El muerto que respiraba

Jesús Anta
-

Otros hablaban de un enterrado del que nadie atendía su tumba y que durante la noche penaba por el olvido de sus seres queridos

El muerto que respiraba

Durante unas semanas del mes de octubre de 1977 los habitantes de Valladolid se dividieron en dos bandos: los que creían que algo verdaderamente extraño ocurría en el cementerio del Carmen, y los que se mofaban de los crédulos. «¡Es un muerto que respira profundamente!», afirmaban unos. «¡Son unas lechuzas en celo!», sostenían otros.

¿Qué estaba ocurriendo? La imaginación de mucha gente, especialmente de los barrios próximos al Cementerio,  estaba disparada porque en su depósito de cadáveres  se hallaba  el cuerpo de  un negro recogido en las aguas del Pisuerga y que nadie reclamaba. Ahora puede parecer una tontería, pero en 1977 un hombre de raza negra era, en Valladolid, algo exótico.

Otros hablaban de un enterrado del que nadie atendía su tumba y que durante la noche penaba por el olvido de sus seres queridos.

Lechuza.Lechuza. - Foto: Txomin HernándezSe habló incluso de la descomposición de huesos. Luego comenzaron explicaciones más científicas: un contador averiado o cables que con el aire producían ruido. El sacristán  de la parroquia, cuya vivienda es contigua a la iglesia del Carmen de Extramuros, dijo que esos ruidos los habían oído desde siempre y que nunca los habían dado importancia. 

Es el caso que durante un buen puñado de noches, la campa de Extramuros se llenaba de coches venidos de todo Valladolid, y de vecinos de los barrios próximos al cementerio.  Un entretenimiento para mucha gente que, aunque incrédula, no dejaba de tener una morbosa inquietud.  Las conversaciones de muchos producían un ruido que otros tantos exigían que cesara para poder escuchar el extraño sonido que salía de entre las tapias del cementerio. Los más crédulos estaban seguros de escuchar una sobrecogedora respiración,  sobre todo si se acerca el oído a la pared de la tapia. Y al menor «¡que sale, que sale!», toda la chiquillería del Barrio España que cada anochecer se acercaba al cementerio salía corriendo de estampida de vuelta a sus casas.

Comenzaron los problemas: los más exaltados rompieron cristales, forzaron verjas, se subieron a los tejados y treparon tapias con linternas y palos buscando el origen de ese lúgubre sonido que cada noche invadía la Campa. El cura párroco estaba enfermo en cama con un tremendo disgusto por lo que estaba ocurriendo. Y su hermana sufrió un desmayo ante semejante panorama.

Los destrozos alcanzaron tal magnitud que los cofrades de la iglesia del Carmen visitaron al gobernador y al arzobispo para que pararan aquella bola de nieve que amenazaba con provocar un alud de consecuencias incalculables. 

Es el caso que la Policía Nacional tuvo que intervenir durante varias noches. Además de contener a los grupos de curiosos y alborotadores, inspeccionó todos los recovecos hasta que la Jefatura Superior de Policía emitió un comunicado oficial dando por zanjado el misterio: son lechuzas que al anochecer ululaban escondidas en oquedades de la torre de la iglesia del Carmen.

La prensa,  con ironía, comentó que a ver si con las explicaciones dadas «los lechuzos» dejan de ir al cementerio.

Pero aquella versión no convenció a muchos, que continuaron acercándose cada noche al cementerio durante unas cuantas semanas más. A estas alturas todavía algunas personas sostienen que, desde luego, no era un muerto, pero que de lechuzas nada de nada. 

 


 

LÚGUBRE ULULAR

 

¿Cómo empezó todo? La versión más extendida es la siguiente: entre las tejas de la tapia del cementerio las palomas depositaban sus huevos. Hablamos de unos años en los que las palomas no habían invadido la ciudad y había muchas personas que buscaban sus huevos e incluso la carne de los pichones para comer. Por eso, cada noche había gente que se encaramaba a las tapias del cementerio o a los tejadillos de las dependencias de la iglesia del Carmen. Además, desde esa altura podían acceder a las ramas de árboles donde también había nidos de palomas. Cierta noche, unos mozalbetes que trepaban a los tejadillos comenzaron a escuchar inquietantes sonidos y, asustados, volvieron a sus casas para relatar lo escuchado. Es como una profunda respiración, decían. La noticia se extendió por Valladolid como mancha de aceite y comenzaron las conjeturas sobre fenómenos paranormales, o sobre el lúgubre ulular de las lechuzas, que no era mejor noticia, pues mucha genta las considera aves de mal agüero, cargada de mitos y supersticiones.