor de las maestras, y eso han debido pensar los inquilinos que han firmado un contrato desde entonces. Según confirman desde el Colegio de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria (API) de Valladolid, ahora la mayor parte de ellos incluyen la conocida como ‘cláusula covid’, que prevé qué pasaría en el caso de un nuevo confinamiento y otros supuestos relacionados con la pandemia. Y lo que suele decir la cláusula es que el arrendatario podrá abandonar la vivienda sin penalización si se decreta otro estado de alarma o confinamiento. «Son las circunstancias que se están barajando en estos contratos», explica el presidente del Colegio, José Manuel Martínez, quien también precisa que esta es una circunstancia que afecta exclusivamente a los contratos de corta duración. Martínez también incide en que esta práctica tampoco debe suponer ningún menoscabo en los derechos del arrendador. Es más, los expertos consideran positivo anticiparse con estas cláusulas a un nuevo escenario de restricciones. «Hoy día un anexo de este tipo puede ser recomendable para ambas partes, tanto caseros como inquilinos, para tener claro cómo se actuaría en esta situación hipotética y esclarecer el mayor número de dudas al respecto», dicen desde el despacho de abogado Legálitas.

Esta situación también ha provocado que algunos propietarios de pisos en alquiler tengan más dificultades para llenar las habitaciones. Un buen ejemplo es David Arroyo, que tiene tres inmuebles dedicados a esta actividad económica en distintos puntos de la ciudad. «Ahora tengo uno completo y dos vacíos y la verdad es que es un mal momento porque cuesta encontrar gente», señala.

Otra de las consecuencias que ha tenido esta situación es el establecimiento en algunos pisos compartidos de nuevas normas de convivencia, sobre todo para garantizar la seguridad. Aunque muchas veces son los inquilinos los que llegan a estos acuerdos, en otras también se implican los propietarios. «Con el tema del covid lo que hemos hecho son pequeñas modificaciones en las normas de la casa, como restringir las visitas, y también hemos comprado un zapatero que hemos puesto en el vestíbulo para que todos dejen su calzado ahí cuando entran en casa y se pongan las zapatillas, además de colocar un dispensador de gel encima de este mueble», señala una propietaria con una vivienda en alquiler en la calle Dos de Mayo. En este piso, ocupado por trabajadores, es obligatorio ir con mascarilla en las zonas comunes.

Lo cierto es que, pese a estas circunstancias tan particulares, un informe del portal inmobiliario pisos.com sostiene que el precio medio del alquiler de una habitación en Valladolid se ha incrementado este año hasta los 231 euros, frente a los 216 de los dos años anteriores. Una evolución en la que la pandemia ya tiene su influencia, puesto que estos precios fueron recogidos durante el mes de agosto y principio de septiembre. Con todo, este importe sigue estando por debajo de los 269 euros de la media española por una habitación. 

El estudio del portal también desvela que el 55 por ciento de los que buscan pisos compartidos son mujeres y el 45 por ciento, hombres,  y que Valladolid capital aglutina el 1,34 por ciento de la oferta nacional de pisos compartidos. Un porcentaje que puede parecer muy escaso, pero que sitúa a la ciudad en el noveno puesto de España, solo por detrás de Barcelona (14,4 por ciento), Madrid (13,9), Valencia (4,6), Sevilla (4,3), Granada (3,4), Málaga (3), Salamanca (2) y Alicante (1,9).

Un caso

«He pactado con un inquilino que pague la mitad si hay otro confinamiento»

Al entrar en la vivienda en la que conviven Federico Camerin, Nabu Nazzar y Carlos Jiménez uno se encuentra con un espray para rociarse y desinfectar los zapatos. La era covid marca nuevas normas de convivencia, especialmente en los pisos compartidos, aunque algunas de ellas no sean otra cosa que apelar al sentido común. Por ejemplo, en esta vivienda situada en la calle Madre de Dios se prohibieron las visitas desde que comenzó la pandemia. Además, sus inquilinos han decidido, por voluntad propia, restringir el contacto social a la mínima expresión. Nada de bares, nada de restaurantes. Es época de austeridad social.

