El topo de Roales

Jesús Anta
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Santiago Marcos, maestro de profesión, nació en 1904 y falleció a los 93 años, de los que estuvo escondido en una finca de Roales durante veintidós. Yace en el cementerio de su pueblo

Santiago Marcos.

La trinchera infinita’ es la película seleccionada por la Academia de Cine para representar el cine español en la carrera por un Oscar. Se  trata de un relato sobre los topos de la Guerra Civil: aquellas personas leales a la casusa republicana que se escondieron por miedo a las represalias del régimen franquista.  La historia está basada en la vida real de Manuel Cortés, alcalde de Mijas.

Sobre la vida de aquellas personas, Jesús Torbado y Manuel Leguineche publicaron en 1977 un libro titulado  Los topos. En él que se recogen las sobrecogedoras vidas de una veintena de aquellos enterrados en vida.

Mas, aunque no esté en el libro, la localidad vallisoletana de Roales de Campos (un municipio enclavado, junto a Quintanilla del Molar, en medio de tierras zamoranas), tiene el recuerdo de Santiago Marcos Marcos, maestro de profesión conocido como ‘el topo de Roales’.  Una casa de labranza sita en el Coto de Solaviña, a pocos kilómetros de Roales fue el lugar en el que estuvo escondido durante veintidós años, y desde el que en algún caso vio las amenazas con las que la guardia civil maltrataba a su madre para que delatara su paradero.  Santiago siempre contaba que su madre murió porque no pudo aguantar todo aquello. 

Nacido en 1904, falleció a los 93 años, de los que estuvo escondido en una finca de Roales durante veintidós años. Yace en el cementerio de su pueblo.

Antes de esconderse, ejerció de maestro en el vallisoletano municipio de Llano de Olmedo, y también en la capital. Santiago no militaba en ningún partido, ni se le conocía actividad política, ni participación en manifestaciones: era, simplemente, maestro nacional de ideas, eso sí, de izquierdas, y ateo a carta cabal.

Su salida a la luz fue totalmente fortuita: en 1958 se fracturó el brazo derecho al caer por unas escaleras,  lo  que obligó a que lo viera un médico. Le trasladaron al hospital en Valladolid, donde le registraron con el nombre de un hermano fallecido. Pero el ardid fue descubierto y tras ser interrogado por la policía, lo dejaron en completa libertad pues sobre él no pesaba orden alguna de detención. Santiago siempre habló de que hubo vecinos que le señalaron como hombre de izquierdas, lo que le hizo temer por su vida tras el levantamiento militar del 36.

Una vez libre,  viajó a París, donde tenía algunas referencias, con la esperanza de trabajar en cualquier cosa y ver materializados sus deseos de publicar sus escritos. Pero no encontró el apoyo que esperaba entre los exiliados, que el recomendaron que mejor viajara a Méjico.

Es el caso que volvió a España pero, aún pudiendo, no se reincorporó al cuerpo de maestros nacionales, pues, como él dijo,  no quería ser maestro con Franco.

En Roales se habla de él indicando que era muy buena persona pero muy desconfiado.  Era muy solitario y no le gustaba el contacto con la gente, se sentía cómodo en su soledad... ¡A ver, tantos años escondido y desconfiando de todo! Sin embargo, cuando Santiago falleció fue mucha gente del pueblo a su entierro, aunque apenas queda recuerdo de él, pues, al igual que sus hermanos, murió sin descendencia ni familia.

TUMBA Y EPITAFIO

Santiago siempre presumió con orgullo de su afición poética, de tal manera que escribió miles de versos en los que abordó los más variados temas: desde una oda a la armada rusa en el Mediterráneo, a la felicitación a los reyes de España con motivo de su boda. Entre medias no faltaron amables poemas sobre vecinos y amigos, pasando por tremebundas estrofas contra Franco y Carmen Polo. De los numerosísimos versos que escribió se conocen dos libros editados, más bien autoeditados: ‘Mi lira canta ¡escucha!’ y ‘La tragedia de las Libertades Sofocadas’.Y, seguramente producto de aquella pasión poética y de sus inquebrantables ideas de izquierda, dejó escrito su epitafio, y dicho que en el panteón se grabaran la hoz, el martillo y la estrella de cinco puntas. Y así fue cumplido su deseo. Epitafio: ‘Se intentó despacharme, y casi atrapado, / me escurrí del fuego y el terror marcial, / lo que fue un difícil logro inusitado. / ¿Seré en el futuro otra vez calumniado / aún debajo de este mármol sepulcral?’.