"La escritura me da una libertad como nunca había sentido"

D.V.
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La actriz da el salto a la novela con 'La sombra de la tierra', un crudo drama rural ambientado en un pueblo zamorano a finales del siglo XIX, que llega a las librerías españolas este miércoles de la mano de Espasa

La actriz y escritora vallisoletana Elvira Mínguez - Foto: Ical

Inquieta por naturaleza, la actriz Elvira Mínguez (Valladolid, 1965) siempre ha sido un torbellino imparable. Lo era cuando probó a estudiar Biología en Salamanca, cuando regresó a Valladolid para intentar formarse en Diseño y Moda junto a alumnos como Pablo y Mayaya, y cuando dio sus primeros pasos en la interpretación en la Escuela de Arte Dramático de su ciudad natal. Luego llegó el cine, con su sonado debut en 'Días contados', que abrió una carrera de éxito en la gran pantalla que ha ido construyendo a base de convicción y talento, pero para ella nunca es suficiente. Además de sus pinitos en Bellas Artes, y de los talleres que brinda a sus compañeros de profesión para ayudarles en el estudio del guion o la dirección de actores, en apenas unos días verá la luz su penúltima aventura creativa. Este miércoles, 1 de febrero, llega a las librerías españolas 'La sombra de la tierra' (Espasa, 18,90 euros), su primera novela, un crudo drama rural ambientado en un pequeño pueblo zamorano a finales del siglo XIX, que ha vivido en su cabeza durante al menos dos décadas y que ahora desgrana en esta entrevista con Ical. Expectante, Elvira aguarda ya el encuentro de esta historia con los lectores. El 8 de febrero a las 19.30 horas mantendrá un encuentro con los ellos en la librería madrileña Antonio Machado, y el próximo 16 de marzo, a partir de las 19.00 horas, presentará su novela a orillas del Pisuerga en El Rincón de Morla, en Valladolid.

¿Cuál fue el origen de 'La sombra de la tierra'?

Vivo rodeada de libros, y de repente un día empecé a darle vueltas a cómo he podido leer tanto sin saber leer. Me refiero al proceso técnico de la escritura. Fui a Méndez, que es donde suelo comprar los libros, y al comentárselo me recomendaron participar en un taller de Clara Obligado. Mi idea inicial era solamente aprender a leer, a interpretar cuestiones técnicas como la estructura o las voces narrativas, pero lógicamente también tenías que escribir. En 2006 escribí cuatro monólogos sobre los hijos, de apenas dos folios cada uno, en los que tenías que plantear una historia y ya se vería si se desarrollaba o no. Aquello se quedó ahí, se me quedó atravesado, y de vez en cuando volvía a ello, lo dejaba… Con la pandemia empezó a cobrar diferentes formas. Por lógica, mi cabeza es visual, y pensaba la historia en clave de guion, pero al terminar la pandemia decidí que esto lo tenía que hacer. Así surgió. 

¿Qué le ha dado la literatura en su doble vertiente, como lectora y ahora como autora? 

Si me preguntan si me considero una gran lectora, creo que contestaría que lo normal, no demasiado. Pero sin embargo me doy cuenta de que estoy todo el tiempo leyendo. Para mí el objeto más bonito que existe es un libro. El olor, el ritual de cuando lo empiezas, mi rincón de lectura… La literatura se ha convertido con los años en un refugio dentro de mi casa. En cuanto a la escritura, en mi caso, viniendo de la interpretación, me aporta algo que allí no hay: libertad. Al fin y al cabo en la interpretación estamos supeditados a una historia que no es la nuestra, a un personaje que podemos desarrollar y encarnar, pero siempre dentro de unos límites, que son los que están fijados en la narración o en la cabeza del autor o del director. La escritura me ha dado sobre todo eso: libertad como nunca la había sentido. La libertad de poder coger a un personaje y hacer lo que te dé la gana con él. Mi novela reconozco que es dura, pero a mí hay un punto en el que no me lo parece, porque me he reído tanto escribiéndola… Eso muchas veces con la interpretación no lo tienes. 

¿Cómo dio con Garibalda y Atilana, las protagonistas?

