La pluma y la espada - Prólogo

La pluma y la espada


La historia de la literatura española está plagada de maestros literarios que también blandieron las armas con, a veces, la misma habilidad que las letras

Antonio Pérez Henares - 26/09/2022

Para la nueva serie que ahora da comienzo en los medios de Promecal, me he permitido el lujo de pedirle prestado el título a quien quizás mejor que nadie lo encarne, quien fuera capitán general en los ejércitos de Carlos V y, al tiempo, uno de los más excelsos, sino el primero, de nuestros poetas líricos: Garcilaso de la Vega. 

El toledano, muerto en combate en la flor de la vida, era un vástago de una muy ilustre familia directamente emparentada con los Mendoza, pues Leonor Lasso de la Vega, la 'Rica Hembra', era la madre de Íñigo López de Mendoza, quien obtendría el título con tal nombre, que ejemplifica a la perfección. 

Su pariente el marqués presentaba esa doble cualidad de guerreros y literatos al mismo tiempo, que en cierta manera ha sido una constante en la literatura y la milicia española. Estos dos aspectos estuvieron muy remarcados en esa casa nobiliaria enraizada en la provincia de Guadalajara, pero con ramas por toda la nación, desde Granada a Toledo. Los Mendoza fueron protagonistas e introductores del Renacimiento y de aquel revulsivo trascendental para nuestras letras que se bautizó entonces como rimar a la itálica manera.

Son desde luego un ejemplo, y muchos de su linaje aparecerán a lo largo de toda la serie, pero es que aquella expresión de Garcilaso, el ideal «Pluma y Espada», que él tuvo como forma y objetivo de vida, es aplicable a quienes a lo largo de nuestra historia y hasta ayer mismo han sido los grandes escritores patrios. 

Comenzando por el más grande de todos, Miguel de Cervantes Saavedra. Fue antes que nada, un soldado. Y se enorgulleció siempre de haberlo sido, de haber combatido en lo que él mismo definió como «la más alta ocasión que vieron los siglos», la batalla de Lepanto, crucial para detener el avance otomano sobre toda Europa y en la que resultó seriamente herido y que le provocó lesiones de por vida en uno de sus brazos y el apodo de El manco de Lepanto. Si algo encrespó al autor de El Quijote fue que su imitador Avellaneda lo calumniara por tal causa y saltó como el bravo guerrero que era contra el advenedizo, enorgulleciéndose de su pasado, manifestando su admiración y lealtad a quien fuera aquella jornada y otras su capitán general, don Juan de Austria, y recordándole sus propios sufrimientos. El escritor fue capturado por piratas argelinos durante cinco terribles años, en el transcurso de los cuales intentó la fuga por tres veces, lo que se saldó con durísimos castigos que estuvieron a punto de costarle la muerte.

 Pero no está ni mucho menos don Miguel solo en tales peripecias. Desde que hay registros, desde los mismos balbuceos de nuestra lengua, son muchos los casos de los que han combinado el manejo de la pluma con el de la lanza, la espada, el arcabuz o el fusil. Y es a ese selecto grupo de los más reconocidos a los que vamos a intentar, desde esta semana, retratar en ambos cometidos, tanto en sus ejecutorias como militares y como en su destreza con las letras.

Muchos ejemplos

Algunos son de sobra conocidos por una u otra razón. Grandes y prestigiosos genios de nuestra literatura como Jorge Manrique, Alonso de Ercilla, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo y hasta Miguel Hernández y Antonio Buero Vallejo figuran en esa nómina. Pero otros nos resultan, sin embargo, más reconocibles por sus gestas como soldados, aunque tengan obras valiosas y cada vez más valoradas por lo que en ellas de nuestra historia se contiene. 

Hernán Cortés y el propio relato de su impresionante hazaña mexicana es uno de ellos. Ahí puede muy bien ser acompañado por Bernal Díaz del Castillo, que fue durante ella uno de sus más jóvenes milicianos, o Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, o Hernando de Colón, niño en el cuarto viaje de su padre o este mismo y sus diarios. También podría destacar Ignacio de Loyola, San Ignacio, capitán, antes fundador de los Jesuitas, de las tropas castellanas que conquistaron el último reino peninsular, el de Pamplona, para unirlo a la corona española. 

También un rey, más mentado por su hacer cultural, pero desconocido en su habilidad como guerrero, que lo fue y mucho, sobre todo de joven, Alfonso X el Sabio. Y hasta Catalina de Erauso, la Monja Alférez, cuando a las mujeres les estaba vetada la lucha, pero algunas, ocultando su condición femenina, la ejercieron. Y, en este caso, nos la contaron.

 Algún nombre puede que aparezca por sorpresa como posible autor de alguno de nuestros textos más icónicos. Pongamos que hablo de El lazarillo de Tormes. ¿Y qué me dicen de quién pudo ser el autor de nada menos que de El Cantar de Mio Cid, o al menos de su primer libro?.

 Serán un total aproximado de 30 los elegidos. Cada entrega contendrá un recorrido por su vida y por su obra, en ambos aspectos. Además, lo acompañaremos con los retazos más destacados de su legado literario y, si es posible, alguno que contenga alguna referencia a su peripecia en la milicia. Por último, y para mejor entroncarlo, un lugar especial, un paisaje, una ciudad o un rincón en concreto que lo recuerde o relacionado íntimamente con su vida o con su obra. Espero que la sigan y lean con el mismo interés que han prestado a la recientemente concluida sección de Personajes con Historia. Hasta la próxima semana.