Cristina, el calor de lo cercano

Jesús Anta
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Esta pintora tenía la capacidad de ver la belleza en todo lo que estaba a su alrededor. Presentó su primera exposición de cuadros en 1965 en una galería de la plaza de la Universidad

Cristina Montes.

En octubre de 1965, Cristina Montes Mozo colgó su primera exposición de cuadros en las paredes de la galería de arte Castilla, sita en la plaza de la Universidad. Tenía 29 años. Pinturas que representaban flores y bodegones de las que el crítico de arte, y también pintor, Félix Antonio González, dijo que ofrecían un difícil pero logrado equilibrio entre la realidad y la fantasía.

Cristina era hermana de Santiago Montes, un pintor muy reconocido ya en aquellos años y por el que tenía una gran admiración: fue un maestro para ella.

Pocos años más tarde Cristina –así firmaba sus cuadros, sin apellidos- dijo que desde niña se sentía artista pero hasta 1961 no se tomó su afición en serio y comenzó a crear un estilo propio. Partía de varias premisas, y acaso la principal era que no veía nada feo en los objetos y seres que miraba, que todo tiene algo bello, y puso como ejemplo el que cuando veía unas flores marchitas, en vez de tirarlas las pintaba. Se formó en varios estudios, visitó importantes museos,  y cuando su hermano, el mayor alentador de su obra, se marchó fuera de España, ella ocupó su estudio, en el que trabajaba tres horas todas las tardes.

Lo cierto es que su segunda exposición, en la temporada 1967-1968 ya obtuvo un gran éxito, hasta el punto de figurar entre la media docena de pintores que más ventas consiguió en aquella época. Hablamos de artistas como Vela Zaneti, Jesús Meneses y la pintora Val Trouillet, pintores y pintoras ya consagrados desde hacía años.

Para su creación empleaba diferentes técnicas, como óleo, guache y colage en papel, y eran unos cuantos los temas que la atraían: bodegones, payasos, arlequines, animales, paisajes castellanos. De éstos, dijo que eran tierras ocres, austeras, solitarias, pero tenían la belleza de sus cielos, la luz cambiante y los tonos que ofrecen las estaciones del año: en definitiva «paisajes incomparables». De su estilo, su hermano Santiago dijo que era figurativo, no realista, pues Cristina no reproducía sino que amaba crear, pintar. Un estilo que fue evolucionando  con el paso del tiempo y se volvió más austero, despojando a los objetos y paisajes de lo que sobraba y dejando solo lo esencial. Pero, en cualquier caso, siempre –con muy pocas excepciones- pintaba las cosas que le rodeaban, las que formaban parte de su vida, y consideraba que no había que buscar temas forzados o pintar de memoria pues le parecía poco auténtico. No es de extrañar que la exposición retrospectiva que diez años después de su muerte llevara a cabo la Fundación Segundo y Santiago Montes se titulara: El calor de las cosas cercanas.

Rechazaba que la pintura de una mujer fuera diferente a la de un hombre, y colgó sus cuadros en cerca de treinta exposiciones individuales, y en una quincena de colectivas, además de en Valladolid, en otras ciudades españolas, así como en Sidney, París o Nueva York, entre otras del extranjero.

Tanto su trabajo como secretaria de dirección como su entrega a la pintura –también hizo algo de escultura- no la restaron tiempo para implicarse en la tarea de atención a los más castigados por la guerra que en El Salvador estaba llevando su hermano Segundo. Por eso pensó en poner en marcha una Fundación que fuera cauce de ayuda a aquella tarea en tierras centro americanas, y que también promoviera la cultura y el arte.

Segundo y Santiago

El 21 de abril de 1995 se presentó al público la Fundación Segundo y Santiago Montes en su local de la calle Núñez de Arce. Una fundación, que venía gestándose desde hacía tres años y cuyos estatutos redactó Cristina Montes, al igual que ella personalmente eligió a los miembros del Patronato que debía dirigirla, entre las que figuraban su hermana Catalina y la gestora cultural María Calleja. La presentación de la Fundación se hizo mucho más tarde de lo previsto, porque al morir Cristina repentinamente en 1993 todo quedó en suspenso: fue un golpe tremendo para su familia y para sus amigos, pues era la cuarta que fallecía de los 6 hermanos que fueron.  Hacía cuatro años que murieron sus hermanos Santiago y Segundo en 1989, en cuya memoria se estaba haciendo la fundación. Otra hermana, Elisa, también había fallecido. Santiago fue pintor, escultor, escritor, antropólogo y lingüista fallecido en Madrid; y Segundo, el jesuita asesinado junto a otras siete personas –entre ellas el también jesuita vallisoletano Ignacio Martín Baró- en El Salvador el 16 de noviembre de aquel mismo año. Segundo y sus compañeros estaban en el punto de mira de los militares salvadoreños por su tarea de solidaridad y apoyo a los desplazados a causa de la guerra civil en El Salvador, además de denunciar las atrocidades que se estaban cometiendo. Salvador y Cristina habían colaborado activamente sobre el terreno con Segundo, y por eso ella no quería que se perdiera la memoria de ambos. De los hermanos, aún vivían Pilar y Catalina, que fue quien presidió la Fundación. En la imagen, detalle de una escultura realizada por Luis Santiago Pardo.