El Gobierno ha dado un paso más en la reducción paulatina de las medidas contra la COVID-19, tras la aprobación y posterior entrada en vigor del Real Decreto por el que se modifica la obligatoriedad del uso de mascarillas durante la situación de crisis sanitaria. De esta forma, ya no se exigirá en los medios de transporte colectivo, como venía siendo habitual, lo que conlleva también un efecto simbólico porque se trata de lo más parecido a la realidad que vivimos hace tres años, antes de que se iniciaran las restricciones aquel 13 de marzo de 2020, víspera del largo confinamiento domiciliario.
¿Por qué ahora y no antes? Hay quien piensa que se puede tratar más de una medida política oportunista que de carácter eminentemente sanitario, aunque oficialmente se atribuye a las coberturas de vacunación en España -por encima del 92 por ciento en la población mayor de 12 años y más del 92 por ciento de los mayores de 60 años han recibido una dosis de refuerzo que mejora la protección de este grupo-, a los bajos niveles de alerta con una media nacional de 50,76 casos por cada 100.000 habitantes en mayores de 60 años, y a la tendencia descendente de la presión asistencial. La impresión es que se abraza la normalidad.
Se mantienen excepciones en centros sanitarios, farmacias y residencias de mayores lo que obligará a seguir manteniendo una mascarilla en el bolsillo o preverlo cuando se visite alguna de estas instalaciones.
Aparte del sufrimiento y de desgracias personales, en este tiempo los ciudadanos han tenido la oportunidad de aprender a autodefenderse de los contagios víricos. Recordemos el lavado de manos, la distancia o la propia mascarilla que puede seguir siendo una pieza necesaria en otras infecciones pulmonares o procesos gripales con el fin, no solo de protegerse, sino de evitar los contagios a los demás.
Antes de la pandemia solo se veía a ciudadanos orientales con el tapabocas sanitario, pero no será extraño que su uso comience a generalizarse, al menos en casos concretos, lo que debe ser bienvenido. El invierno que llevamos ha sido intenso en cuanto a procesos catarrales, muchas veces con inicio en las aulas, entre los más pequeños, y otras en el trabajo, dándose la posibilidad de que, a partir de este momento, también sea en el transporte colectivo. Por eso, hay que ser previsores.
Hay que confiar en que no haya vuelta atrás y todo haya sido un mal sueño, quedando patente que no estamos exentos de este tipo de enfermedades que afectan al mundo entero, debido a la movilidad, ni tampoco, cómo estamos viviendo estos días, a fenómenos de la naturaleza, como los terremotos, que han sembrado de dolor y muerte a una parte de Turquía y Siria, un país que de por sí estaba muy tocado por la guerra, incluso con la epidemia de la cólera.
De momento, volviendo a casa, la Sanidad pública sigue arrastrando una grave dolencia con una financiación insuficiente, un gasto farmacéutico excesivo y una atención primaria infradotada, lo que le convierten en un problema que necesita una urgente solución, pero que no parece que figure entre las prioridades políticas, marcadas por el período preelectoral. Y de las listas de espera ya no se puede ni hablar porque crecen, cada día que pasa. Esto pasará factura.