«Quiero ser cocinero, pero de los de estrella Michelin»

Óscar Fraile
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El vallisoletano Javier Valverde ha conquistado el corazón de miles de telespectadores con su participación en el programa MasterChef Junior, en el que quedó en cuarta posición

Javier Valverde posa en las instalaciones de la Escuela Internacional de Cocina Fernando Pérez. - Foto: Jonathan Tajes

Una de las cosas por las que será recordada la octava edición de MasterChef Junior es por la irrupción en la pantalla de Javier Valverde, un niño vallisoletano de ocho años que se convirtió en el travieso oficial del programa, además del concursante más joven en llegar a una final. Su paso por la pantalla no será recordado por sus habilidades culinarias, pese a que son más que notables para un niño de su edad. De hecho, brilló con luz propia en muchas pruebas del programa, sobre todo las individuales. Pero Javier será recordado por el saco de risas que regaló a la audiencia con sus frases, sus reacciones y su desparpajo. Será recordado, por ejemplo, como el concursante que se lamentaba en mitad de una prueba por cocinar «peor que Los Chunguitos», en referencia a la participación de esta pareja en la edición de los Celebrity. El que se escondía en los armarios de la cocina y el que reconocía que no podía estar quieto porque eso le aburre. «Yo para el mundo de la paciencia no vivo», dijo en la final. Su espontaneidad, impropia de un niño de ocho años, ha sido la sal de esta edición.

Una soltura que también muestra fuera de las cámaras. «Ha sido una experiencia inolvidable», asegura en un encuentro con El Día de Valladolid en la Escuela Internacional de Cocina Fernando Pérez. Bastan quince minutos junto a Javier para comprobar que su curiosidad es tan grande como su creatividad. No tiene reparo en ‘dirigir’ la sesión de fotos, mientras posa como un profesional con espumaderas y sifones. Entretanto, tiene tiempo para preguntar a uno de los profesores de la Escuela dónde puede comprar uno de esos sifones que tanto le hicieron brillar en el programa, mientras saborea un helado que le regala otro de los docentes. En la entrevista se interesa por la grabadora y la prueba antes de empezar para escuchar su voz: «Hola, ¿qué tal? Soy muy guapo, ¿a que sí?». Todo listo.

La vida da muchas vueltas y a Javier le queda mucho por descubrir, pero su paso por el programa parece haber despertado su vocación por los fogones. Dice que quiere ser cocinero, pero inmediatamente matiza: «de los de estrella Michelin».

Como su amigo Jordi Cruz, juez del programa con el que tenía una gran complicidad. «Era muy majete, se parece mucho a mí en las travesuras, en la forma de ser... y en el pelo», asegura. También tiene un buen recuerdo de todos sus compañeros, aunque durante el programa tuviera roces con alguno de ellos. «Me llevaba bien con todos», dice, aunque recuerda con especial cariño a Manel e Iván.

Javier empezó a meterse en la cocina cuando solo tenía cuatro años. Y lo sigue haciendo, sobre todo para cocinar su plato favorito: macarrones. Hay otros alimentos que le cuestan un poco más, como el brócoli, pero eso no es nada comparado a los sesos rebozados con los que tuvo que lidiar en una de las pruebas.

Sus pinitos delante de los fogones no impiden que sus estudios vayan viento en popa. «Estoy en Tercero de Primaria y saco sobresalientes», destaca. Las últimas semanas han sido especiales para él al convertirse en el foco de atención de sus compañeros, esperanzados en que ganase, aunque muy orgullosos del cuarto puesto que finalmente ocupó. «Sabía que era muy complicado ganar», reconoce. 

De su paso por el programa también recuerda con ilusión haber conocido a gente famosa como Josie, la Terremoto de Alcorcón y Raquel Meroño, pero especialmente a Florentino Fernández, al que le ofreció una ración más generosa que a los demás en uno de los programas. «Sé que le gusta mucho comer».

Las críticas. Aunque Javier ha conquistado el corazón de muchos telespectadores, la exposición pública casi nunca está exenta de críticas. Algunos seguidores del programa censuraron la actitud del pequeño con algunos de sus compañeros, especialmente después de llamar fea a una niña con la que después se disculpó. También criticaron su pasotismo en las pruebas por equipos. Y es cierto que el vallisoletano tuvo alguna salida de tono puntual, pero siempre aceptó la oportuna reprimenda de los jueces y su comportamiento mejoró con el paso de los programas. Javier tiene solo ocho años, la edad mínima para entrar al programa, y, como todos los niños a esa edad, todavía tiene muchas cosas que aprender. «Soy travieso, pero no soy malo», puntualiza.

Quizá este aspecto haya sido el más negativo para su familia, muy respetuosa con las opiniones de la audiencia, aunque hayan tenido que leer algunos insultos en redes sociales. «Detrás de un perfil es muy fácil juzgar a un niño y a su familia, incluso atreverse a decir cómo va a ser en el futuro», dice su madre, Rebeca Hernández, quien asume con entereza los reproches. «No podemos gustar a todo el mundo», añade. No cabe duda que lo bueno supera con creces a lo malo, y Javier recordará con una sonrisa su paso por la televisión durante el resto de su vida.

Antes de que la entrevista acabe, el pequeño se lanza otra vez a por la grabadora y comienza a entrevistar al entrevistador, aunque al mismo tiempo reconoce que él prefiere las matemáticas a la escritura: «¿Cuántos años tienes? ¿Te gusta la cocina? ¿Te gustaría ser famoso? ¿Quieres ser informático?». Y cuando se le interrumpe para repreguntar si a él le gusta la fama, deja claro quién manda ahí. «Silencio, aquí las preguntas las hago yo». Genio y figura.