Editorial

Su incapacidad para resolver conflictos cuestiona la viabilidad de la ONU

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La Asamblea General de la ONU, gran cita anual de la diplomacia mundial, celebra esta semana su primer encuentro presencial tras la pandemia con la guerra en Ucrania ensombreciendo la sede de Nueva York. El conflicto bélico en el seno de Europa lleva más de medio año dejando en entredicho los principios sobre los que se fundó en 1945. Su viabilidad como protectora de la estabilidad mundial saltó por los aires con una guerra provocada por uno de sus cinco miembros permanentes, cuando encima ocupaba la presidencia rotatoria del consejo. Desde entonces, Naciones Unidas afronta una de sus crisis de identidad más profundas, poniendo en solfa hasta su propio nombre, como no se recordaba desde la Guerra Fría. Su cautela e inacción en éste y otros muchos frentes mantienen a la institución bajo lupa.

Deberán esmerarse estos días los líderes mundiales para esgrimir razones para la esperanza mientras las divisiones geopolíticas nos ponen a todos en riesgo. Volverán los discursos desde el estrado de mármol verde, pero ante la dimensión de los retos y de los riesgos hacen falta más que palabras. Su secretario general, Antonio Guterres, tiene la ardua tarea de persuadir a un mundo cada vez más escéptico y dividido de que sigue siendo vital para el orden mundial y de que el multilateralismo y la diplomacia aún pueden dar resultados. Pero parece que no será suficiente.

No será además la invasión rusa a Ucrania el único punto de fricción. En la larga lista destacan los efectos de la guerra en el aumento de los precios de los alimentos y la crisis energética, que ya sacuden la economía mundial. Sin olvidar la perentoria respuesta global a la emergencia climática, hasta ahora claramente inadecuada. El mundo también sigue pendiente de cómo tratar con Afganistán bajo control talibán, de la continúa tensión entre China y Estados Unidos, acrecentada recientemente por Taiwán, o de que se alcance un acuerdo para reactivar el pacto multilateral por el que Irán se comprometió a dejar su programa nuclear.

Ante tantos y crecientes desafíos, aumenta el coro de voces que entiende que el Consejo de Seguridad necesita una reforma seria y urgente. Algunas de las que más alto se escuchan provienen de EEUU, que propone agregar nuevos miembros permanentes, como India y Japón, o limitar la cantidad de vetos para evitar el abuso de los bloqueos. Desde 2009, Rusia ha emitido 26, a 12 de los cuales se ha unido China. La ONU necesita ponerse al día con las realidades actuales e incorporar perspectivas geográficamente más diversas. Pero el problema es que nadie sabe cómo superar la férrea oposición a los cambios de quien está gobernado exclusivamente por el interés propio. Difieren tanto las pretensiones de unos y otros que el obsoleto statu quo se presume por mucho tiempo peligrosamente inquebrantable.