Personajes con historia - Maimónides

Maimónides, cumbre del judaísmo sefardí


Antonio Pérez Henares - 09/05/2022

Tras la derrota visigoda y la conquista musulmana de la práctica totalidad de la Península Ibérica, la religión islámica se convirtió en la dominante y hegemónica, aunque de inicio fuera tan solo practicada por los invasores. La pauta con respecto a la cristiana, mayoritaria en la población hispana, y a la hebrea que tenía implantación en las ciudades más prosperas, fue siguiendo sus normas, el permitir su práctica como parte de las gentes del libro aunque postergados ante la mahometana. Los cristianos quedaron convertidos en comunidad postergada, con escasa posibilidad de mejora y sometidos a fuertes impuestos para poder seguir practicándola, y siempre eso sí, con limitaciones. Por ejemplo y como símbolo, las campanas habían de ser, al menos los badajos, de madera, pues la voz del Dios cristiano no podía oírse más que la del musulmán, la del muecín.

Los judíos, mucho más minoritarios, también estaban sometidos a restricciones, pero lo cierto es que ellos recibieron un mejor trato y colaboraron desde casi el inicio con el nuevo poder musulmán. De hecho lo recibieron de mejor grado e incluso se les señala como causantes de la caída final de Mérida, única ciudad que ofreció una enconada resistencia a los invasores. Está contrastado que los hebreos, muy castigados por los visigodos, no dudaron en colaborar y de hecho se convirtieron en los primeros administradores de las ciudades al servicio de los nuevos gobernantes y fueron piezas esenciales de su consolidación.

Esa impronta y su papel durante los siglos VIII, IX y X fue una constante y su presencia y relevancia en el Al-Andalus califal, ya con buena parte de la población hispano-cristiana del territorio bajo su control, convertida al Islam- aunque se mantuvo siempre una potente población que no lo hizo, los mozárabes- alcanzó un grado de esplendor desconocido y sin parangón. Bien puede decirse que la Córdoba de los Omeyas fue un momento en verdad estelar del judaísmo hispano a escala mundial.

Mishné Torá (1180), manuscrito hebreo copiado en Sefarad.Mishné Torá (1180), manuscrito hebreo copiado en Sefarad.El mayor o menor grado de tolerancia con los no musulmanes durante aquel tiempo  les afectó en las épocas de tensión mucho menos que a los cristianos. No hubo enfrentamiento ni represión dado su menor número, estrecha colaboración y discretas prácticas, los reinos de Taifas aún fueron mejor, también para los cristianos, y ni siquiera la primera oleada integrista, los almorávides, les golpeó en exceso, pues tras unos primeros rigores ellos mismos no tardaron en caer bajo las tentaciones andalusís.

Pero no iba a ser igual cuando la segunda, la de los aún más intolerantes almohades cuyo fanatismo les alcanzó de lleno también a ellos. Fue entonces cuando la misma diáspora que se había producido a lo largo de los tiempos anteriores entre los cristianos, llegó para ellos y muchas gentes y notables de sus aljamas hubieron de escapar. Algunos lo hicieron hacia el norte, hacia los territorios cristianos, cuyos reyes, Alfonso VII y Alfonso VIII les ofrecían protección, y otros, los más, hacia el sur, hacia el otro lado del Mediterráneo donde no gobernaban los almohades.

 Ese fue el tiempo de Maimónides, Moisés ben Maimón el gran rabino, el gran filósofo, versado astrónomo, el excelso médico, el sabio conocedor de los más diversos y extensos saberes que la humanidad entonces alcanzaba a conocer.

