Veinte años de la lucha por Enertec

Óscar Fraile
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La plantilla recuerda un conflicto que acabó con el cierre de esta empresa en Arco de Ladrillo para dar paso a la construcción de viviendas. Durante varios meses los trabajadores okuparon la fábrica e hicieron guardia en un puesto de la Plaza Mayor

De izquierda a derecha, Demetrio Saster, Miguel Ángel Martín y Gonzalo Díez, tres extrabajadores que lideraron la lucha por la empresa hace 20 años. - Foto: Jonathan Tajes

«Ahí estaba mi puesto de trabajo, detrás de ese arbusto». Demetrio Saster no puede contener la nostalgia al pasear por lo que queda de la antigua fábrica de Enertec. Apenas la fachada y parte de la estructura de unas naves que hoy cobijan un pequeño parque que da acceso a un edificio de viviendas en el número 82-84 del paseo de Arco de Ladrillo. «Yo trabajaba justo al lado», añade Miguel Ángel Martín. Los dos caminan junto a Gonzalo Díez, otro de los trabajadores que hace 20 años se dejaron la piel para evitar el cierre de esta empresa de fabricación de maquinaria para la industria papelera.

Hoy se reúnen para conmemorar una lucha obrera que les llevó a okupar las naves durante varios meses y a instalar una mesa informativa en la Plaza Mayor durante otro largo periodo, con guardias de los trabajadores durante las 24 horas del día. El propio Demetrio se comió allí las uvas para dar la bienvenida al año 2002. Su intención en esos convulsos días era cobrar el salario que la empresa les debía y evitar un cierre que, según ellos, escondía una flagrante operación especulativa, dado que ese terreno pasó de industrial a residencial para que Diursa pudiera construir allí varios bloques de viviendas.

El origen de esta empresa está en los Talleres Gabilondo, ubicados en la calle homónima. En los años 50 esta firma se trasladó a lo que por entonces era las afueras de Valladolid: el entorno de Arco de Ladrillo. En los años 70 los dueños la vendieron a la multinacional norteamericana Beloit, aunque se quedaron parte de la propiedad, lo que dio origen a la compañía Beloit-Segura, en referencia al apellido de los primeros dueños. No obstante, a finales de esa década los americanos se quedaron con todo el control.

Aunque se conserva la estructura de algunas naves y la fachada, en esos terrenos se acabaron construyendo varios bloques de viviendas.Aunque se conserva la estructura de algunas naves y la fachada, en esos terrenos se acabaron construyendo varios bloques de viviendas. - Foto: J. TajesNo tardó muchos años en producirse el siguiente movimiento. En 1983 la empresa pasó a manos del grupo vasco Coinpasa. Los norteamericanos se deshicieron de ella poco después de que el PSOE llegase al poder en España, alarmados por lo que podría suponer en España un futuro de socialismo. Al menos eso es lo que opinan estos trabajadores, que recuerda que por entonces el panorama económico a nivel nacional e internacional era muy convulso.

La llegada de este grupo vasco dio inicio a los primeros recortes. Su primera decisión fue cerrar la fundición para después subcontratar algunas operaciones que se hacían en Arco de Ladrillo. Y, a menos trabajo, menos empleo. En unos años la plantilla pasó de 386 trabajadores a poco más de 160.

Esa fue la tendencia hasta finales de siglo. En 1999 la compañía entró en una crisis muy profunda y es entonces cuando se empezaron a producir lo que los trabajadores entienden como «movimientos especulativos». El primero, el acuerdo para el traslado de las instalaciones al Pinar de Antequera. Y para ello, el Ayuntamiento de Valladolid, gobernado por entonces por el PP, impulsó un convenio para facilitar la operación mediante el cual la empresa se comprometía a mantener su actividad industrial en el municipio de Valladolid y el terreno liberado pasaba a ser calificado como residencial, en lugar de industrial.

Miguel Ángel Martín, uno de los trabajadores de Enertec, en su puesto de trabajo.Miguel Ángel Martín, uno de los trabajadores de Enertec, en su puesto de trabajo.la compra de los terrenos. Poco después apareció en escena la constructora Diursa, interesada en hacerse con esos terrenos para construir allí bloques de viviendas. Y lo hizo por unos 16 millones de euros, con un nivel de edificabilidad que estaba por encima del resto del plan parcial.

En realidad se dio una confluencia de intereses en la que todos parecían salir ganando. Por un lado, Coinpasa vendía los terrenos por una importante suma de dinero; por el otro, Diursa adquiría parcelas para construir en una golosa zona de una ciudad en plena expansión. Y, además, el Ayuntamiento lograba liberar unos terrenos en los que tenía previsto desarrollar el ambicioso proyecto de la Ciudad de la Comunicación, una nueva zona residencial que iba a tener otros equipamientos, como el Museo del Cine, que nunca se llegó a levantar.

La única parte que parecía no salir ganando era la de los trabajadores, que tenían la mosca detrás de la oreja con este operación. Y el tiempo les dio la razón. La empresa no cumplió con los trámites para el traslado, pese a que ya tenía los terrenos en el pinar, y el convenio con el Ayuntamiento se rompió, aunque eso no frenó la recalificación de terrenos.

Soporte para piezas que se conserva en el parque que hoy ocupa la antigua fábrica.Soporte para piezas que se conserva en el parque que hoy ocupa la antigua fábrica. - Foto: Jonathan TajesYa en 2001, la compañía llegó a un acuerdo con la multinacional GL&V que 'dividió' la empresa en dos. Esta firma pasó a ocuparse de los trabajos administrativos y de ingeniería y Enertec quedó reducida al taller.

