Alfonso González Mozo

PLAZA MAYOR

Alfonso González Mozo

Periodista


La postal

20/08/2022

El ritual se repetía cada verano. Un coche a reventar en el que iban varios ocupantes más de los debidos (tele sobre la piernas, inclusive), eternos viajes a través de Madrid (sin más GPS que un mapa en papel, cruzar la capital era toda una aventura para nuestros padres) y La Mancha (y sus retenciones de cada verano en los Tarancón, Honrubia...) y dos semanitas de vacaciones de sombrilla y colchoneta a orillas del mar Mediterráneo con nuestros primos y tíos. No importaba el cómo ni el dónde, sino el con quién y ahí siempre estaba buena parte de la familia.
Los demás, los que se quedaban a orillas del Pisuerga, dejaban de saber de nosotros durante quince días para desazón de esos abuelos que debían suponer que todo iba bien a 600 y pico kilómetros más al sureste. Eran tiempos sin móviles, por lo que había que recurrir a las cabinas telefónicas (en las que teníamos que hacer hasta cola) para el par de llamadas de rigor en las que los nietos confirmábamos que nos bañábamos mucho y  que hacía calor; tras las conversaciones del día de cumpleaños y el «¿qué tal, cómo te sientes con un año más?» de rigor, eran las llamadas que menos me gustaban.
Otra cosa era lo de las postales. Aquello sí tenía magia. Primero porque debías elegir la imagen que resumiría tus vacaciones y, sobre todo, porque tenías que sentarte a escribir a tus abuelos o a tus primos, con la sensación de no saber por dónde empezar para no tener que contarles que hacía mucho calor y que te bañabas mucho en la playa... No era fácil enfrentarse a un trocito de hoja en blanco y empezar a escribir, esbozar cómo estaban siendo esas jornadas de veraneo. Pero el reto era bonito, un maravilloso ritual  al que los niños de entonces nos sometíamos con gusto.
Este verano han sido mis hijos los que han escrito a las abuelas, los que han elegido la postal que resumía sus vacaciones a pesar de que podían enviarlas mil fotos y vídeos al día. Ellos han vivido el ritual de sentarse ante la postal en blanco, de contarles algo e intentar de sorprenderlas en su agosto vallisoletano.
Pero las cosas han cambiado bastante en este siglo y no solo porque haya negocios que quieran cobrarte por un sello más del doble de lo marcado, sino también porque descubres que  apenas hay buzones y que a Correos no le van las prisas y emplea doce días de nada para llevar una postal de Ibiza a Las Delicias.