Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Nomofobia

19/03/2019

Las farolas continúan encendidas. Todavía no ha amanecido. Son las 5,15 de la mañana y Eva, que ha vuelto a acostarse tarde, se desvela y alarga su mano hasta la mesilla de noche para atrapar el móvil. La luz de la pantalla le ciega en la oscuridad, pero en segundos sus pupilas se acostumbran y comienza a navegar. Primero WhatsApp, mirando estados y repasando conversaciones; después, Instagram, viendo perfiles y fotos; para pasar por Facebook hasta llegar a Twitter...
La manecilla pequeña del reloj de pared se acerca a las siete y la luz trata de entrar con descaro por los huecos de las persianas. Eva, que estudia Enfermería y comienza sus clases a las 10, suspira y deja aparcado el teléfono. La joven se cubre con el nórdico, buscando una postura que la lleve de nuevo a los brazos de Morfeo. Pero no, le resulta imposible conciliar el sueño. Da vueltas y vueltas, hasta que, de nuevo, coge su iPhone, se incorpora y, sin despegar la mirada de la pantalla, se dirige al baño, donde continúa dando rienda suelta a su obsesión compulsiva.  
Café, tostadas y trozos de fruta sin dejar de deslizar su dedo pulgar. Eva manda mensajes a varios grupos, cuelga una foto de su desayuno no sin antes retocarla con un filtro sugerente y aprovecha para reenviar ese ridículo vídeo que hace unas horas le hizo tanta gracia y que ha terminado por convertirse en viral. El teléfono echa humo, vibra y suena repetidamente, entremezclándose comentarios, memes y likes a partes iguales.
La batería, que aguanta cada vez menos, ya está por debajo de la mitad. Hay que ponerlo a cargar antes de salir de casa. Una ducha rápida, ropa cómoda, apuntes, cartera, llaves y... ¡ falta el móvil! El nivel de estrés se dispara. Antes de cerrar la puerta, la futura enfermera se acuerda de que su tesoro más preciado está enchufado en el salón. Llama al ascensor y se encuentra con su vecino Alfredo en el rellano. Silencios que incomodan. Del octavo al bajo tecleando sin pasar de un escueto Buenos días. Eva, absorta en su universo virtual, ni siquiera le da las gracias, pese a que le abre la puerta del portal para que pase primero y emprenda la marcha hacia la Facultad. Una máquina expendedora de tabaco habría tenido más empatía.
Más de la mitad de la población española padece dependencia al móvil. La gente ya no puede vivir sin una herramienta que ha revolucionado la forma de socializarse y ha cambiado la manera de comprar, de viajar, de quedar con los amigos, de elegir restaurante e, incluso, de buscar pareja.
Sólo hay que levantar la cabeza y mirar alrededor cuando vamos por la calle para darnos cuenta de que esos teléfonos a los que Steve Jobs bautizó hace algo más de una década como inteligentes se han convertido en imprescindibles para el hombre, marcando un antes y un después en la Historia moderna.
Sería osado menospreciar las ventajas que han llegado de la mano de esta tecnología y que establecen las pautas de un futuro que seguirá cambiando el estilo de vida al que nos estamos acostumbrado. No cabe duda de que los smartphones y el desarrollo de las aplicaciones facilitan el día a día de una sociedad que crece al ritmo que marcan estos dispositivos. Es cierto que se ha ganado en muchos aspectos, pero es obvio que se está perdiendo en otros. 
Algunos estudios ya han constatado que la denominada nomofobia (no-mobile-phone phobia), ese miedo irracional a salir de casa sin el móvil, produce cambios químicos en el cerebro similares a los que generan otro tipo de dependencias. Uno de cada cuatro ciudadanos permanece de media seis horas frente al teléfono; una cifra que roza el 70 por ciento si el dato se extrapola a la franja de edad que va de los 10 a los 15 años. Este colectivo es, sin lugar a dudas, el más vulnerable, sobre todo por su enorme exposición en las redes sociales y su pérdida de intimidad al compartir prácticamente todo lo que hace. Un uso que se transforma en abuso y acaba suponiendo una auténtica adicción que demanda terapias específicas para desengancharse.  
 Eva acaba de llegar a casa. Se ha pasado la tarde en la biblioteca preparando los exámenes. Eso sí, sin despegarse del móvil. Tiene centenares de amigos en Facebook, otros tantos seguidores en Twitter e Instagram, pero, sin embargo, se siente más sola que nunca. Hace semanas que no queda con nadie ni para tomar café.
El ser humano camina hacia la búsqueda constante de la satisfacción con la aprobación social de los me gusta, en un mundo donde ver, sentir y acariciar ha dejado de ser lo verdaderamente importante.