Estatua de Maimónides en su ciudad natal, Córdoba.Estatua de Maimónides en su ciudad natal, Córdoba. - Foto: Wolfgang ManousekHabía nacido en Córdoba en 1138, cuando hacía ya medio siglo que los cristianos habían recuperado Toledo y los almorávides habían arribado a la Península para apoyar primero y supuestamente a los reyezuelos de Taifas y luego ya haberles apresado, desterrado o asesinado, unificado bajo su mandato todo Al-Andalus y convertido a su líder en califa al uno y otro lado del Estrecho, desde las fronteras del Ebro y el Tajo hasta Marrakest, su capital. Su poder ahora comenzaba a declinar precisamente por el sur y, al tiempo, el ocaso de la edad de oro hebrea en Al-Andalus estaba a punto de acontecer.

Religioso y científico

Maimónides había nacido en el seno de una ilustre familia de jueces rabínicos que no solo alardeaba de su rango secular en Al-Andalus sino que decía descender de uno de los rabís más renombrados de la antigüedad, Yehudá Hanasí, redactor de la Mishna. Sus estudios, pues, comenzaron en cuando tuvo la mínima edad de emprenderlos y a los de la Biblia, el Talmud y la Torá, se unieron los de ciencia y filosofía, con especial atención a los autores griegos cuyos textos habían sido traducidos al árabe. El joven Maimónides se interesó también y de manera especial por los saberes y creencias islámicas pues al cabo era quienes rodeaban su existencia.

Pero toda la permisividad que se había mantenido con los judíos iba a terminar de manera radical. Los almohades, tras derrotar a los almorávides y arrebatarles todo el Magreb, incluida su capital, cruzaron el Estrecho y no tardaron en conquistar Al-Andalus, poniendo a Córdoba bajo su poder cuando él acaba de cumplir los 10 años.

Desde ese momento y durante su pubertad y juventud su vida fue un sobresalto continuo. Los nuevos líderes islámicos abolieron todo privilegio que cualquier dhimmi, o sea no musulmán, pudiera tener y sin excepción alguna y a pesar de pagar los pesados impuestos, la yizia, que les otorgaban cierta protección. 

Se fueron cerrando todos los caminos y salidas y solo quedó el de la conversión al islam, algo a lo que muchos cristianos y judíos se vieron obligados a plegarse, porque para los demás tan solo quedaba la pena de muerte o el exilio. Pero tampoco sirvió siquiera el aceptar la religión musulmana porque, sobre todo muchos hebreos de los que se sospechó que era un fingimiento y por ello se les obligó a llevar una vestimenta distintiva para identificarlos por ella y poder controlarles en todos sus pasos y actividades.

La familia de Maimónides abandonó Córdoba e inició un errante peregrinar por todo el sur hispano, sin poder asentarse en lugar alguno, buscando la manera de escapar. Fue entonces, aunque no hay una constancia decisiva, cuando Maimónides llegó a abjurar del judaísmo como única forma de poder sobrevivir, pero de manera fingida, ya que en cuanto estuvo a salvo y llegó a lugar seguro hizo invalidar, aunque siguiera viviendo en un país islámico, como era Egipto.

 Pero antes de ello, la familia consiguió pasar el Estrecho y su primer destino estuvo en Fez, donde residió un lustro, antes de tener que volver a huir por la intolerancia de los seguidores del Tawid -compedio de la doctrina almohade- y no sin que el todavía joven Maimónides concluyera y publicara su muy alabado comentario del texto de su pretendido antepasado, la Mishná, en 1166.

De Fez, ya con dos hijos, y en barco, arribó a Acre, entonces en manos de los cruzados del Reino de Jerusalén y visitó la Ciudad Santa y dentro de ella y como hebreo con particular emoción el Monte del Templo.

En 1168, tras pasar por Alejandría se instaló en El Cairo, capital del más tolerante califato Fatimí. Allí continuo sus estudios y vio aumentar su prestigio dentro de su comunidad, pero era tanta su añoranza por su tierra natal que gustaba de calificarse siempre con el indicativo de los judíos nacidos en ella, sefardí.

En Egipto protagonizó una acción de rescate que logró liberar a los judíos cautivos en la ciudad de Bilbays por las tropas cruzadas logrando que las comunidades hebreas del Bajo Egipto hicieran llegar el dinero al rey Amalarico I de Jerusalén y este ordenara su liberación.?

