Editorial

Occidente y su deber de salvaguardar la seguridad del planeta

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La invasión rusa de Ucrania cumple un mes sin que Moscú controle ninguna de las grandes ciudades gracias a la estoica defensa local, que está logrando contener el avance de una operación militar que, en un principio, Putin pensó que sería rápida y sin apenas resistencia. La gran batalla se está librando en Mariúpol, una ciudad sin agua, ni luz, ni víveres, prácticamente destruida e incomunicada por una cruenta ofensiva centrada en un asedio con constantes bombardeos, que, sin embargo, se está convirtiendo en un símbolo de resistencia, ya que, pese al ultimátum dado por Rusia, los uniformados ucranianos se niegan a entregar las armas.    

La estrategia inicial de Putin se ha ido modificando desde que la madrugada del pasado 24 de febrero emprendiera una guerra que ha levantado fantasmas propios de otras épocas. Moscú sabe el coste que puede conllevar tratar de conquistar a su país vecino, por lo que el objetivo parece ahora estar centrado en conseguir un corredor que una la región separatista del Donbás con la península de Crimea. Con las primeras grietas en el Kremlin por posturas contrarias a cómo se está afrontando el conflicto bélico -el asesor Anatoli Chubais dimitió el pasado martes y abandonó el país-, Rusia se encuentra ante una encrucijada de inciertas consecuencias. El desgaste que está suponiendo la contienda crece al mismo ritmo que la motivación del ejército de Zelenski, que, respaldado por la OTAN y la UE, combate sin descanso, exigiendo una salida pacífica de una guerra que ya se ha cobrado la vida de un millar de civiles, de los que casi un centenar son niños.

La vía diplomática está en punto muerto. Las conversaciones bilaterales no llegan a ningún acuerdo, más allá de la apertura de corredores humanitarios, no siempre respetados, que permitan que la población civil abandone las ciudades. Las posturas continúan enfrentadas y ninguna de las partes quiere ceder. Pese a los intentos de mediación de Turquía o, incluso, del propio Papa Francisco, la situación se encuentra en un impasse que el único que puede desbloquear es China, que siempre ha mostrado una posición ambigua y que sería necesario que diera un paso adelante para acabar con un conflicto que ha provocado un drama humanitario sin precedentes. El presidente de EEUU, Joe Biden, y los principales líderes europeos y mundiales se reunieron ayer en la sede de la OTAN en Bruselas para trazar una estrategia común, más allá de las sanciones económicas que buscan ahogar financieramente a Moscú. Occidente ha de reflexionar sobre cómo mover sus fichas en el tablero para garantizar que el conflicto no se extienda, salvaguardar la seguridad del planeta y tratar de poner fin cuanto antes al horror que vive Europa desde hace un mes. La Alianza Atlántica anunció ayer la activación de sus propias defensas contra posibles ataques biológicos, químicos y nucleares. El peligro está ahí.