Camerin es investigador de la Universidad de Valladolid (UVa) en un proyecto europeo de urbanismo. Natural de Bérgamo (Italia), se decantó por compartir piso cuando llegó a España para tener más facilidad para conocer a otras personas. «Desde que vine en 2017 he estado compartiendo piso, aunque al principio estaba en otro diferente al actual y entre medias me fui a trabajar una temporada a Alemania», señala.

El colombiano Nabu Nazzar, nacido en Barranquilla, es uno de sus compañeros de piso y, como él, también prefirió compartir vivienda para hacer más fácil la adaptación social en su etapa en España. Graduado en Medicina en Colombia y con su titulación ya homologada en España, Nazzar estudia un curso de preparación para el MIR. «Iba a iniciar las clases en la Facultad de Medicina de la UVa, pero con todo esto del confinamiento la formación ha tenido que ser virtual», señala. Nazzar llegó a España a principios de marzo, poco antes de que se decretase el estado de alarma. Primero lo hizo a Valencia y después se desplazó a Valladolid. «Compartir piso es un poco más económico que estar solo, pero, sobre todo, te ayuda a conocer gente», añade.

Carlos es el tercero de sus compañeros, aunque este ingeniero está fuera de la vivienda temporalmente por trabajo.

En su contrato de alquiler no viene reflejada ninguna cláusula covid, porque está redactado antes de la pandemia, pero es un aspecto que no les preocupa porque mantienen una buena relación con el casero y saben que, en el caso de que surja un imprevisto, actuaría de forma razonable. «Es una buena persona, bastaría con hablarlo con él», dice Camerin.

El casero. Esa persona es David Arroyo. Él conoce muy bien cómo funciona el mercado de alquiler de habitaciones. No en vano, tiene tres pisos en Valladolid dedicados a esta actividad económica y esta misma semana ha adquirido otro, aunque él vive a caballo entre Mallorca y Valladolid. 

A Arroyo no le ha quedado más remedio que adaptarse a la nueva situación, dadas las dificultades que está teniendo para llenar las habitaciones. Por eso, en sus nuevos contratos ya anticipa soluciones para lo que pueda pasar en el futuro. «He llegado a un acuerdo con un inquilino para que pague la mitad si hay otro confinamiento y en otra vivienda les he liberado del pago de la luz», señala. Según él, la flexibilidad es importante en una época en la que mucha gente ha sufrido un descenso de ingresos. «He optado por rebajas de precio y por algunos detalles más porque sé que la situación es dura... hay que arrimar el hombro», explica.

Los potenciales inquilinos se han vuelto más exigentes y se preocupan mucho más que antes por las normas de la casa y los espacios compartidos. «Suelen preguntar si el baño es compartido y si pueden pagar un poco más para tener uno propio», señala.

Por sus profesiones, los integrantes de este piso pasan muchas horas estudiando. Y aunque han reducido el contacto social y establecidos unas normas de higiene y desinfección para evitar contagios, decidieron no utilizar la mascarilla en casa.

Estar lejos de la familia en unas circunstancias como las actuales no es fácil, aunque la tecnología ayude. «Hablo continuamente con ellos por teléfono», asegura Camerin. «Mis padres iban a venir a España en verano, pero con todo lo que ha pasado no ha podido y ser y nos hemos tenido que conformar con una comunicación virtual», añade Nazzar. Este colombiano agradece mucho haber estado acompañado en estos meses tan duros, con la movilidad restringida. «Estar solo en una vivienda hubiera sido traumático, habría acabado ingresado en un psiquiátrico», bromea.

Una guía. En otros países incluso se han editado guías para orientar a los integrantes de un piso compartido. Es el caso de Estados Unidos, a través de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC). Entre los consejos que ofrece está el de la continua desinfección de zonas compartidas, el uso de mascarilla en las mismas y evitar, en la medida de lo posible, las visitas. También recomienda que se limpien los baños dos veces al día y que no se compartan utensilios de cocina, como los platos, los vasos y los cubiertos.