El maltrato a los padres es ya el principal delito juvenil

A. G. Mozo
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Hasta la eclosión de la violencia doméstica, el atraco y el robo con fuerza eran tradicionalmente los dos delitos más habituales entre los menores. El último año, hubo 32 casos, pese a que muchos no se pueden o no se quieren llevar ante la justicia

Menores en Zambrana. - Foto: Ical

La icónica figura del delincuente juvenil que robaba por tradición familiar o como acto de rebeldía poco tiene que ver con el perfil del nuevo delincuente juvenil que está dejando este siglo XXI. Uno que se enmascara también en esa clásica rebeldía adolescente para actuar solo en su casa y contra sus seres queridos. Impíos como un ladrón cualquiera, pero protegidos por una familia que tarda en asumir que son víctimas de su propio hijo. La violencia doméstica se ha asentado como el principal delito juvenil en Valladolid, donde se vienen dando más casos de maltrato a padres que atracos o robos con fuerza.

Los últimos datos de la Fiscalía confirman una marcada tendencia que no se rompe ni cuando bajan ligeramente las estadísticas de este tipo de infracciones, como pasó en 2019. Son las últimas cifras que se han conocido y señalan que hubo 32 casos en Valladolid, que son seis menos que los de 2018, un año en el que se tocó techo con aquellos 38 delitos de violencia doméstica cometidos por menores. Nada que ver con los ocho que había en 2013, por ejemplo, un año en el que se contabilizaba el doble de atracos (18) y de robos con fuerza (16) sin ir más lejos. En los últimos datos aparecen 31 atracos y solamente nueve delitos de robos con fuerza cometidos por menores de edad.

La tendencia es clara. En toda la década, la Fiscalía ha incoado 223 expedientes por delitos de violencia doméstica en Valladolid, casi los mismos que los atracos (227 robos con violencia e intimidación), un 35% más que los robos con fuerza (164) y un 57% más que los delitos de lesiones (142 peleas).

La Fiscalía no tiene dudas de que el origen de esta problemática está en «un modelo de educación y aprendizaje muy deficientes», unos «patrones educativos fracasados y defectuosos».

Una violencia que, en algunos casos, no llega al delito y en los que la justicia no puede intervenir, a pesar de lo cual el problema real de esa familia sigue muy vivo y es en donde entran en acción terapias como la que desarrolla Proyecto Hombre a través de un programa llamado Eirene. «Hay familias que nos llegan a través de los talleres preventivos que tenemos, que son muy buenos pero poco conocidos, si bien también los hay que nos llegan a través de Fiscalía, porque ven que no pueden judicializarse, pero sí son familias que necesitan un apoyo», según señala la directora técnica de Fundación Aldaba-Proyecto Hombre, Ana Macías.

PROGRAMA EIRENE

‘Eirene’ es un programa relativamente joven que se impulsó en 2018, se puso en marcha a principios de 2019 y que ya empieza a arrojar resultados. Por él han pasado o están pasando unas ochenta familias. «Es pronto, pero lo que nos cuentan las familias es que el hecho de participar en todas nuestras intervenciones, les ayuda a enfrentarse a la situación que hay en casa. En la mayoría de los casos se reduce el nivel de conflictividad doméstica y, sobre todo, aumenta la percepción de manejo», explica el responsable del programa en Proyecto Hombre, José Aldudo. «Esto no es una problemática que se pueda solucionar de un plumazo solo, sino que nosotros ayudamos a que se reduzca el nivel, el número y la intensidad de los conflictos. Y vamos a ayudar a que esto, tarde o temprano, se pase. Porque esto es una problemática que se da en una etapa muy concreta, que es la de la adolescencia». El programa Eirene se centra en la violencia de hijos a padres cuando los primeros son menores de edad, no cuando ya son adultos, «donde el problema es otro».

El perfil del hijo violento no son matemáticas, pero Aldudo apunta «unas características comunes»: «Nosotros nos encontramos con dos grupos, fundamentalmente, uno es de una adolescencia temprana, de 12 o 13 años, en el cual esto se está iniciando; y otro grupo es el de los más mayores, de 15 a 18, donde la problemática es mucho mayor y en donde hay un nivel de agresividad preocupante».

El terapeuta tiene claro que hay un «proceso», que se inicia cuando son niños y que se agrava con la adolescencia y, sobre todo, cuando ya son jóvenes. «Hay más chicos que chicas que ejerzan violencia hacia sus padres, aunque también hay bastantes chicas; podemos hablar de en torno a un 60-65% de chicos y 40-35% de chicas», apunta José Aldudo, quien destaca que «principalmente, se ejerce contra las madres, aunque también hay padres que lo sufren», por lo que apunta que «por tanto, también hay un componente de género en estas actitudes».

