Aunque la mayoría de las personas nace con salud física y mental, ambas pueden cambiar a lo largo de la vida y, como sucede con nuestro cuerpo, nuestra mente también se puede sentir mal. Ciertamente, los problemas de salud mental son más comunes de lo que se piensa. De hecho, una de cada cuatro personas experimentaremos alguno a lo largo de nuestra vida y no duden de que los efectos son tan reales como cualquier otra dolencia o rotura, a pesar de que no haya una escayola que deje constancia fehaciente de ello.

La reciente estadística que publica el INE, con datos de 2021, por grupos de diagnósticos más frecuentes, las estancias medias hospitalarias más prolongadas correspondieron a los trastornos mentales y de comportamiento (53,1 días), cuatro veces más que las enfermedades infecciosas y parasitarias y las enfermedades del aparato circulatorio, por poner sendos ejemplos.

La pandemia ha provocado un aumento de los trastornos de las patologías mentales, sobre todo en los menores, con elevadas tasas de síntomas depresivos. Hay diferentes factores que pueden ser los causantes de estos desequilibrios, como son los biológicos por la genética o por antecedentes familiares. Otros son consecuencia de experiencias traumáticas o de abuso. Problemas económicos o bien de relación, así como de estilo de vida o consumo de sustancias, también se pueden anotar en el variopinto muestrario de las causas. A veces, sin más, el origen es el frenético ritmo de vida y una sociedad tan cambiante, que provoca en muchas personas un desequilibrio entre su cerebro y su cuerpo.

¡Háganme caso! Pisemos el freno y recapacitemos. Hay mucho en juego: la propia vida.