Las 'visitas esporádicas' de Don Juan Carlos I

Carlos Dávila
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Sánchez, el presidente que más ha engañado a los ciudadanos, se permite el lujo de colocar al exjefe del Estado en situación de arrodillarse para exponer sus culpas

El deseo del padre del Rey es organizar su vida personal y su lugar de residencia. - Foto: EFE

Ahora resulta que el Rey más perdurable de la Historia entera de España tiene que venir a su país de visita. Así lo han refrendado sin sonrojo alguno de los intérpretes de la carta que Don Juan Carlos ha dirigido a su propio hijo. De visita a España como si se tratara del Rey de Jordania o más familiarmente de la Reina Isabel II. Si somos mal pensados -y en este caso aconsejo una reflexión sobre el caso- parece que la intención ha sido colocar a nuestro antiguo Monarca casi en una postura de humillación. De visitante en la que durante tantísimos años ha sido su propia Corte. Pienso yo que el interesado si hubiera previsto el tratamiento de práctico turista que se está otorgando al estilo y modo de un jubilado de Múnich o de Mánchester, hubiera recelado, o incluso se hubiera negado a firmar una carta tan generosa como la que ha dirigido a su sucesor. Durante días, según transmiten las informaciones más fidedignas que este cronista ha podido obtener, los protagonistas en cuestión -la Casa del Rey, el Gobierno, el abogado Sánchez Junco, los meritorios que se han presentado como intermediarios y el propio Don Juan Carlos por persona interpuesta- han estado  debatiendo sobre cuál era la mejor forma de anunciar, tras su exoneración por parte de la Fiscalía General, su regreso a España. Al fin quedaron dos opciones: o su propio letrado emitía un documento para informar sobre la vuelta o se sugería al mismo Rey que fuera él quién, en carta dirigida a su descendiente, adelantara su disposición a volar a su nación.

Al final ha sido esta propuesta la que ha triunfado, y alguien que muy bien puede ser el que se ha constituido en consejero áulico y principal de Don Juan Carlos, el exdirector general del Centro Nacional de Inteligencia, el teniente general Sanz Roldán, ha ayudado a redactar esa misiva que, a juicio del cronista guarda dos características, ambas pésimas: una, que de nuevo se exija al firmante a pedir perdón por sus pasados desmanes como si ya no hubiera pagado con penitencia por sus irregularidades y, otra, que los destinatarios de la pública carta, fundamentalmente el Gobierno y su presidente Sánchez Castejón, no solo no se han quedado conformes con esta actitud de evidente postración, sino que rápidamente y sin que nadie les haya pedido una declaración, han proclamado que el Rey tiene que dar explicaciones a los españoles. Esta cuestión parece lo más grave. Fíjense: el individuo que más ha engañado a los ciudadanos, incluidos sus votantes, con promesas y compromisos que luego se ha saltado indecentemente a la torera, se permite colocar al exjefe del Estado en situación de arrodillarse ante todos nosotros para exponer públicamente sus culpas. La Santa Inquisición, ahora revisada porque sus pecados no son lo que se nos ha dicho, era bastante más pía con sus juzgados. Sánchez -recuérdese-  afirmó enfáticamente ante todos los españoles que él jamás pactaría con los comunistas; ahora les tiene en el Gobierno, de aquella manera, pero les tiene. Sánchez se obligó con la mayor desvergüenza posible, que nunca, nunca, acordaría nada con los asesinos de ETA; ahora no solo son los fautores de su permanencia en La Moncloa, sino que está sacando de la cárcel a los más horrorosos asesinos, el último, el etarra Joseba Arregui Erostarbe, alias Fitipaldi, al que se le atribuyen no menos de 14 crímenes.

Se podía hacer una nómina completa de los embustes de este sujeto que, en tono acusatorio impostado, se dirige a los españoles para impulsarles a pedir explicaciones a Don Juan Carlos. Y ¿a él quién se las pide?. Existe un artículo en nuestra Constitución, el 102, apartado 1, que señala la responsabilidad criminal del Gobierno y naturalmente de su presidente. Es -lo sé- suficientemente ambiguo para leerlo de una u otra manera, pero, díganme: ¿cómo es posible que los españoles permanezcamos impávidos ante las sucesivas, continuas mentiras que ha perpetrado el aún presidente? ¿Cómo  se atreve este trolero patológico a descubrir la paja en el ojo ajeno, el del Rey, y no disculparse por las vigas suyas en el propio? El mundo al revés.

De los entramados de las próximas visitas de Don Juan Carlos a España  únicamente se ha contado una pequeña parte. Señalo dos informaciones más; primera, ha sido el Gobierno del Reino de España, ¡nada menos! quien ha reclamado a los integrantes de la Casa del Rey Felipe VI, singularmente al jefe Jaime Alfonsín, que, en caso de volver a su país de origen, Don Juan Carlos ni estuviera todo el tiempo, ni ocupara un lugar en el Palacio de la Zarzuela, ni se beneficiara de un inmueble perteneciente al Patrimonio Nacional. Segunda, que como hemos transcrito, la Casa ha colaborado en la difusión de un adjetivo que rápidamente el Gobierno ha puesto en circulación: «esporádico». Este es el adjetivo que oficiosamente pero sin tregua se está manejando para definir cómo va a ser el regreso de Don Juan Carlos a España. Otra de las especies que se está utilizando en los medios afectos al régimen sanchista es ésta: que Don Juan Carlos no vuelve «del todo» a su país porque seguramente sería imputado por enormes irregularidades fiscales. Aquí le espera Sánchez Castejón para insultarle como una verdulera.

 

La treta del presidente

Se reparte por doquier filtraciones tóxicas con un fin que desborda desde luego la peripecia personal de Don Juan Carlos. Se puede adelantar: se trata de aprovechar el episodio para menoscabar la popularidad de la Corona que la mayoría del PSOE y, claro está, de sus socios leninistas advierten que es incompatible con una democracia parlamentaria. En el cajón de la mesa de Sánchez Castejón sigue con seguridad un borrador de algo así como una Ley de la Corona que deja a los monarcas en poco menos que unos figurinistas aptos solo para compadecerse con niños enfermos o si cabe el caso, que con Don Felipe VI no cabe, para asistir a algún festejo taurino. Por más que se proclame desde el Gobierno que lo importante es pasar página y acabar con este enojoso asunto, lo cierto es que el boceto-bodrio que Sánchez prepara coloca a la Monarquía en el papel de institución prescindible. Ahora se trata de utilizar las esporádicas visitas para engordar esta situación. Don Juan Carlos I es solo una pieza más de este propósito. ¿Se dan cuenta de ello en el Palacio de la Zarzuela? No lo puedo confirmar.