Macías apunta que se trata de «adolescentes que han adquirido un rol de poder en casa» y que no solo lo pueden ejercer mediante la violencia física, sino, sobre todo, a través de «violencia verbal (insultos, desprecios...) o emocional (el ‘me voy de casa’, ‘me suicido’...)». «Y hay un momento en que los padres se someten, pero, a la vez, se sienten mal, y se genera mucha hostilidad», según detalla la directora técnica de la fundación, quien apunta, por último que, «en muchos casos, suele coincidir que son familias monoparentales».

FALTA DE AUTORIDAD

Aldudo argumenta que hay un problema latente en todos los casos que es el de falta de autoridad de los padres y para ello se trabaja en terapias de grupo en las que «se intenta que los padres recuperen la autoridad» porque el terapeuta deja claro que «para ser padre o madre hace falta tener autoridad» y «cuando se dan estos problemas, hay una pérdida de autoridad que pasa a manos de los hijos»: «Existe un cambio de valores en la sociedad. Antes había una autoridad clara por parte de los padres y los profesores, algo en lo que todo el mundo estaba de acuerdo y que estaba sostenido por todos los adultos; aunque a veces hubiera un cierto autoritarismo, existía un respeto claro al adulto y ahora no es así», reflexiona.

Ana Macías cree que «el problema no está solo en las familias, sino también en los centros educativos» y apuesta por «revisar los valores sociales»: «Antes la autoridad se forjaba con distancia, con jerarquía y con castigos», recuerda y defiende por ello que «el modelo de autoridad tradicional está en crisis y ahora se está en un modelo de parentalidad positiva, que está en construcción, y una de las consecuencias de esto es el problema de la violencia filio-parental».

En Proyecto Hombre, recuerda, fueron «perfectamente conscientes de este fenómeno en 2018, que es cuando arranca el programa Eirene»: «Nace gracias a un convenio con la Diputación Provincial, sobre todo a nivel formación, estudiando lo que se está haciendo en Europa en este campo y luego adaptándolo a la realidad de Valladolid. En 2019 se fueron pilotando los programas y empezando a trabajar. Y 2020 está siendo el año de la consolidación de esta línea de trabajo», comenta la directora técnica de Fundación Aldaba-Proyecto Hombre.

COMPROMISO DE NO VIOLENCIA

El programa trata de «enseñar» a los padres a recuperar la autoridad, pero «no la autoridad tradicional, sino una nueva autoridad, que tiene otros elementos». «Trabajamos con el compromiso de la no violencia, que es la clave diferencial. Cuando vienen las familias, revisamos el modelo de parentalidad que tienen, cómo ejercen el rol de padres con sus hijos y quién asume determinadas responsabilidades en casa», señala Macías. «Los padres llegan con una carga emocional tremenda y hay que romper el ciclo de sumisión, culpa... Son familias que necesitan tener más presencia, tener más estrategias de autocontrol (que los padres no hagan lo que le dicen al hijo que no se hace, como gritar) y contar con más ayuda, pues antes en la familia había un tejido natural de apoyo y ahora se ha perdido en muchas ocasiones», añade.

Los primeros pasos del programa Eirene fueron a través de una línea de prevención, «con familias sin esta problemática, con menores y sus padres en talleres, con juegos para ayudarles a relacionarse de una forma adecuada, bajo el título ‘Hagamos buen trato, pasemos buen rato’», recuerda Aldudo. Pero la violencia filio-parental necesita también una línea de intervención para aquellas familias donde sí hay esta problemática: «Intervenimos de diversas formas. Solo con padres, a través de los grupos de terapia de ‘resistencia no violenta’; en grupos, pero ya con los padres y los jóvenes de forma conjunta; y de manera individual, abordándolo también con ambos, pero de una forma más específica».

«Ahora tenemos una tolerancia de la violencia altísima, porque permitimos que nuestros hijos usen juegos y vean dibujos animados muy violentos. Y hay veces que no nos tratamos bien y eso se transmite a nuestros hijos», reflexiona Macías. «Cualquier familia con dificultades de manejo con sus hijos, tendría que llamarnos, porque puede ser el germen de una situación grave; hay veces que surge a los diez años».

Aldudo asegura que no es un fenómeno fácil de detectar, ya que obedece a «un proceso que se desarrolla y evoluciona durante años», si bien apunta que «hay veces que se inicia cuando son niños, con las pataletas» o entre «aquellos niños que tienen comportamientos muy egoístas, que son ellos y ellos, y no miran por nadie más». Además, suele darse en familias en las que «los niños tienen poca presencia de sus padres», ya que «es un fenómeno que está muy vinculado con los cambios sociales, por la presión laboral, porque padre y madre están trabajando, porque los niños pasan más tiempos solos... y porque hay una falta de autoridad de los padres».