Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


Ruido

10/08/2019

Qué placentero sentir que el tiempo pasa despacio durante las vacaciones de verano. Liberar la  mente y el cuerpo de la rutina diaria es científicamente necesario para optimizar el rendimiento profesional. El descanso nos desata del exceso de ruido (el ambiental y el emocional). Cuando nos relajamos, no hay espacio para el alboroto, solo -si acaso- para escuchar los vaivenes de los oleajes de algún mar. Y para reflexionar. Justamente, hace unos días, se cumplía el 75 aniversario de fallecimiento de Antoine de Saint-Exupéry, el autor de ‘El Principito’, una novela que revela de forma poética y soberbia los valores fundamentales. Principios que multiplican la naturaleza humana y aúpan la fortuna social. Este escritor fue también un destacado aviador en una época en la que volar era una tarea difícil y peligrosa (también, a veces, apostar por la verdad y la justicia lo es, pero es primordial hacerlo). 
Avanzó, además, la vanguardia del liderazgo contemporáneo. Así, ‘El Principito’, desgrana aptitudes que hoy trabajamos con los universitarios: la creatividad, el sentido del humor o la humanidad que inspiran el trabajo en equipo. En estas capacidades estará su potencial para transformar. Sin olvidar el poder de la intuición de  nuestro corazón (lo que mi  madre llama ‘corazonadas’), una facultad imprescindible en los líderes, tan eficaz en el proceso de toma de decisiones como un excelente enfoque analítico. Un cuento de sabiduría que nos regala pensamientos continuamente. Propongo uno que me motiva especialmente: «Qué poco ruido hacen los verdaderos milagros. Qué simples son los acontecimientos esenciales». Poderoso. Y es que hay demasiado ruido a nuestro alrededor. Y lo que necesitamos es que ocurran cosas esenciales. Precisamos criterio, acción y resultados. Propósitos pero también hechos. En definitiva, predicar y practicar (porque la opinión pública está agotada con tanto ruido político). 
Al respecto del ruido, pensaba en dos noticias recientes: la primera, el inédito nombramiento de cuatro mujeres como portavoces en el Congreso. Que se contagie la cultura de la Igualdad es siempre una noticia optimista. Pero no olvidemos que no hay ninguna mujer en España presidiendo un partido político y que su presencia es muy escasa en los gobiernos autonómicos (por ceñirnos al ámbito político). Es un símbolo en una buena dirección, claro. Pero no es la meta. Si hay ruido, tiene que haber también nueces. Necesariamente. Por otro lado, preocupante me resulta que científicos de élite españoles sean descartados por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y la Acreditación (ANECA), organismo encargado de garantizar la calidad del sistema universitario español, impidiéndoles así optar a una plaza en nuestras universidades, por no adecuarse a los criterios de evaluación exigidos. Algo falla. 
El ruido que genera este malestar, sin embargo, puede resultar provechoso porque nos alerta sobre una realidad de la Educación Superior que urge revisar. Si el sistema ahuyenta el talento, en vez de integrarlo, debe renovar -con suma precisión- algunos de los parámetros que provocan esta situación. Apagar este ruido contribuirá a encender el progreso educativo. Es una cuestión, también, de prosperidad social. Por eso necesitamos un criterio sagaz en la ejecución de todas las políticas. Este tiempo requiere mucha lucidez. Y “para ver claro, basta con cambiar la dirección de la mirada”, apuntó Antoine de Saint-Exupéry. No es un mal enfoque. Así que no cesemos en reivindicar lo coherente. Y no nos detengamos nunca ante nuestros sueños (esos que se renuevan en la calma de los días de verano, en los lugares sin ruido). Porque, como el Principito, somos lo que soñamos cuando éramos niños. Por eso hoy toca ser centinelas de la esperanza. Casi nada.