De Tiedra al cielo

Ernesto Escapa
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Castillo de Tiedra.

Primero fue ciudad vaccea, luego fortaleza de frontera entre León y Castilla y más tarde próspera encrucijada de caminos. Ahora ofrece la oportunidad de mirar el cielo desde la claridad de un paisaje que conserva intacta la belleza de su emplazamiento. Tiedra la Vieja se asentó sobre las cenizas de la ciudad vaccea que los romanos bautizaron como Amallóbriga. Durante la Edad Media fue fortaleza de frontera entre León y Castilla y en la época moderna encrucijada mercantil de los Caminos Reales de Madrid a La Coruña y de Toro a Medina de Rioseco. Objeto de canje en las tornadizas alianzas de reyes, nobles, obispos y señores medievales, Valladolid la recibió de Toro en la ordenación provincial de 1833. Esa condición periférica tiñe de resignación el declive de sus pasadas grandezas. Donde mejor se percibe la decadencia es posando los ojos en el precioso y desconchado ayuntamiento, que preside la plaza Mayor.

ENCRUCIJADA ARRIERA. Aunque el catálogo monumental lo ignore, es uno de los más notables edificios en su especie de una provincia bien servida de arquitectura consistorial como Valladolid. Tampoco es la única muestra de prosperidad contemporánea en Tiedra. Aquella pujanza de encrucijada arriera dio pie a otros dos edificios tan discretos como hermosos, que bien pudieran simbolizar el principio y el fin de un tiempo feliz. Son el Pósito (1793) de cantería, que ocupa una manzana rectangular, y las escuelas trazadas por Joaquín Muro en 1929, instaladas en la vecindad del castillo y dentro de la primitiva cerca de Santa María. Hasta la llegada del ferrocarril se convirtió en puerto seco y almacén central de intercambio de productos, que transportaban sus arrieros de Norte a Sur y de Este a Oeste. Aquel negocio acabó, pero los tiedranos no se resignaron a su suerte, sino que pusieron en marcha los talleres de maquinaria agrícola que durante décadas surtieron de aventadoras los anchos campos de Castilla.

La antigüedad de Tiedra, que con justicia se apellida la Vieja, aconseja ordenar su recorrido con algún sentido que no sea el buen tuntún. La entrada más hermosa la disfruta quien viene desde Toro por la senda de Benafarces, flanqueada a diestra y siniestra por la fortaleza y la ermita. Pero no es el rumbo más común. El viajero suele partir de la autovía del noroeste, a la altura de la cuesta Tijera, precisamente donde el asfalto hace un quiebro para alejarse de Tiedra. En ese caso descubre la villa por su espalda, por el flanco de la iglesia del Salvador y del parque de la Laguna. La del Salvador es la única iglesia en pie de las cuatro que tuvo Tiedra y resulta más interesante por dentro que por fuera. Guarda en su interior una buena colección de imaginería, en parte recogida de los templos arruinados.

PUJANZA DECIMONÓNICA. A la misma ronda del Salvador se asoma la fachada del Pósito, felizmente recuperado del abandono. Frente a él, el ensanche de una plaza emboca por la calle Real hacia el recinto porticado de la plaza Mayor. El Ayuntamiento, con su reloj inglés donado por la comunidad de Tiedra en Cuba, ocupa el solar de un antiguo hospital y fue concebido para albergar todos los servicios públicos y de solaz de la villa decimonónica. De hecho, lo mejor de su planta noble lo ocupa el Real Casino, donde entretenían sus ocios los comerciantes y agricultores enriquecidos por la encrucijada de caminos. A mediados del diecinueve una parte importante de los vecinos se ocupaba en la arriería o en la recría y posta de mulas, además de sostener varios almacenes de ultramarinos y artículos al por mayor. Estos comerciantes jugaron un papel decisivo en la construcción del edificio consistorial, que se inauguró en 1866. En la planta baja estaban las escuelas con la vivienda del maestro, la del alguacil y los calabozos. En la planta noble, además del casino y las oficinas municipales, se ubicaban el archivo y el juzgado, relegados al patio de luces. El mayor encanto de la visita interior reside en descubrir el mobiliario, la decoración y los rótulos originales de las distintas dependencias.

A la derecha del Ayuntamiento parte de la plaza una calle breve, que concluye en el jardincillo de la Rebotica. A su mitad, una casa reciente exhibe la placa de recuerdo al catedrático Blas Ramos Sobrino, nacido en Tiedra en 1891 y muerto en el exilio francés en 1955. La senda monumental prosigue desde la plaza por la izquierda del ayuntamiento. Enseguida asoma la espadaña de San Miguel, coronada por un nido. La segunda cerca de Tiedra abrazaba el cerro del castillo al caserío circundado por la ronda de Peregrinos, Mayor y del Rosario, siendo sus baluartes las torres extremas de San Miguel y de San Pedro. La iglesia de San Miguel cumple función de almacén agrícola y tiene la cabecera rota por un amplio portón metálico. De camino hacia la atalaya del castillo se ven los restos de la primitiva cerca, que ha sido cantera generosa durante siglos, hasta quedar reducida a la insignificancia. La iglesia de Santa María del Castillo debió de ocupar el emplazamiento que ahora tienen las escuelas y todavía a mediados del dieciocho mostraba buen aspecto.

El castillo tiene una estructura muy simple: una torre cuadrada protegida por una cerca. Desde el cerro del castillo se ve la ermita de Nuestra Señora de Tiedra Vieja y, a medio camino, las ruinas de San Pedro. Dos caminos arbolados por el vecindario en 1855 conducen hasta la ermita, que ocupa el cerro  que fue solar de la ciudad vaccea. El santuario es barroco y suele estar abierto. La entrada se hace por el patio de la antigua hospedería y su entorno proporciona un magnífico mirador sobre la Tierra de Toro.