Personajes con historia - Miguelón

El cráneo más famoso del mundo


Antonio Pérez Henares - 01/08/2022

Del ser humano, pues humano ya era, cuyo cráneo es hoy el más famoso de España y puede que hasta del mundo, no sabemos cómo le llamaban los suyos, ya que no ha quedado de tal cosa documento alguno dado que nació hace cerca de medio millón de años, pero sí cómo le llamaron sus descubridores, Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez Mendizábal: Miguelón.

Por aquel entonces, hace unos 30 años, cuando fue descubierto en la campaña de 1992, un tal Miguel Induráin ganaba todos los veranos el Tour de Francia, y les pareció muy oportuno bautizarle con su apodo. Desde ese momento, así lo hemos conocido todos.

Miguelón era uno de los, al menos, 28 cuerpos de pre-neandertales que habían sido depositados en la famosa Sima de los Huesos de la Sierra de Atapuerca, uno de los yacimientos, los hay hasta de mayor antigüedad, los de los Antecesor, que han convertido al lugar en uno de los más renombrados de la Tierra y lugar de peregrinaje de los paleoantropólogos y científicos que investigan el origen y evolución de la especie humana.

El cráneo más famoso del mundoEl cráneo más famoso del mundoTanto el Homo Antecessor, datado sobre el millón largo de años, como Miguelón ya son de la familia. Este último fue al principio apuntado a los hidelbergensis pero luego se dieron cuenta que no le cuadra la especie, sino que tenían una mayor antigüedad y rango, aún por determinar y oficializar con el debido bautizo.

Miguelón no era de los más viejos que fueron a parar al lugar, andaba por los 35 años, según los cálculos del desgaste de sus piezas dentales, que ya era bastante, ni el más robusto, había alguna osamenta claramente más poderosa, un tal Agamenón, pero el encontrar su cráneo con todo al completo y ahora encima la colección de sus vértebras cervicales le llevó a la fama, con un factor añadido: el comprobar que un terrible golpe había hecho un gran daño en el lado izquierdo de su cara, que le había producido una infección que afectó a su mandíbula y raíz dental y que ello le había producido, amén del impacto, la muerte, que debió ser en extremo dolorosa.

Qué o quién, animal, caída u otro congénere le provocó la herida no lo podemos saber aún, aunque están en ello, pero sí conocemos por el porte de la familia que en edades comprendidas entre los cinco años y los cerca de 40 del más anciano han dejado para la ciencia sus huesos, cómo eran físicamente, de qué se alimentaban y todo parece indicar que algún tipo de pensamiento sobre la muerte tenían. En la Sima acabaron por ser llevados todos, en reflejo quizás un cierto respeto, y depositada junto a ellos apareció una hermosa bifaz tallada muy precisa y esmeradamente en cuarcita roja. ¿Una ofrenda? 

Aquellos clanes, pues es también evidente que de tal forma se organizaban que frecuentaron las grutas de Atapuerca, ya tenían variados conocimientos y aptitudes humanas. Tallaban la piedra y buscaban los materiales más adecuados para sus hachas y utensilios de cortar, hendir y raspar, se protegían y vestían aunque fuera de forma muy tosca con las pieles de sus presas, conocían el fuego para darse calor y endurecer con él las puntas de sus largas lanzas de pináceas con las que embestir a los grandes ungulados que eran sus más codiciadas presas y ya tenían el don de la palabra y se comunicaban con ella, algo que derrumba el tópico acientífico del bestial Paleolítico apenas diferenciado del simio.

El clan o la horda, o como llamársele quiera, estaría dotado de ciertas pautas, normas y hábitos de relación y conducta e incluso de división de tareas. Supongamos una de ellas más lógica. Los jóvenes y fuertes intentarían obtener las presas más grandes, aunque las más difíciles, bien por la caza, el carroñeo o disputándosela a otros carnívoros mientras que mujeres con crías, niños y ancianos se dedicarían más a la caza menuda, la pesca y recolección de huevos, nidos, caracoles, plantas, frutos, bulbos o raíces, que en muchas ocasiones serían el sostén primordial de todos. No todos los días se daba caza a un bisonte, se abatía un megaceros o se conseguía derribar un gran rinoceronte.

