«He tenido que reducir mi jornada para atender a mi hijo»

Óscar Fraile
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El diagnóstico de esta enfermedad en los pequeños implica un cambio de vida para toda la familia que va desde abordar las necesidades de formación a vigilar la alimentación, la actividad física y el estado de ánimo

El hijo de Belén Rodríguez mide su nivel de azúcar en sangre en presencia de su madre. - Foto: J. Tajes

Solo medio minuto después de empezar la entrevista, el móvil de Belén Rodríguez empieza a sonar con insistencia. «Un momento, por favor, es la alarma de que el niño tiene el azúcar mal», se excusa. Su hijo está en el colegio, pero ella dispone de un dispositivo que le permite controlar de forma remota el nivel de azúcar en sangre. Cuando esto pasa, en ocasiones, tiene que acudir ella misma al centro escolar de Tordesillas para administrar la insulina al pequeño de ocho años.

Esta es una de sus rutinas desde hace poco más de un año, cuando el pequeño «debutó» con esta enfermedad, que es el término utilizado por esta comunidad para hacer referencia al momento del diagnóstico. «Estábamos de vacaciones, en la playa, y empecé a notar al niño muy delgado, además, bebía agua como si se fuera a acabar el mundo», recuerda. Estos pequeños cambios pudieran haber pasado inadvertidos para cualquiera, pero no para su madre, que empezó a «estar un poco mosca».

Belén no esperó ni a terminar las vacaciones para llamar a la pediatra y comentar lo que pasaba. Y su respuesta no fue tranquilizadora. «Me dijo que me fuera inmediatamente a una farmacia para que le hicieran al niño una prueba del azúcar», señala. El resultado: más de 500 mg/dL de azúcar en sangre, cuando lo normal es menos de cien (entre cien y 125 se considera prediabetes). «Me llamó la pediatra y me dijo que nos fuéramos inmediatamente al hospital porque podíamos entrar en coma diabético», asegura.

A su llegada a Valladolid, todos tuvieron que asumir que la diabetes tipo 1 había llegado para cambiar la vida de toda la familia. Tocaba empezar a formarse sobre la enfermedad para mantenerla a raya, al mismo tiempo que se asumía la rutina de controlar el nivel de azúcar en sangre y administrar las dosis de insulina necesarias. «No me imaginaba todo lo que esto lleva detrás, como controlar todos los alimentos que va a comer, las emociones que va a tener cada día... absolutamente todo», explica. Tanto sacrificio necesita, que Belén ha tenido que reducir su jornada laboral para poder asumirlo. Incluso se podría decir que ha tenido suerte, porque otros padres tienen hacer un paréntesis en su carrera profesional. «Esto supuso un mazazo psicológico en las primeras semanas, especialmente para mí, que es la que llevo toda la carga», señala.

Hoy todas las piezas ya empiezan a encajar en el puzle y todos los miembros de la familia tienen una vida prácticamente normal. «Poco a poco te vas acostumbrando y asimilando que es algo para toda la vida, así que tienes dos opciones: hundirte tú y que el niño sea al final el perjudicado, o intentar que nos vea a todos bien y él no se venga abajo», opina.

Después de la reducción de jornada, Belén dedica sus tardes a controlar a su hijo. «Cuando tiene actividades, estoy pendiente a todas horas de si tiene que parar, si tiene que comer... voy donde él vaya», dice. Porque no en todos los ámbitos hay gente formada para atender a niños con diabetes. De hecho, es poco habitual que esto suceda. Un ejemplo es que el hijo de Belén ha tenido que ir a campamentos específicos para diabéticos donde sí que hay monitores con los conocimientos necesarios. «A un campamento 'normal' no le dejaría ir hasta que no sea independiente y se controle solo», reconoce.

En este año de travesía por la enfermedad, Belén ha tenido que hacer 'un máster' sobre la enfermedad, aunque es consciente de que todavía tiene mucho que aprender. «Pongo mucho empeño, pero cada diabético y cada niño es un mundo... esto no es dos más dos, porque lo que un día va fenomenal, al día siguiente puede ir fatal, aquí influyen las emociones, si el niño está nervioso... son muchas cosas», finaliza.