A partir de entonces la situación de la compañía empezó a deteriorarse más, con retraso en el pago de los salarios. El noviembre de 2001 ya debía tres nóminas y la extra de verano. Y eso fue la gota que colmó el vaso para que la plantilla comenzase las movilizaciones. «En ese momento convocamos una huelga para cobrar lo que se nos debía», recuerda Saster, que entró en esa empresa cuando tenía 14 años y estuvo allí casi tres décadas.

resolución del conflicto. La situación financiera de la empresa ya era muy complicada, así que poco después presentó suspensión de pagos. La plantilla sospechaba por entonces que se podían empezar a producir movimientos para desmantelar la valiosa maquinaria de la planta. Y para evitarlo, la okupó el edificio durante meses y solo dejó pasar a los compañeros de GL&V, que seguían trabajando con normalidad y cobrando.

Todo tenía su razón de ser, porque los empleados sabían que, en el caso de tener que cobrar el dinero que se les debía a través del Fondo de Garantía Salarial (Fogasa), esta entidad podría subastar la maquinaria para obtener fondos, como finalmente ocurrió. «Era una forma de proteger nuestro patrimonio», añade Saster.

Al mismo tiempo que los trabajadores tenían okupada la fábrica, desde noviembre de 2001 a marzo de 2002 montaron un puesto en la Plaza Mayor, enfrente de la calle Santiago, para denunciar a la opinión pública su situación. Allí hacían turnos de dos horas durante todo el día y la noche, para que siempre estuvieran presentes al menos tres empleados. Daba igual que fueran las tres de la mañana. Y daba igual el frío. De hecho, tuvieron que soportar temperaturas de doce grados bajo cero.

Después de varios meses de lucha, la empresa acabó declarándose insolvente. A los trabajadores se les dio la opción de cobrar por el Fogasa, que limitaba la indemnización a un máximo de doce mensualidades con 20 días por año trabajado o sumarse a un acuerdo que ofreció Diursa para desbloquear el conflicto: garantizar esas doce mensualidades a todos los empleados, aunque no tuvieran derecho a ella, y pagar de forma inmediata, siempre que renunciarán a iniciar acciones legales. Como quiera que la situación de muchos trabajadores, después de ocho meses sin cobrar, era desesperada, la mayoría de ellos aceptó la propuesta, excepto siete de ellos, entre los que se encuentran Díez, Saster y Martín. Hoy recuerdan con orgullo esa lucha, que no sirvió para salvar la empresa, pero sí para convertirse en ejemplo de unidad y lucha obrera.

Una plantilla joven y muy capacitada 

Enertec llegó a ser una de las empresas más importantes del país en la fabricación de maquinaria para la industria papelera. La edad media de la plantilla rondaba los 45 años y en el taller todos eran varones. Las únicas mujeres que estaban en la plantilla realizaban trabajos administrativos dentro de la parte de la compañía que años más tarde pasaría a ser GL&V. La factoría de Arco de Ladrillo, cuya estructura y fachada todavía se conservan, al estar protegidas, se construyó siguiendo el modelo de unas naves de una exposición universal de París que se celebró a principios del siglo pasado. La actividad fue decayendo con el paso de los años, sobre todo a raíz de que la adquiriera la compañía vasca Coinpasa en 1983. Aunque su intención inicial era abrir varias líneas de producción, como hornos energéticos, pasta pluf, onduline, etcétera, lo cierto es que su primera medida fue cerrar la fundición y reducir algunos departamentos, como calderería, mecánica, montaje y oficinas.

Un 'museo' industrial en un parque

La estructura de las naves de Enertec que se mantiene en pie por estar protegida cubre ahora un pequeño parque en el que todavía se pueden contemplar 'joyas' del proceso industrial de esta firma de fabricación de maquinaria para la industria del papel. Por ejemplo, este soporte que servía para colocar algunos objetos y operar con más facilidad sobre ellos. Además, toda la ciudadanía de Valladolid está familiarizada con la fachada de la factoría, muy visible al estar ubicada en uno de los principales puntos de acceso y salida de la ciudad. Fue el equipo de arquitectura López Merino el encargado de llevar a cabo esta restauración y de intentar que aquel patrimonio industrial se convirtiera en un atractivo para visitantes y residentes de la zona.

La plantilla mantuvo la unidad pese a la diferencia de opiniones

Cuando Diursa presentó una oferta a los trabajadores para adelantar los pagos de sus salarios, que previsiblemente iban a tener que cobrar del Fogasa en una plazo mucho más largo, la mayoría de la plantilla optó por coger el dinero, olvidarse del problema y seguir con su vida. Esa opción implicaba renunciar a emprender acciones legales. Siete trabajadores decidieron no firmar, casi como un acto de rebeldía, porque ese acuerdo era un paso más en lo que consideraban un «pelotazo urbanístico» que iba a permitir a Diursa levantar cuatro torres de pisos donde hasta ese año estaban sus puestos de trabajo. Pese a ello, los siete díscolos nunca reprocharon la decisión a los demás. «Hay que entender que había mucha gente en situaciones muy difíciles, después de muchos meses sin cobrar», señalan tres de estos siete trabajadores, quienes opinan que los actores implicados en esta operación jugaron con el paso del tiempo a conseguir «desgastar» a los afectados.