El fin de una herida abierta

M.C.Sánchez (SPC) - Agencias
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La desaparición de la Verja de Gibraltar tras 40 años condicionando la vida en el Peñón y su entorno podría estar más cercana que nunca

La verja de Gibraltar, cuyo origen se remonta a 1909, es una zona de gran tránsito de personas y transportes terrestres. - Foto: EFE

Hace ya cuatro décadas que la Verja de Gibraltar vivió el final de los 13 años más tristes y crueles de su historia: los que estuvo cerrada, convertida en un muro absurdo que separó a familias, amigos y vecinos. Una herida que aún sigue supurando y que este 2023 la diplomacia tratará de curar por completo, de la mano de un acuerdo entre España y el Reino Unido en el que lleva meses mediando la Comisión Europea.

Se suponía que el pacto estaría cerrado antes de que acabara 2022, pero el visto bueno de Londres a la propuesta detallada que le envió Madrid en noviembre con el aval de Bruselas no termina de llegar. Se trata de un texto largo y complejo, porque afecta a todos los aspectos de las relaciones con la colonia británica, que «técnicamente tiene mucho que discutir todavía», se justificó entonces el ministro de Exteriores, José Manuel Albares. 

La propuesta fija unas reglas del juego equivalentes a ambos lados, que permitan que «la prosperidad de unos no sea en detrimento de otros», e incluye disposiciones para facilitar la movilidad, de cara a la supresión de la verja, de manera que se logre una plena fluidez de tránsito de personas, explicó Albares.

Ello implicaría que España pase a controlar, en nombre del espacio Schengen, las fronteras exteriores de Gibraltar y que, para ello, pueda ejercer determinadas funciones y competencias, necesarias para proteger la integridad y seguridad de este espacio.

Las autoridades del Peñón rechazan de pleno esta idea y defienden que Gibraltar mantendrá siempre el control de sus límites territoriales, aunque reconociendo el dominio de la UE sobre las fronteras Schengen, lo que implicaría la participación de Frontex.

La propuesta española también tiene en consideración asuntos como la protección y mejora de los derechos de los trabajadores y de los beneficiarios de prestaciones sociales en Gibraltar y garantiza, en materia aduanera, la libertad de movimiento de bienes «sin que ello incremente los riesgos para el mercado interior de la UE» y en particular para los operadores económicos de la zona en materia de competencia desleal o de tráficos ilícitos como, por ejemplo, de tabaco.

Contempla, además, disposiciones para luchar contra el blanqueo de capitales y garantizar estándares de protección medioambiental y en materia de seguridad nuclear.

Una mirada al pasado

La medianoche del 14 de diciembre de 1982, cientos de vecinos de Gibraltar y La Línea de la Concepción acudieron a la Verja, considerada la frontera más pequeña del mundo, para ser testigos de su apertura, solo para peatones, tras 13 años cerrada. La expectación era tal que incluso los agentes de la Guardia Civil y la Policía Nacional discutieron tanto tiempo por quién sacaría las llaves para abrirla que se extendió el rumor de que éstas se habían perdido.

«Desde la llegada de la Democracia, la Verja se abría de vez en cuando. Recuerdo un incendio en el que vinieron a la Línea bomberos de Gibraltar, el paso de coches fúnebres o de algún enfermo», rememora Juan Carmona, que como alcalde de La Línea aquellos años estaba implicado en el proceso para pedir una autorización especial.

Carmona vivió en cómo el primer Consejo de Ministros del recién estrenado Gobierno de Felipe González aprobó la apertura a los peatones de una frontera que Franco ordenó cerrar en junio de 1969, días después de que el Reino Unido dotara de un estatuto de autonomía a la colonia, que dos años antes había votado masivamente en un referéndum continuar su relación con Londres.

Las restricciones habían ido escalando desde años antes. En 1966, por ejemplo, se impidió que las mujeres de La Línea que trabajaban en la colonia británica, unas 3.000 entonces, siguieran en sus empleos.

Familias separadas

Francisco Oliva, reportero del Gibraltar Chronicle, tenía siete años cuando la Verja cerró y lo recuerda como un episodio «traumático». Aquel diciembre, «en un tiempo bastante corto», cientos de familias como la suya tuvieron forzosamente que dejar sus casas y todo en La Línea, u otras localidades del Campo de Gibraltar, y volver a la colonia británica.

«Era todo bastante triste. Yo de niño le preguntaba a mi padre que por qué no saltábamos la Verja», cuenta el periodista. Alguno se lanzó a ello para acudir al entierro de su padre en España, y llegó, pero detenido.

La apertura, que se retrasó por la guerra de Las Malvinas, fue «muy emocionante, una alegría tremenda». «Yo estudiaba entonces en Inglaterra, recuerdo perfectamente cómo escuchaba en Radio Exterior de España la retransmisión, y pensaba que era algo que me pertenecía, que me afectaba. Esas vacaciones de Navidades pude volver a casa pasando desde La Línea».

El resultado de los 13 años que la Verja estuvo cerrada es que «Gibraltar se echó en brazos del Reino Unido», opina el periodista, que cuenta cómo desde entonces la cultura y el idioma españoles quedaron relegados. «Las nuevas generaciones ya no hablan español», asegura.

Durante el cierre, La Línea perdió la mitad de su población. Unas 5.000 familias se marcharon, muchas de ellas a Londres. «Allí pensaban que con la apertura de la Verja iba a haber un renacimiento económico y no fue así. La normalización de los contactos familiares fue muy importante, pero quedó un resentimiento», asegura María Jesús Corrales, autora de la novela Las expulsadas. Se nota, afirma, sobre todo en las personas mayores, en cómo viven cualquier problema que pueda afectar a la Verja, como el Brexit.