El sagrado corazón: el sueño de un escultor

Jesús Anta
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La torre de la Catedral se construyó entre 1880 y 1890 y mide 60 metros, y con el Sagrado Corazón se convirtió (si no lo era ya) en el edificio más alto de Valladolid, al llegar a 75 metros y medio

Torre de la Catedral de Valladolid. - Foto: J. Tajes

De ocho metros de alta,  hueca, de cemento armado de un grosor de diez centímetros, elevada sobre un pedestal de metro y medio de altura: así es el Sagrado Corazón que corona la torre ochavada de la Catedral y que parece presidir todo el caserío vallisoletano.  Pesa unas diez toneladas  y descansa sobre una cúpula de seis metros de alta por diez de diámetro. La estatua está encajada sobre una  torre de hierro fundido que también soporta el peso de la cúpula con forma de media esfera hecha con piedra de Hontoria. Se fundió la torre en los talleres Gabilondo y la escultura se fue haciendo en el patio acristalado de la Escuela Industrial   de Artes y Oficios. El autor de la escultura fue Ramón Núñez Fernández, ayudado, entre otros, por sus alumnos Antonio Vaquero y Baltasar Lobo –luego afamados escultores-, y se inauguró el 24 de junio de 1923. El valedor de esta obra fue el arzobispo Gandásegui.
La torre de la Catedral se construyó entre 1880 y 1890 y mide sesenta metros, y con el Sagrado Corazón se convirtió (si no lo era ya) en el edificio más alto de Valladolid (75,50 metros). Esta torre sustituyó, aunque en el otro lateral de la fachada, a la ‘buena moza’, nombre popular que se puso a la torre del lado de Portugalete que se había derrumbado en 1841.
No nos vamos a detener mucho en las causas de aquel derrumbe que viene achacándose a los daños que le había producido el terremoto de Lisboa, o por la débil cimentación al estar erigida sobre un manantial de abundante agua. Mas, una reciente investigación del arquitecto vallisoletano Juan Luis Sáiz Virumbrales, experto en torres,  se inclina más por achacar el derrumbe a un paulatino deterioro debido a una deficiente construcción que facilitó dañinas filtraciones de agua por entre las piedras de la torre. Un deterioro profundo que no pudieron  sujetar las cinchas de hierro que en 1761 se instalaron rodeándola.
La erección de esta estatua,  visible prácticamente desde todo Valladolid, y municipios limítrofes, la comenzó a imaginar el escultor siete años antes, tal como contó en su día el mismo autor: consideraba que el tejadillo que cubría la torre de la catedral era mezquino, y empezó a fantasear sobre un final digno de la majestuosa robustez y elevación de la torre. Una torre situada en el centro matemático (entonces) de Valladolid. Se vivían unos años de gran religiosidad y desde el principio Núñez pensó en coronarla con un Sagrado Corazón de Jesús, como síntesis de la fe de aquella época.
Aquel día de San Juan de 1923 vino precedido de diversos actos religiosos muy concurridos. A la ciudad llegaban numerosos forasteros en trenes o por sus propios medios. Las crónicas hablan de una muchedumbre en las calles que rodeaban la Catedral. La ciudad había despertado amenizada por bandas de música que recorrían las calles tocando alegres dianas. Y al mediodía, hora del Ángelus, en medio de un repique general de todas las campanas de las iglesias, comenzaron los actos litúrgicos de consagración del Sagrado Corazón con una bendición papal incluida impartida por el arzobispo Gandásegui. Por la tarde, una procesión transcurrió por  el centro de Valladolid.

 


 

EL APUNTE: Ramón Núñez

 

Nació en San Fernando (Cádiz) en 1868. El hilo conductor de su vida fue el de profesor de Artes y Oficios, tal como relatan Jesús Urrea y Salvador Andrés (catedráticos de Arte de la Universidad).  Inició su andadura docente en Santiago de Compostela hasta que en 1911 vino a la Escuela de Valladolid, de la que llegó a ser director y donde permaneció hasta que en 1930 marchó a Madrid, donde falleció en 1937. Demostró clara vocación docente, así coo  necesidad de comunicar sus inquietudes a través de algunas publicaciones, como un manual de Historia del Arte y  una novela titulada “Un obrero”. Colaboró con la Sociedad Castellana de Excursiones, en cuyo boletín publicó artículos en  los que manifestó su admiración por Gregorio Fernández. En su taller particular de Valladolid  se formaron, entre otros, los escultores Baltasar Lobo y Antonio Vaquero, que alcanzaron  reconocimiento en el mundo del arte. Hay obra suya en varias ciudades españoles, y en Valladolid dejó esculturas en iglesias, colegio Lourdes, Facultad de Medicina y Real Academia de Bellas Artes.