Personajes con historia - Ibn Mardanis

El ‘Rey Lobo’, señor de Murcia y aliado contra los almohades


Antonio Pérez Henares - 20/12/2021

Las rebeliones, disensiones y enfrentamientos dentro del mundo islámico fueron una constante desde el primer momento de su implantación en la Península Ibérica hasta prácticamente los últimos días de Boaddil en Granada.

Al comienzo de la dominación musulmana, la confrontación fue entre los propios conquistadores, árabes, de yemeníes a sirios por un lado y bereberes, sus tropas de choque provenientes del Magreb, recientemente islamizadas. Luego fueron también continuas las disensiones con los hispano musulmanes, muladíes, o sea cristianos conversos al islam que trajeron de continuo en jaque a los poderes centrales cordobeses. Omar Ben Hafsun fue el más poderoso desde su fortaleza de Bobastro, incluso volvió a su fe primitiva, los herederos del conde visigodo Casio, convertidos en los Banu Casi, se convirtieron en señores del valle del Ebro y en la práctica independientes del poder califal, el tercer rey de España se llamó a uno de ellos, Musa. Los Ben Lope toledanos que se las tuvieron tiesas con los Omeyas.

La gresca interna y las secesiones de los territorios solo fueron efímeramente apaciguadas cuando el poder central estuvo en la cúspide de su fortaleza, pero en cuanto este declinaba, fueran los califas omeyas, los almorávides o los almohades la división y las taifas florecían de inmediato una vez tras otra.

Máxima extensión de los dominios de Ibn Mardanis y sus aliados, hacia el 1160.Máxima extensión de los dominios de Ibn Mardanis y sus aliados, hacia el 1160.Tras la implosión del califato a la muerte de Almanzor, las taifas crecieron como setas por todo Al-Ándalus. El abadí Almotamid, el rey poeta en Sevilla, los Hud en Zaragoza, árabes de origen o los aftasíes de Al Mutawakkil en Badajoz, o los ziríes de Granada, Abd Allah y los Di-il-num de Cuenca-Toledo, Al Mamun, de origen bereber son ejemplos de ello.

La división supuso debilidad y pérdidas de territorio y, aunque en el lado cristiano no hubiera unidad sino una serie de reinos en no muy buena armonía precisamente, les llevó a que la frontera pasara del Duero al Tajo y a perder Toledo. Y a llamar en su ayuda a los almorávides, fanáticos integristas, que lo primero que hicieron fue acabar con ellos, establecer un duro dominio y control sobre todo Al-Ándalus y equilibrar e incluso conseguir restablecer poder sobre algunos territorios tomados por los cristianos.

Pero no duró tampoco mucho. El poder almorávide se deterioró rápidamente y con él retornaron las rebeliones y una nueva oleada de taifas, que de nuevo buscaron alianzas con los reyes cristianos para combatir tanto contra los residuos del poder almorávide como contra las otras taifas. El último de los Hud zaragozanos, que habían resistido más que ninguno a los almorávides, Zafadola, prendió la mecha, se alió con el Rey Alfonso VII de Castilla y la lio gorda, llegando hasta apoderarse de Córdoba. Fue fugaz su estrella. Murió en el curso de una extraña revuelta de campamento por una cuestión de pagos a los caballeros pardos cristianos de quienes se ayudaba.

Ruinas del palacio de Muhammad en Murcia.Ruinas del palacio de Muhammad en Murcia.Pero el fuego estaba encendido y un personaje, de enorme habilidad, valentía, talento, crueldad y falta de escrúpulos que pudieran entorpecer su interés y poder, un muladí llamado Muhammad Ibn Mardanis, iba a ocupar su puesto en cierto modo. Provenía de una familia muladi y ahora aristocrática, cuyo apellido quizás había sido un Martínez, hijos de Martín, anteriormente mozárabes que habían mantenido un cierto tiempo la fe cristiana. Consolidó en el Levante y buena parte del sudeste peninsular, con capital en Murcia, una esplendorosa Taifa. Apoyándose y apoyado por el Rey de Castilla y León, Alfonso VII, apodado el Emperador, que a poco podía presumir de haber devuelto a sus reinos toda su pujanza y llevado la frontera hasta el Guadiana, el murciano iba a ser conocido en toda España, cristiana y musulmana como el Rey Lobo. Y su moneda, el morabito lupino, de oro, cuatro gramos cada una, la más codiciada y valorada no solo de la península sino también de todo el Mediterráneo.

