Taberna castellana de las de toda la vida

M.B.
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El Vinos Merino lleva abierto desde 1964, ahora en la calle Conde Ribadeo, con su arroz con bogavante como principal referencia

Cocina del Vinos Merino. - Foto: Jonathan Tajes

El Vinos Merino es un clásico. Como dice José Antonio Merino, mantiene la esencia de las tabernas de hace años. Una especie de museo, en el que se pueden encontrar desde aperos de labranza hasta fotografías de muchos de los famosos que acuden a sus entrañas; e, incluso, un pequeño rincón personalizado, con imágenes de ciclismo del cronista deportivo de Valladolid, José Miguel Ortega. El Vinos Merino, además, fue un local de referencia para todos aquellos que se iniciaban en el mundo social de la noche, con una apuesta durante años por «el calimocho», como apunta el propio José. Pero el Vinos Merino es un restaurante, de gastronomía tradicional castellana, de arroz con bogavante, de rabo estofado, de manillas, de patatas... y de mucho más.

El nombre viene del padre de José Antonio, Eulalio Merino. Natural de Trigueros del Valle, como la mayoría de su familia, abrió el primer local en la calle Leopoldo Calvo en 1964: «Era una taberna o una tasca de vino. En la que también había tapeo, sobre todo casquería, como morro, oreja o torrezno, y sardinas». Allí estaba también la madre de José Antonio, Macrina Rodríguez. De todo ello da fe un cartel en su actual ubicación.

Después de tres décadas en el negocio, Eulalio y Macrina se jubilaron, entrando sus hijos José Antonio, Isabel y Elena. «Lo enfocamos más a la gente joven, al calimocho; y a través de mi hermana Isabel empezamos a dar arroz con bogavante al mediodía», recuerda José Antonio, que después de unos años se quedó solo al frente del local, abriendo otros dos establecimientos, el Rúa Oscura, en la calle del mismo nombre, y el Vinos Merino, en Macías Picavea. «Hace seis años dejé los tres locales y me vine aquí, a Conde Ribadeo», donde actualmente se ubica este clásico de casi seis décadas.

«Aquí sigo con el arroz con bogavante», deja claro, poniendo el énfasis en un producto que le ha dado fama y que mantiene como una de sus referencias: «El secreto es darle mucho cariño al plato».

Por 22 euros, «precio cerrado, con bebida, café, postre», tiene cinco menús por encargo: arroz con bogavante, rabo estofado, alubias con almejas, pollo de corral y carrilleras de ternera: «Hay que llamar para que los prepararemos». Pero, además, de lunes a viernes cuenta con un menú diario, por 11,90 euros, con seis primeros y otros tantos segundos, que van cambiando con regularidad.

Abre de martes a domingo (los lunes cierra por descanso), desde las doce del mediodía. Cuenta con una capacidad para 72 comensales y con otro referente, aunque esta vez en formato tapa, que regalan con las consumiciones, las patatas: «Peladas y picadas a mano, vienen los abuelos con sus nietos a comerlas». Diariamente preparan 25 kilogramos.

Con esa imagen de museo –«me gusta lo rústico», reconoce José Antonio–, la gastronomía se mantiene en la tradición por las noches, cuando el tapeo y las raciones cogen el testigo de los menús del mediodía. Entonces aparecen las rabas, la sepia a la plancha, los callos, la oreja a la gallega, los torreznillos o la ensaladilla casera. Y, por supuesto, platos para llevar.

José Antonio ha ido adaptándose a los tiempos, pese a mantener esa esencia a la taberna que abrió su padre. Primero con el tapeo, luego con esa apuesta por la juventud y ahora por la gastronomía de toda la vida. «Claro, claro, ahora vienen muchos clientes que acudían a nuestro bar a tomar el calimocho», señala con una sonrisa.