La especie era de buena estatura, se considera que podían sobrepasar con facilidad los 1,70 metros e incluso los 1,80. O sea, eran más o menos como nosotros ahora, pero bastante más anchos de espaldas, pecho y caderas, siendo los machos más voluminosos y pesados que las hembras, aunque éstas tampoco quedaban muy atrás en talla y musculatura. Los varones en la plenitud de sus fuerzas llegaban a los 100 kilos de peso en los que no había ni una gota de grasa superflua.

La dieta era en buena parte carnívora pero complementada con pescado, vegetales y cualquier otro tipo de nutrientes. En resumen, mucho más variada que lo que sería posteriormente en el Neolítico, cuando los humanos se quedaron asentados en lugares fijos, alimentándose casi en exclusiva de lo que obtenían de sus cultivos. El subsistir de animales, fueran pequeños o grandes, era sin embargo prioritario, pues la ingesta de frutos o plantas recolectadas venía muy marcada por las estaciones y había largos períodos en los que era casi del todo inexistente. La dieta carnívora se imponía en el intento continuo de supervivencia. 

Miguelón ya sobrepasaba los 1.100 centímetros cúbicos de cerebro y no era el que mayor capacidad del grupo tenía, pues hay uno que casi alcanza los 1.400, el equivalente a un Sapiens actual. Su capacidad cognitiva y la enorme sorpresa de los cadáveres depositados en ese pozo en las entrañas de la cueva, al que había que llegar ex profeso para realizarlo, lleva de inmediato a la hipótesis de que había una intencionalidad manifiesta, un rito grupal que concernía a todo el grupo y cuyo significado hace volar todas cuantas preguntas queramos. Cuestiones sobre la vida y la muerte, la inevitable condición de toda vida y por supuesto la suya, que -¿por qué no?- ya pudieron plantearse ellos y que desde luego nosotros no hemos resuelto.

Algo que sí hemos podido saber, sin embargo, y ello debido a que en el cráneo de Miguelón se han recuperado todos y hasta el más mínimo de los huesecillos del oído medio (martillo, yunque y estribo), era su capacidad emisora y auditiva de sonidos. Ahí ya podemos decir, que los sonidos que emitían y por los que se comunicaban no eran, para que nos entendamos, como los de los chimpancés, nuestros simios más cercanos, sino como los que emitimos y escuchamos nosotros mismos. O sea, que hablaban y lo hacían entre ellos, y eso ya es un decir mucho, un enorme salto evolutivo, o a mí al menos eso me parece.

Ritos de despedida

Ahí ya está el engarce con la mente simbólica plena y fieramente humana, que de inmediato sugiere una relación con ese posible lugar de entierro en el cual Miguelón, después de su muerte -fuera ésta tras doloroso o largo padecimiento o más rápida y debida a un golpe por caída, proporcionado en un lance de caza o incluso por un congénere o según otra teoría, un enfrentamiento con un oso-, fue llevado a aquel lugar donde el clan iba depositando a sus muertos. Un emplazamiento al que colectivamente el grupo, pues ahí ya aparece el sentido de comunidad y rito, los que quedaban en el lado de la vida, despedía y entregaba a quienes caían en el lado oscuro de la muerte.

El Sapiens, o sea, nosotros, los cromañones, lleva impresa esa pauta desde el mismo comienzo de la especie y nuestros más antiguos primos, tan cercanos, los neandertales, sabemos que lo hicieron. El descubrimiento en Pinilla del Valle en el Alto Lozoya madrileño de la Niña pelirroja enterrada en el santuario de la Des-Cubierta, y otros enterramientos por otros lugares de España y Europa no permiten ya dudas sobre ello. ¿Vamos a negarle esta faceta ya de radical humanidad a Miguelón y a los suyos? No seré yo quien lo haga.

Y es por ello por lo que hoy he querido concluir esta serie de personajes, paisanos al cabo, de siglos, milenios y, en esta ocasión, con la provecta edad de casi medio millón de años, con este antepasado, en el grado y roce que sea, al que desde que me lo presentó Juan Luis Arsuaga le tomé un gran afecto. El que es bueno y sano tener con los miembros de la familia.