Ibn Mardanis nació en Peñíscola en el año 1124 en el seno de una aristocrática familia andalusí con fuerte arraigo y prestigio en el territorio. Su padre fue gobernador de la ciudad de Fraga con los almorávides y le tocó combatir, y aguantar la plaza, con el belicoso rey aragonés Alfonso el Batallador, que había vencido de manera estrepitosa a los temibles guerreros morabitos en Cutanda, y les había arrebatado Zaragoza propiciando con ello su declive. Uno de los tíos de Mardanis, ya muy minado el poder morabito, combatió junto a Zafadola contra ellos y a la muerte de este se apoderó de Murcia y Valencia. Al perecer también él en combate fue el sobrino, cuyas dotes de audacia e intriga iban parejas, quien se entronizó en ambas en el año 1147 e inició una andadura que lo iba a convertir en el más poderoso señor de todo el levante musulmán y de buena parte de Al-Ándalus.

No le fue fácil afianzarse, pues hasta llegó a ser expulsado momentáneamente de Murcia, pero la boda con una de las hijas de Ibn Hamushk, que señoreaba la sierra del Segura, alumbró un poderoso pacto que supuso que ambos, el Rey Lobo y Amusco, como les llamaban los cristianos con quienes pactaron apoyo de tropas, se hicieran temibles.

Su alianza con aragoneses y castellanos, en particular con estos últimos fue muy estrecha, pero también las estableció con el condado de Barcelona, así como las ciudades italianas de Pisa y Génova. Cuando los castellanos y las flotas de estas dos repúblicas tomaron Almería, fue el Rey Lobo el encargado por Alfonso VII de administrarla en su nombre.

Una gran corte

Ibn Mardanis estableció entonces su corte en Murcia, que creció suntuosa, culta y con gran pujanza económica y desde allí dominó o influyó en un extenso territorio. Una agricultura que supo aprovechar las vegas del Segura a la perfección, un comercio intenso y apoyado en una moneda, sus morabitos lupinos, el respaldo a sabios y poetas y una impresionante muralla que hizo levantar para proteger su ciudad y que se mantendría durante siglos le dieron un enorme prestigio.

Sus rivales de las taifas peninsulares no le inquietaban y con los cristianos tenía firmes alianzas, aunque al inicio, el conde catalán, Ramón Berenguer IV le había arrebatado Fraga, Tortosa y Lérida y luego hubo de ceder en pago por sus apoyos militares el enclave de Albarracín a los Ruiz de Azagra.

El desembarco almohade y su ejército de fanáticos guerreros lanzado a la yihad para recuperar todo el Al-Ándalus lo alteró todo. Pero el Rey Lobo iba a combatir durante lustros contra ellos y convertirse en un verdadero tapón contra sus intentos de ascender península arriba, en los que lógicamente contó con el apoyo de los reyes cristianos.

A los almohades se lo puso ciertamente difícil y les hizo un gran daño llegando en el cenit de su poder y siempre en alianza con Amusco, a tomar Jaén, Úbeda, Baza, a cuyo mando quedó su suegro, así como Guadix, Écija y Carmona, amén de amenazar Córdoba y cercar la misma Sevilla. Incluso llegaron a tomar Granada, pero aquello fue su canto de cisne.

