Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Ad Astra

29/05/2020

Podemos seguir quejándonos de nuestra mala suerte o del infortunio de haber nacido en esta esfera temporal. Si uno se acerca peligrosamente a los 50, tiene claro que una década de su vida laboral se ha desarrollado en un entorno económico hostil y la siguiente tiene peor pinta. Es inevitable sentir cierta tristeza por toda la energía intelectual, proyectos e ilusiones que se van a desperdiciar en este contexto.

Quejarse de las miserias de la existencia puede ser una válvula psicológica, pero es una estupidez. La vida no es justa, ni fácil y creer lo contrario supone rechazar nuestra obligación de crecer y hacernos adultos. Siempre he mirado con cariño a esas personas de edad muy avanzada que han construido su vida desde su propio interés y rechazan cualquier exigencia de responsabilidad individual. Puede que en algún punto de su vida hayan sido felices, pero lo que sí tengo claro, es que no habrán construido nada sólido o duradero. Nuestra presencia terrenal es tan fugaz.

Cuando me pesa la carga de la vida, me imagino que soy un polaco de 15 años en 1936, judío y que he nacido en Varsovia. En ese instante se me quitan las tonterías bastante rápido, si no es suficiente, pienso que soy chino en cualquier época del glorioso gobierno del Partido. Esta solución es el último recurso disponible.

Las comparaciones no debemos hacerlas hacia arriba, sino hacia abajo y deberíamos relativizar nuestros problemas. También es peligroso enfocar los retos desde un dramatismo absoluto. Hay gente que ha observado la pandemia y el confinamiento como si fuese una batalla épica por la vida o una lucha titánica contra la muerte. Siento quitarle el glamour pero muy pocos pueden decir eso, porque en un día normal hay gente que fallece por viejo y no tiene mayor consuelo. Pero la vida continúa.

El ejército norteamericano hace tiempo que detectó que las misiones en el extranjero deben tener límites temporales porque la mente necesita periodos de descanso. La adrenalina permanente juega malas pasadas y el juicio empieza a volverse dúctil; para algunos ese riesgo continuo es una droga poderosa. Esta pandemia va a tener efectos largos en el tiempo y tenemos que aprender a convivir con ello. Analizar cada acto desde el miedo nos transforma en esclavos y nos hurta la libertad. Hay que levantarse con dignidad para no olvidarse de lo que somos, ciudadanos que no súbditos.