Daniel Rojo

Atolladero

Daniel Rojo


San Gregorio, la Seminci y un lobo

08/10/2022

Prácticamente ayer era verano y hoy ya llega la Seminci, antesala de Todos los Santos, de las nostalgias de noviembre y del largo y precioso camino al invierno, que en Valladolid es alfombra de oro en el Campo Grande. Ya está a las puertas la Semana de Cine, sí, y yo que la he vivido como espectador y cubierto como periodista, ahora me veo forzado –por las obligaciones de una paternidad tardía– a recrearla en casa como puedo, a altas horas de la noche, mientras ellas duermen y yo tiro de películas enlatadas en Blu-Ray y DVD. Que tampoco es mal plan si uno sabe montárselo y disfrutar de una infusión mientras desfilan por la pantalla las joyas que iluminaron nuestro festival en otras épocas, algunas tan lejanas que ya parecen casi de ciencia ficción. Hoy, voy a hablarles de cuando la Seminci se llamaba Semana de Cine Religioso y Valores Humanos y de una de mis películas españolas favoritas: 'El bosque del lobo', dirigida por Pedro Olea y protagonizada por el mejor José Luis López Vázquez de todos los tiempos.
Antes de pasar por el Festival Internacional de Chicago, donde López Vázquez ganó el Gold Hugo al mejor actor, el filme se estrenó en abril de 1970 en Valladolid y aquí cosechó el Premio San Gregorio, gracias al cual eludió el yugo censor de Carrero Blanco. Sin ese galardón, quién sabe lo que habría ocurrido con 'El bosque del lobo', que este 2022 ha vuelto a ser noticia porque el sello barcelonés Ediciones 79 la ha recuperado en una fabulosa edición en Blu-Ray, restaurada en 2K y cargada de extras; un tratamiento de lujo en consonancia con la perenne valía de esta cinta, que trata el tema de la licantropía desde la perspectiva de un terror naturalista, más cercana a los estudios sobre la España negra de Julio Caro Baroja que a las interpretaciones del Hollywood clásico, con Lon Chaney Jr, o del ochentero que firmaran Joe Dante ('Aullidos') o John Landis ('Un hombre lobo americano en Londres').
'El bosque del lobo' es otra cosa, desde luego, un fidelísimo retrato, más costumbrista que sobrenatural, de esa España vieja de siglos, supersticiosa, analfabeta, de confesionario y sacristía por la que deambulara el George Borrow de 'La biblia en España', que en la película de Olea aparece como un pastor protestante inglés. Ambientada en la Galicia rural a caballo entre los siglos XIX y XX, un escenario perfecto para cualquier historia de terror, la cinta recrea los asesinatos de Manuel Blanco Romasanta, el 'sacamantecas' o 'sacaúntos' de Allariz, aquí transformado en el buhonero Benito Freire, uno de los mejores papeles de la larga y prolífica carrera de López Vázquez, injustamente condenado por los enemigos acérrimos del cine español, igual que Landa, a que se le recuerde por asuntos de destapes y suecas de piernas crecientes y faldas menguantes.
Pero no perdamos el hilo de 'El bosque del lobo'. Pedro Olea, basándose en una novela de Carlos Martínez-Barbeito, dibuja en su segundo largometraje la compleja figura de un vendedor ambulante, persona de referencia en las comunidades rurales por las que pasa al haber viajado y visto mucho más que sus vecinos… Respetado y escuchado por sus iguales, guía de caminantes, con una mentalidad lastrada por traumas infantiles vinculados al sexo y la religión y unos síntomas cercanos a la epilepsia, Benito Freire esconde en el envés de su falsa licantropía a un asesino despiadado, impulsivo, sin motivaciones, emparentado de alguna aberrante manera con el Norman Bates de 'Psicosis' si éste hubiera vivido en la época de 'Las brujas y su mundo'.
Con 'El bosque del lobo', Pedro Olea se adelantó 15 años al formato de 'La huella del crimen', en cuya segunda temporada firmó 'El caso de las envenenadoras de Valencia', y entró en la Historia del Cine con una película que se maneja con pasmosa soltura entre lo real y lo fantástico, la crónica negra y el horror –los 'gafapasta' le colocarían la etiqueta de 'terror folk' a lo 'Midsommar' de Ari Aster, sin acordarse de que ya la inventó 50 años antes Robin Hardy en 'El hombre de mimbre'-, y que está indivisiblemente unida a nuestra Seminci, a esa Seminci de las noches frías de otoño en las que, cuando se apagan las luces de la civilización, el hombre-lobo aúlla a la luz de la luna.