Apoyados por mesnadas castellanas al mando del nieto de Alvar Fáñez, Álvaro Rodríguez apodado el Calvo, vencieron a los almohades y tomaron la ciudad durante unos meses, de enero a julio de 1162, pero estos armaron un potentísimo ejército y a la postre consiguieron derrotarlo, infligiéndoles una cruel derrota donde murió el afamado adalid castellano.

Ahí comenzó su caída, que se aceleró cuando al intentar contraatacar y tomar Córdoba desde sus posiciones en Andújar, los almohades hicieron pasar velozmente un poderoso ejército desde África y no solo lo derrotaron en el Castillo de Luque sino que tomaron Andújar y después lo persiguieron hasta la propia Murcia donde le cercaron. No pudieron con las poderosas murallas pero la huerta murciana, las grandes mansiones, la del Rey Lobo incluida y la propiedades de muchos de sus nobles fueron arrasadas.

No se arredró y contraatacó al año siguiente pero con escaso éxito y fue en el próximo cuando sufrió el peor golpe. Su suegro Amusco aceptó someterse a la doctrina y poder almohade para salvar su trono y se pasó a sus huestes. A partir de ahí la lucha ya se convertiría en ir retrocediendo y resistiendo como podía. Desde el año 1170, las tropas almohades y las de su antiguo aliado, le fueron tomando cada vez más ciudades y comiéndole más terreno.

En 1172, ya rebeladas contra Valencia y Jativa, su situación se volvió desesperada. Refugiado en Murcia, cercado y muy enfermo, antes de fallecer, aconsejó a sus hijos que se sometieran al nuevo poder, algo que hicieron pasando a formar parte de las tropas del califa lo que les permitió mantener algunas de sus propiedades como gobernadores de las mismas y al que acompañaron al fallido cerco de la ciudad de Huete.

El juicio sobre su reinado y persona varía muy sustancialmente de las crónicas cristianas, que lo tratan con amigable benevolencia y en las que parece con un leal amigo y aliado tanto de Alfonso VII como del jovencísimo Alfonso VIII, a las musulmanas pues estas, escritas ya al dictado de sus vencedores almohades, se ceban en los detalles más duros de su personalidad, aunque frecuentes y normales para la época, como era su implacable trato a quienes se le oponían y aún más a quienes lo traicionaban y, más que ninguna otra cosa, su trato de favor con los infieles algo que le arrostraba todas las maldiciones de los integristas que acabaron por ocupar toda la España musulmana y amenazando después seriamente a los reinos cristianos, sobre todo tras el desastre castellano en Alarcos en el año 1195.

La caída musulmana

Con el Rey Lobo desapareció la última y más esplendorosa taifa de ese segundo período de ellas. Nadie puede negarle, eso sí, su ingente obra tanto en la huerta murciana como arquitectónica, pues Murcia y su entono se dotaron entonces de una impresionante monumentalidad de la que aún se conservan restos. A su muerte lo que le sobrevivió durante más tiempo fue su famosa moneda, que siguió siendo un valor seguro en todos los mercados.

Los almohades tampoco concluirían su propósito. Sí se apoderaron de todo el territorio musulmán hispano, incluso del último reducto almorávide, las islas Baleares donde los Ibn Ganiya les resistieron hasta ya volcado el siglo XIII, pero a la postre no consiguieron forzar las fronteras cristianas, aunque sí volvieron efímeramente a hacerlas retroceder de nuevo del Guadiana hasta el Tajo. Tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212) su poder y su imperio se desharía tanto en la península como en el Magreb y las taifas, las terceras retornarían. Pero en esta ocasión ya no habría nuevo rescate africano, aunque los benimerines más tarde lo intentaran, y ya todo Al-Ándalus acabaría en manos castellanas, Fernando III o aragonesas, Jaime I.

Bueno, todo no, una taifa se mantendría y el nazarí Al-Ahmar, a cambio de entregar Jaén y prestando vasallaje a Castilla, se entronizaría en Granada manteniendo el poder islámico en España durante más dos siglos todavía.

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