Su fama fue creciendo en la capital fatimí y su familia incrementando su patrimonio hasta el punto de que decidió ceder parte del mismo a su hermano pequeño quien decidió contra sus consejos embarcarse hacia la India donde había grandes posibilidades de conseguir las más preciadas mercancías. Pero nunca llegó, su nave naufragó y él pereció ahogado. La noticia fue tan devastadora para él, que le dejó postrado y enfermo durante algún tiempo. De ello da cuenta así: «La gran desdicha que ha caído sobre mí por el resto de mi vida, peor que cualquier otra cosa, fue la pérdida del santo, sea su memoria alabada, quien se ahogó en el océano Índico y llevaba en su poder dinero que me pertenecía a mí, a él, a muchos otros, y me dejó con una niña pequeña y una viuda. El día que recibí la noticia caí enfermo y estuve en cama sobre un año, con llagas, fiebre y depresión y casi me rendí. Han pasado casi ocho años y todavía estoy de luto y sin consolación. ¿Y cómo podría consolarme? Creció sobre mis rodillas, era mi hermano y mi alumno».

Pero a la postre se sobrepuso y se dedicó entonces a ejercer ante todo como médico, utilizando en buena parte las enseñanzas de Ibn Sina (Avicena) así como de lo estudiado en Córdoba y aprendido de los autores griegos, el traducido Discorides, y del romano Galeno. También de lo que había podido compartir incluso con los médicos musulmanes de su ciudad natal y de su contemporáneo el gran Averroes, que aun siendo creyente islámico, también hubo de tomar el camino del exilio y abandonar Al-Andalus.

Un médico reconocido

Todo este bagaje le dio tan gran prestigio ya no solo entre los suyos, que le habían nombrado ya líder de la comunidad judía en todo Egipto, sino entre los más poderosos entre los musulmanes, convirtiéndose en el médico personal primero del gran visir cairota, Al-Qadi al Fadil y más tarde, como colofón, nada menos que del sultán Saladino, llamado a ser el gran héroe de todos los musulmanes del mundo tras lograr reconquistar a los cristianos de Jerusalén y convertirse con ello en el paladín del Islam.

El filósofo y científico, que alababa la soledad, que ensalzaba el aislamiento del sabio, en su vida y hechos añadía a ello, sin contradicción, una dedicación a la vida de los demás, como se desprende de su propio testimonio y donde cuenta cómo al llegar del palacio del sultán exhausto y hambriento a su casa y al encontrar «las antecámaras llenas de gentiles y judíos los curaba y les prescribía para sus enfermedades hasta la noche y cuando ya me hallaba extremadamente débil».

Entre la medicina y los tratados sobre ella y todo tipo de disciplinas, gozando de la protección de Saladino, transcurrieron en paz los años hasta su fallecimiento en el año 1204, a los 66 años. Sus restos fueron trasladados a Tiberíades, situado en la costa del mar de Galilea en el actual Israel, donde son objeto de cuidado y peregrinación.

 Uno de sus hijos, Abraham, heredó buena parte de las cualidades de su padre y supo defender su legado. Le sustituyó como líder de su comunidad nagig y como médico de la corte del sultán. 

Su legado ha llegado hasta el día de hoy. Su pueblo sigue estimando en gran manera sus obras dedicadas a su propia religión, no sin fuerte controversia que ya hubo en sus días y ha llegado hasta la actualidad quienes, desde la ortodoxia hebrea llegan a acusarlo de hereje. Nadie le discute, eso sí, su dedicación como médico y su ejemplo de humanidad. 

En el mundo occidental esa modernidad y libertad de pensamiento es, sin embargo, lo más apreciado. Goza también del respeto de todo el mundo islámico, al menos entre quienes ahora como entonces intentan distanciarse de los fanatismos más radicales.