Atilana es el nombre de mi bisabuela. Había una historia que mi madre contaba: Atilana se tiró al pozo. Eso ya de por sí me fascinó, sobre todo por un par de detalles: que dejó colocadas las zapatillas antes de saltar y se ató las faldas, para que cuando la sacaran no se le vieran las enaguas. Eso me hizo pensar que allí había un personaje. Se me quedó clavado, y a partir de ahí empezaron a llegar todos los demás. Obviamente toda la novela son recuerdos inventados. Mi familia de Zamora era de Villárdiga, pero no conozco nada de la zona de Villadeza. He estado documentándome durante muchísimos años y he utilizado nombres de mis familiares. En cuanto a Garibalda, era el nombre de una vecina de mi bisabuela que se me quedó grabado. Cuando mi madre hablaba de ella yo me la imaginaba casi como Garibaldi, con todo un ejército detrás. A partir de ahí empezó a surgir todo, los diálogos y los pensamientos comenzaron a fluir 'solos', después de veintitantos años madurándolo (ríe).

Ellas parecen las dos caras de una misma moneda, quizá símbolo de un país como España que parece condenado a la imposibilidad de la reconciliación.

(Ríe) Es curiosa la interpretación, aunque no pensaba en nada de eso al escribirlo. Yo tengo 57 años, llevo en esto de la interpretación y el cine unos cuantos, y a medida que han ido pasando los años me he dado cuenta, y es mi sensación, de que los personajes que me llegan no son de mujeres completas. A día de hoy todavía se siguen omitiendo muchas partes de las mujeres. Tengo la sensación de que, salvo raras y honrosas excepciones, las mujeres que se escriben son sesgadas. Es como si las privaran de atributos que se le han dado a los hombres, como la capacidad de odiar, de manipular, no querer a los hijos o ser una auténticas cabronas. Es como si se intentara no mostrar las partes negativas de estas mujeres, que también existen. Somos completas, para bien y para mal, exactamente igual que los hombres, y esa era una de las cosas que para mí era muy importante mostrar. Luego detrás de estas mujeres, víctimas de maltratos y abusos en sus casas que por desgracia son mucho más habituales de lo que podemos pensar, lo que hay son unas víctimas, que son los hijos. Para mí Atilana y Garibalda son dos mujeres que, en definitiva, se convierten en la misma. Esto es la moraleja final, cómo el odio en definitiva te acaba convirtiendo en el ser odiado.

Citaba antes Villárdiga, el pueblo zamorano de su madre. ¿Por qué decidió ambientar esta historia en Villaveza del Agua?

Fue fruto de la documentación. Desde el principio comencé a investigar en torno a esa zona, no sé muy bien por qué, supongo que a partir de la historia de mi bisabuela. Necesitaba un lugar donde poder ubicar un campamento; para mí era importante tener a un grupo de hombres de fuera del entorno más cercano de Atilana, que estuvieran trabajando allí por algo. Comencé a buscar proyectos que se hubieran desarrollado en esa zona, en principio relacionados con la electricidad y con el agua, y finalmente lo que encontré fueron las vías del tren. Está documentado que cuando se construyó la vía férrea que unía Medina del Campo con Zamora, al hacer el trazado por determinados lugares, entre ellos Villaveza, se les hundía el terreno porque era acuífero. Me pareció que era buen sitio para que Indalecio, el marido de Garibalda, intentara llevar a cabo su sueño de crear ese apeadero para el pueblo y que, al no lograrlo, esos hombres quedaran en cierto modo huérfanos. 

Es muy interesante el rol de los hombres en su novela, que está marcada por el enfrentamiento encarnizado entre dos mujeres.

Es otra de las cosas que quería resaltar en esta historia, donde hay hombres como por ejemplo Fernando Vacas, que aman y lo hacen desinteresadamente, porque quieren amar. A mí eso me parecía muy hermoso. Pienso que tampoco es algo que estemos tan habituados a ver o a leer, pero en la vida diaria en nuestro entorno hay hombres que aman y que aman bien, y eso es muy bonito.

¿Cómo llegó al título, 'La sombra de la tierra'?

Es uno de los fenómenos naturales que más me interesan. En cine lo llamamos la hora bruja. Es ese momento que se produce tanto al amanecer como en el ocaso, cuando el sol se sitúa por debajo de la línea del horizonte de la tierra, de manera que toda la tierra queda en sombra y el sol aparece detrás. Dura muy poco, son apenas unos minutos, pero si te fijas y estás en un sitio elevado lo puedes ver. Es algo muy bonito, que traslada una sensación de extrañeza, donde no se sabe muy bien si el sol está comenzando a vivir o está muriendo. En cierto modo guarda semejanza con lo que cuenta la novela, que en definitiva trata de todas aquellas cosas que son cotidianas, que suceden cada día, pero no somos conscientes de ellas. En algunas casas hay niños que viven pequeñas tragedias enormes, que padecen abusos o malos tratos por el poder despiadado de algún padre o madre. Es algo tristemente cotidiano que no aparece en la prensa.